Por Abel Pérez Zamorano
Rusia está comprando grandes cantidades de oro. Según datos del Consejo Mundial del Oro, publicados por el Irish Independent, en el primer trimestre de 2017 adquirió para sus reservas el 38 por ciento de ese metal vendido en el mundo por los bancos centrales, y no ha comprado dólares en los dos años pasados.
“En los últimos 10 años, el Banco Central de Rusia ha cambiado seriamente la gestión de sus reservas extranjeras.
El cambio principal ha sido la reducción de la participación del euro de un 40 a un 26 pr ciento y el aumento del volumen de oro de ocho mil millones a 73 mil 600 millones de dólares, según datos de la propia entidad, citados por Izvestia” (Sputnik, 13 de octubre de 2017).
Desde 2014 ha reducido sus reservas en dólares en 60 mil millones, y en contraparte es líder en compras de oro entre todos los bancos centrales: desde el inicio de las sanciones aplicadas por Estados Unidos (EE. UU.) y Europa, ha adquirido en promedio cien toneladas anuales del metal (Sputnik, seis de octubre de 2017), cifra récord en los tiempos que corren; actualmente posee mil 650 toneladas en su banco central, cantidad máxima desde la Unión Soviética.
A esto se añade que China, su aliado estratégico, produce el 12 por ciento del oro del mundo: es el mayor productor y mayor importador. Ambos países firmaron ya contratos futuros en gas y petróleo que China pagará en yuanes, mismos que Rusia respaldará en oro, lo que algunos llaman “esquema gas-yuan-oro”.
El año pasado, Rusia cobró en rublos el 13 por ciento de sus exportaciones y pagó el 16 por ciento de sus importaciones; en el primer trimestre del presente, los porcentajes pasaron a 16 y 18 por ciento respectivamente, casi una quinta parte de las importaciones (Sergei Prijodko, viceprimer ministro ruso). China recién creó el Sistema de Comercio de Divisas (CFETS) para pagar importaciones en yuanes.
En esa misma línea, en septiembre pasado, Vladimir Putin declaró en la cumbre del BRICS en Xiamen: “Estamos dispuestos a seguir promoviendo reformas en el ámbito de la regulación financiera internacional, para ayudar a superar el predominio excesivo de un número limitado de monedas de reserva”. Y a partir de julio opera en Rusia la tarjeta de pagos Mir, para sustituir a Visa y MasterCard, que aplican las sanciones norteamericanas.
Otros países también buscan liberarse del dólar. En Venezuela (poseedora de las principales reservas de petróleo), el pasado ocho de septiembre, frente a las sanciones decretadas por Washington, el presidente Nicolás Maduro anunció que el petróleo, gas, oro y otras exportaciones ya no se venderán en dólares, sino en yuanes, yenes, rublos y rupias. Igual estrategia sigue Irán.
El director del Banco Central, Valiollah Seif, anunció que venderán su petróleo en euros y yuanes; algo que ya ocurre parcialmente desde 2012. China y Japón han acordado realizar sus transacciones comerciales en sus monedas nacionales.
Qatar fue el primer país que empezó a vender petróleo y gas en yuanes, y hoy paga las consecuencias con un bloqueo instigado por EE. UU. India realiza transacciones en petróleo a cambio de otros bienes, en una especie de trueque que reduce el uso del dólar. En fin, es sabido que una de las causas por las que EE. UU. desató la guerra contra Saddam Hussein y Muamar Gadafi fue precisamente porque pretendían vender el petróleo en euros y no en dólares.
Afectada también por el avasallamiento del dólar, en días pasados la mismísima Comisión Europea planteó reducir la injerencia del FMI en sus planes internos de rescate y asumirlos directamente a través del Banco Central Europeo y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE); un serio revés para el FMI, bajo la égida de EE. UU. “La Eurozona se encuentra en una situación más estable que antes…
Creo que el MEDE debe convertirse gradualmente en el Fondo Monetario Europeo, que, sin embargo, debe regularse estrictamente por las reglas y competencias de la Unión Europea”; declaró Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea.
Como síntesis de la tendencia reseñada, en el año 2000, el dólar representaba el 70 por ciento de las reservas monetarias mundiales; hoy, el 62 por ciento (Jim Rickards, autor de Currency Wars: The Making of the Next Global Crisis). Todo esto conducirá a la postre a una reducción global en la demanda de dólares y a la consecuente caída en su cotización.
La decadencia del dólar como moneda de reserva y de pago mundial está asociada con el debilitamiento de la hegemonía económica, política y militar de EE. UU. Recordemos que en julio de 1944, los 44 países participantes en la conferencia de Bretton Woods, New Hampshire, resolvieron que Washington respaldaría su moneda en oro, pero en 1971 Richard Nixon abandonó unilateralmente el acuerdo, dejando abierta la puerta a la emisión de dólares a pasto; aun los países contrarios al imperio hubieron de avenirse a esa situación, quedando el dólar como dinero fiduciario, sin respaldo, basado solo en la confianza (incluso hoy muchos expertos sugieren que EE. UU. ha perdido una parte considerable de sus propias reservas de oro y las de otros países que tenía en resguardo).
Así se convirtió en moneda de reserva mundial e instrumento de la hegemonía de Washington, que la imprimía y fijaba tasas de interés y condiciones de crédito a través del FMI, situación que le permitiría comprar en el mundo con dólares de puro papel. El petrodólar apuntalaría este orden de cosas.
En 1974, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) encabezada por Arabia Saudita, acordó con EE. UU. vender el petróleo al mundo entero exclusivamente en dólares, dando así a esta moneda un formidable respaldo, pues para comprar el hidrocarburo todos los países debían adquirir dólares, cuya demanda aumentó de manera exorbitante, junto con su dominio sobre la economía mundial. A cambio Washington garantizó protección y apoyo militar.
Pero los tiempos han cambiado y la influencia de EE. UU. se debilita junto con su economía, y el dólar pierde piso. La crisis de 2008 no ha sido superada, el país se aísla aceleradamente, especialmente ahora, con las políticas de Donald Trump; pierde liderazgo incluso sobre aliados tradicionales y su endeudamiento es crónico: en enero de 2009, su deuda pública era de 10.6 billones de dólares; y para enero de 2017 alcanzaba 19.9 billones, casi el doble (BBC, 12 de octubre de 2017).
En tales circunstancias, el petrodólar se debilita desde su base misma, pues China presiona a Arabia Saudita para pagar el petróleo en yuanes (considérese que China es ya el mayor comprador de petróleo saudí y el mayor importador del mundo). El otro pilar del petrodólar, el poderío militar de EE. UU., ha venido a menos.
La “fiebre del oro” es un hecho que confirma la validez de la teoría clásica de que, no obstante la sofisticación del mercado, el oro es la mercancía base del dinero, y de su valor. Sabedores de esto, Rusia y China buscan dar soporte a sus monedas para convertirlas en alternativas mundialmente aceptadas, propósito que tiene fundamento en el impresionante crecimiento económico, sobre todo de China, y el fortalecimiento militar de ambos países con respecto a EE. UU.
En el discurso inaugural del reciente congreso de su partido, Xi Jinping planteó que en 2050 China será la primera economía.
En esta tesitura, liberarse del dólar es no solo una forma de enfrentar las sanciones norteamericanas; es conquistar independencia económica y política; es protegerse de las variaciones, muchas veces manipuladas, en los tipos de cambio y de la especulación monetaria al estilo Soros que tan buenos dividendos económicos y políticos ha redituado a EE. UU. Es liberarse de la tutela del FMI y de las decisiones de la Reserva Federal. Es, en una palabra, ejercer influencia mundial. Un nuevo escenario global se abre paso, y en ese contexto se inscribe la moderna “fiebre del oro”.