Colaboración invitada. Por: Abel Pérez Zamorano
El capital no tiene patria; acumularse es su razón de ser. Es valor que se valoriza, y repudia todo aquello que frene la acumulación; su forma neoliberal es la más eficaz, pues le permite, por ejemplo, plena movilidad mundial, de capitales, mercancías y fuerza de trabajo.
Y esta necesidad de desplazarse de un país a otro, entre regiones o sectores de la economía, cobra forma de axioma en la teoría neoliberal: la llamada “libre movilidad de los factores de la producción”, pero también de mercancías en general.
Esto permite la necesaria flexibilidad y capacidad de adaptación como condiciones para optimizar el empleo del capital, al reducir la pérdida de utilidades en que se incurre al tener que invertir en una actividad menos rentable que otra, o en un país con menos ventajas; esto lo supera el capital cuando logra la libertad absoluta para invertir en lo que sea y donde sea.
Y para el mismo fin de optimizar la inversión se ha impuesto también la total desregulación: cero taxativas a la voluntad de los empresarios, poder total. Desde los tiempos de la economía clásica el principio era laissez faire, laissez passer, dejar hacer dejar pasar.
El capital odia las restricciones y las responsabilidades sociales, y el Estado le ayuda a crear las mejores condiciones para crecer y consolidarse.
La movilidad global se torna vital toda vez que ocurrida la saturación de capitales en un país, cuando ya no hay muchas oportunidades de inversión con alta rentabilidad en algunos sectores y la tasa de ganancia cae; cuando se producen tantas mercancías que no pueden ser consumidas en el mercado doméstico, entonces se produce un efecto derrama, y las fronteras nacionales devienen un obstáculo; como el agua de lluvia cuando se acumula y satura el suelo, ha de correr.
La salida la ofrecen, en parte, los tratados de libre comercio y la “liberalización” financiera, que permite a los capitales entrar y salir, como Pedro por su casa, en cualquier momento y cantidad de un país a otro.
En materia laboral, el tratado de Schengen, por ejemplo, asegura el libre movimiento de trabajadores entre países de la Unión Europea, mismo que entre México y Estados Unidos (EE. UU.) se ha impedido, y más ahora.
Los capitalistas encuentran múltiples ventajas al relocalizar sus inversiones en el extranjero: régimenes fiscales privilegiados, legislación ambiental laxa, bajos salarios relativos, etc.
Sobre esto último, las trasnacionales van a los países pobres atraídas por la baratura de la fuerza de trabajo, como la que se ofrece en nuestro país como parte del modelo económico para ser “competitivos”.
Los salarios en la industria automotriz en diferentes países, están así. En Japón 8.3 dólares por hora, EE. UU. 7.2, Brasil 2.1, China 1.19 y México 0.6 (U.S. Boureau of Labour Statistics, 2015); un obrero automotriz japonés recibe 13.8 veces más que uno mexicano; en EE. UU. se paga 12 veces más, y en China, el doble.
Los salarios mínimos netos en algunos países seleccionados: Australia 9.5 dólares la hora, Irlanda 8.4, Francia 8.2, Alemania 7.1, EE. UU 6.2, Japón 5.5, Chile 2.2 y México 1.0, los más bajos (OCDE 2014). Horas trabajadas: en Alemania se laboran en promedio mil 388 al año, en Francia mil 489, Reino Unido mil 669, en los países de la OCDE mil 770, y en EE. UU. mil 788; en México se trabajan en promedio dos mil 237 horas (OCDE 2015), 1.6 veces más que en Alemania. ¡He aquí nuestro “atractivo”, basado en la sobreexplotación de la fuerza laboral, nuestra criminal competitividad!
Beneficia también a los capitales del mundo que México es una plataforma de exportación, gracias a sus tratados comerciales con 44 países y a su frontera con EE. UU. en el marco del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN). Aquí se ensamblan carros exportados también a Europa y Sudamérica. El negocio es redondo.
El ahorro en un coche mediano ensamblado aquí es de alrededor de 600 dólares en costos de trabajo. En las autopartes, el ahorro por carro es de mil 500 dólares, aunque muchas piezas son traídas de EE. UU. Finalmente, ese país ahorra en la exportación de cada carro a Europa 2,500 dólares gracias al tratado de libre comercio de México con la Unión Europea, que EE. UU. no tiene.
Según Bloomberg, en total (armado, embarque e ingreso a la Unión), EE. UU. ahorra en un carro mediano hecho en México cuatro mil dólares, comparado con el costo en que incurriría haciéndolos en su territorio. México envía dos millones de carros al año a EE. UU., más de la mitad de los aquí producidos, y para 2018, el 28 por ciento se exportará a otros países fuera del TLCAN (Bloomberg, cuatro de enero).
La industria automotriz es ejemplo de la movilidad global del capital en pos de mayores ganancias, pero ahora Trump obliga a las armadoras a operar en EE. UU., o a pagar un arancel de 35 por ciento a los carros hechos en México, que hasta ahora, en el marco del TLCAN, cruzaban la frontera libres de impuestos.
Como consecuencia, Ford retiró de San Luis Potosí su inversión en una planta ensambladora, que tendría un monto de mil 600 millones de dólares; localizará, en cambio, una inversión total de dos mil 300 millones en Michigan. Chrysler invertirá mil millones de dólares más en EE. UU. para producir vehículos Jeep. A Toyota le costará 10 mil millones de dólares en los próximos cinco años instalar sus plantas en EE. UU.
Pero el capital entra en contradicción consigo mismo y sus doctrinas. El proteccionismo de EE. UU. limita la salida de capitales y la entrada de mercancías, debido al déficit comercial de ese país y a su gigantesca deuda asociada, todo ello causado por una pérdida de competitividad, efecto que hoy se pretende corregir artificialmente con un golpe de fuerza, lo cual es imposible.
Busca también restringir el flujo de fuerza de trabajo migrante, síntoma igualmente de debilitamiento de la economía estadounidense, que al no crecer genera exceso de trabajadadores, desempleo e inconformidad social.
Trump procura el interés general del capitalismo en su país, la preservación del sistema, pero al hacerlo entra en conflicto con intereses particulares, por ejemplo de los capitalistas empleadores de inmigrantes, mano de obra baratísima, que además reduce, por competencia, el salario de los trabajadores norteamericanos. El proteccionismo, en síntesis, es muestra de debilidad y crisis.
Al oponerse a la emigración de industrias norteamericanas, Trump obstruye la solución a una necesidad del gran capital, y esto le implica conflictos internos.
Además limita por la fuerza el libre movimiento de capitales extranjeros; eso explica las protestas en su contra en otras naciones, pues trata de concentrar para su país las ganancias mundiales, abriendo al hacerlo grietas más profundas al interior del capitalismo global.
La causa del proteccionismo es que las grandes economías capitalistas han perdido impulso, siguen sin crecer como antes, y por la creciente pobreza la demanda global se contrae; como consecuencia las ganancias disponibles se reducen, exacerbando así el conflicto por la apropiación de la plusvalía.
Pero mientras los grandes capitales del mundo se disputan la riqueza, nosotros debemos reorientar la política económica, aplicándonos a construir una patria verdaderamente soberana, basada en una economía próspera, competitiva y justa en la distribución.