Columna: Tribuna Poética. Por Tania Zapata. El Al-Qhurán, “libro que debe leerse”, o La Lectura, es obra de Mahoma (571-623); en él se recoge la poesía sagrada del Islam; es un conjunto de normas morales y principios religiosos que contribuyeron a esta reforma monoteísta, seis siglos posterior al cristianismo. El Corán está integrado por ciento catorce capítulos y subdivido en versículos llamados Azoras, que contienen ideas rígidas, inflexibles, implacables. El estilo del texto le presta un desarrollo cadencioso y el ritmo en los versículos le confiere especial y atractivo misticismo.
Como todos los fundadores de las religiones “reveladas”, su autor aseguraba que El Corán le fue dictado por Dios mediante un procedimiento sobrenatural; el libro se completa con las instrucciones elaboradas doctrinalmente en la Sunna, compendio de los comentarios y discusiones que durante siglos cristalizaron en este complicado sistema jurídico religioso. El dogma central consiste en la orden impartida a Mahoma por el Arcángel Gabriel, quien por tres veces se le habría aparecido para decirle ¡Anuncia! Afirmación semejante a la de todos los conductores de los pueblos primitivos. En realidad, las “revelaciones” contenidas en El Corán, son ideas recogidas de concepciones judaicas y cristianas, que entre exhortaciones, promesas y terribles amenazas, constituyen un código moral, político y religioso.
No hay más Dios que Dios, el Viviente, el que subsiste por sí mismo. Él es el que ha enviado de lo Alto el libro que contiene la Verdad y confirma lo que fue revelado antes.
El pueblo árabe rechazó al principio la nueva fe, y la combatió, pero al ganar la Guerra Santa, Mahoma entró a La Meca, su ciudad natal, montado en un camello blanco y seguido de diez mil “musulmanes”, derribó en la Kaaba los 360 ídolos, imponiendo un monoteísmo radical, que considera a Jesús como uno de tantos profetas. Hábilmente, cuando los incrédulos le pedían milagros, contestaba:
Dios se abstiene de manifestarse por medio de prodigios porque ellos equivaldrían a disminuir el mérito de la fe y a aumentar la culpa de la incredulidad.
El Corán, con su tono exaltado y enfático, es un reflejo de la autoridad feudal y contribuyó al sometimiento de los clanes y tribus, cuya forma de vida permitía expresiones religiosas diversas e incluso antagónicas, reflejo de sus intereses materiales; la divinidad en las organizaciones feudales es la forma suprema de la autoridad; en consecuencia, los grupos sociales, sujetos a una forma inflexible de economía ya no actúan libremente para procurarse los medios de subsistencia. Como forma de la conciencia social, el Islam es un reflejo de la centralización del poder feudal, la sumisión de personas e ideas a los deberes impuestos: diezmo, ayuno, oración y peregrinación. Su doctrina religiosa se extendió rápidamente por el mundo conocido y ganó tres veces más millones de adeptos, merced a las invasiones y conquistas realizadas por los árabes: Con la espada del profeta descabezarás al infiel. Los hechos humanos se transforman en hechos divinos. Los fenómenos naturales quedan sujetos a una sola potencia divina que se cierne sobre los hombres y las cosas.
Él ha sometido a la Luna y al Sol. Cada uno de estos astros persigue su curso hasta un punto determinado. Él imprime el movimiento y el orden a todo. Él hace ver distintamente sus maravillas. Es Él quien ha extendido la tierra; quien elevó las montañas y formó los ríos; quien ordena a la noche envolver al día.
El premio y el castigo ultraterreno son una calca del mundo conocido: las alegrías del paraíso terrestre y sensual de los príncipes árabes se prolonga en su Edén celeste: un lecho alto y mullido, vino exquisito, mansiones rodeadas de la frescura de las fuentes, de las sombras de los árboles y del harem de vírgenes, cuarenta huríes para cada musulmán, abundancia de jocoque y miel, delicias supremas para el hombre del desierto.
Ellos habitarán el jardín de las delicias… reposándose sobre asientos de oro y pedrerías… estarán servidos por infantes de juventud eterna, quienes les presentarán cubiletes, jarros y copas llenas de vino exquisito. El vapor no les subirá a la cabeza ni obscurecerá su razón. Permanecerán entre los árboles de loto sin espinas y los platanares cargados de frutos, de la cima a la sima, bajo las sombras que se extenderán a lo lejos, cerca de un agua corriente, en medio de frutas en abundancia y se reposarán sobre lechos altos. Nosotros creamos la vírgenes del paraíso, por creación especial; conservamos su virginidad.
Pero los “infieles”, quienes se hayan rebelado contra la autoridad divina (representada por el Estado Feudal), no gozarán ni en la tierra, ni en el cielo, de ese Paraíso sensual.
Estarán en medio de vientos pestilentes y de aguas hirvientes. En la obscuridad de una humareda negra, ni fresca ni suave. En otros tiempos llevaban una vida llena de comodidades… Hombres descarriados que habíais tratado nuestros signos como mentiras, vosotros comeréis el fruto de Zakum, os llenaréis el vientre. Enseguida beberéis agua hirviendo, como bebe el camello alterado de sed. Será en la Gehenna cuando seréis quemados. ¡Qué espantoso lecho de reposo! Sí, así será: gustad, les dirán, el agua hirviendo y el pus, y otros suplicios… La tierra no será sino un puñado de polvo en la mano de Dios.
Fuentes: Historia de la literatura universal. Alfonso Sierra Partida. Literatura Universal. Arqueles Vela.