Por Ricardo Torres
Con el mismo interés imperialista con que el gobierno de Estados Unidos nos despojó, en 1848, de más de la mitad de nuestro territorio nacional; con el que arrojó sus bombas asesinas sobre Hiroshima y Nagasaki, en 1945, matando instantáneamente a más de 240 mil japoneses; con el que invadió Irak en 2003, mintiendo al mundo sobre la existencia de armas de destrucción masiva para derrocar al gobierno de Sadam Hussein y apoderarse de su riqueza petrolera; con el que, en 2011, asesinó a Muamar Gadafi en Libia para adueñarse del 40 por ciento del petróleo africano; con el mismo interés que se explican las más de 150 intervenciones militares que ha realizado por todo el planeta dejando muerte, dolor, miseria y opresión; precisamente con ese mismo interés imperialista, expansionista y explotador, el gobierno norteamericano está empeñado, en los días que corren, en derrocar al gobierno venezolano que encabeza Nicolás Maduro, para adueñarse así de la mayor reserva de petróleo que existe en el mundo, además del gas, oro, agua dulce, diamantes, coltán y otros importantes recursos naturales que posee la hermana República Bolivariana de Venezuela.
Para ocultar sus insaciables intereses económicos y políticos, quienes se sienten los amos del mundo han echado a andar la más gigantesca y poderosa maquinaria de dominación mediática para engañar a los habitantes del planeta (como lo hizo en Irak), utilizando todos los instrumentos de comunicación masiva, organismos mundiales, jefes de Estado, instituciones y demás corifeos al servicio del capital, para vendernos la falsa idea de que Nicolás Maduro es un “dictador” que tiene a los venezolanos hundidos en la opresión, la violencia, la miseria, el hambre y que, por tanto, el gobierno yanqui, “paladín de la justicia”, hará lo imposible por derrocar al “tirano” y su gobierno socialista, predisponiendo a la opinión pública internacional para que, llegado el momento, justifique su intervención militar “humanitaria” en Venezuela. Así las cosas, los asesinos del mundo se disfrazan nuevamente de defensores de la “democracia”, la “libertad” y los “derechos humanos” para derrocar ahora al gobierno legítimo de Nicolás Maduro.
Los trabajadores de México y el mundo debemos comprender, grosso modo, lo que sucede en Venezuela y denunciar la política imperialista del gobierno yanqui. Veamos.
Ante la severa crisis económica, política y social que vivió Venezuela en los años 80 y 90, generada por los gobiernos neoliberales que obedecían sumisos el mandato de los organismos financieros internacionales, Hugo Chávez Frías gana las elecciones presidenciales en 1998 y, con un aplastante apoyo popular, establece una nueva Constitución donde otorga un verdadero protagonismo al pueblo venezolano en los asuntos de orden público; le confiere nuevamente al Estado su papel como rector y regulador de la economía nacional; aplica una política económica tendiente a establecer un reparto más equitativo de la riqueza; e implanta una política exterior antiimperialista dirigida en favor de la integración y colaboración entre las naciones latinoamericanas.
Los resultados de la Revolución Bolivariana en beneficio de la sociedad venezolana durante los 14 años del gobierno de Chávez fueron reconocidos por propios y extraños: la pobreza y el hambre se redujeron en un 50 por ciento, declaró la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO); el salario mínimo pasó de 16 a 330 dólares lo que representó un incremento del 2 mil por ciento; se asignó a la educación más del 6 por ciento del Producto Interno Bruto, dejó de ser un negocio la educación superior, se crearon 42 nuevas universidades convirtiéndose en el quinto país del mundo y el segundo de América con la mayor matrícula universitaria y se le declaró territorio libre de analfabetismo, valiéndole el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO); en el terreno de la salud, el Sistema Nacional Público garantiza la atención médica gratuita a todos los venezolanos; se convirtió en la nación que más viviendas construye en el mundo, con un millón 200 mil para las familias necesitadas; en 2008 lanzó al espacio por primera vez en la historia del país un satélite para resolver las necesidades de telefonía y comunicación vía internet; se recuperó el control comercial del petróleo y ahora 18 países de América Latina y el Caribe reciben petróleo con un 50 por ciento de descuento sobre el precio del mercado, entre muchos otros beneficios nacionales y regionales.
Con la llegada de Chávez al poder, el imperialismo norteamericano perdió el control económico sobre Venezuela y, por otro lado, resurgió sobre el continente la necesidad de construir un modelo económico socialista: un modelo opuesto al norteamericano, un modelo que privilegie el bienestar social por encima de los intereses del capital, un modelo económico donde sea el hombre, y no el dinero, la razón y eje del desarrollo social. El ejemplo venezolano se propaga en América Latina y por ello el gobierno yanqui está obsesionado por derrocar al chavismo: en alianza con el empresariado venezolano más reaccionario y las fuerzas sociales más conservadoras, orquestó un fallido golpe de Estado en 2002. Sin embargo, los dueños del capital no cejaron en su empeño y crearon una oposición radical que en innumerables ocasiones intentó derrocar a Chávez, no obstante, éste ratificó su mandato en más de una docena de elecciones donde (salvo la reforma constitucional de 2007) las ganó todas por un amplio margen de votación.
Hugo Chávez muere en marzo de 2013, se convoca a elecciones presidenciales y Nicolás Maduro, chavista de origen obrero, derrota a Henrique Capriles, líder del partido derechista Primero Justicia y dirigente de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Desde entonces la oposición venezolana actúa dentro del esquema de una guerra no convencional, una guerra contrainsurgente de baja intensidad diseñada y financiada desde Washington con el claro propósito de desestabilizar a la sociedad venezolana y doblegar así al Gobierno de Maduro.
Henrique Capriles llamó a desconocer el triunfo de Maduro y con grupos motorizados, después de vandalizar y quemar edificios públicos, asesinaron a más de una docena de militantes chavistas. Estas manifestaciones violentas (guarimbas) son realizadas por comandos de encapuchados, mercenarios con máscaras antigases, bombas incendiarias y armas supuestamente caseras: bloquean calles, avenidas y atentan contra instituciones públicas, por ejemplo, incendiaron el Hospital Materno Infantil “Hugo Chávez Frías” de El Valle, en el que hubo que evacuar a 58 neonatos y decenas de parturientas asfixiados por el humo, y atacaron desde un helicóptero las sedes del Ministerio de Interiores, Justicia y Paz y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Pero esta guerra no convencional se despliega en distintas áreas: en el terreno económico, por ejemplo, los grandes empresarios y comerciantes aliados a la oposición, provocaron un sensible desabasto de alimentos y productos de primera necesidad en los mercados, generando una escalada inflacionaria en los precios de las mercancías para crear inconformidad, descontento social y culpar de ello al régimen socialista venezolano. Asimismo, su sistema financiero ha sufrido permanentes sabotajes en el manejo del papel moneda y ha recibido más de 16 mil ataques a su sistema electrónico bancario con el objetivo de colapsar su capacidad de intercambio monetario y entorpecer, entre otras, las operaciones comerciales de petróleo.
En medio de esta prolongada y desgastante guerra contrainsurgente de baja intensidad que logró debilitar el apoyo de las clases medias a la Revolución Bolivariana, en diciembre de 2015 la oposición ganó las elecciones parlamentarias. Con la Asamblea Nacional en manos de una oposición pro yanqui el gobierno de Maduro se tambaleaba. En una acción que revela la arrogancia burguesa de la ultraderecha venezolana, el Presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, anunció su intención de desmantelar a otros poderes públicos como el TSJ y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, retiró del Parlamento las imágenes de Simón Bolívar y Hugo Chávez, y, desafiando al Poder Ejecutivo, anunció un plazo de seis meses para revocar el mandato de Nicolás Maduro.
El plan diseñado por Washington parecía cumplirse al pie de la letra y Ramos Allup se soñaba ya como futuro presidente de Venezuela, sin embargo, la Asamblea Nacional derechista cometió un craso error: sabedora de que se violaba la norma, juramentó en el Parlamento a tres representantes de la MUD que estaban imposibilitados para asumir dicho nombramiento. Ante este abierto desacato, el TSJ simplemente aplicó la ley y, consecuentemente, ninguno de los acuerdos adoptados por dicha Asamblea tuvo ya validez legal alguna: quedó paralizada. La oposición derechista intento destrabar su imprudencia escalando el conflicto a nivel internacional, Ramos Allup recurrió a la Organización de Estados Americanos (OEA) y le solicitó al Secretario General, el uruguayo Luis Almagro, aplicar la Carta Democrática del organismo, argumentando que en el país se quebrantaba el orden constitucional al no respetarse la autonomía de los poderes. Por órdenes del imperialismo norteamericano, Almagro apoyó a Ramos Allup y desplegó una feroz campaña internacional de descrédito contra la Revolución Bolivariana buscando se aprobara una intervención diplomática en Venezuela. No obstante, la OEA tampoco pudo lograr su cometido: aunque los gobiernos desprestigiados de países como México, Colombia, Brasil, Argentina y Perú, obedientes y sumisos a los designios del imperialismo yanqui, se pronunciaron por una intervención diplomática contra Venezuela, otros países del Caribe como Antigua y Barbuda, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, más pequeños territorialmente pero con superior dignidad y respeto por la soberanía y autodeterminación de los pueblos, impidieron la grosera intromisión del organismo internacional. El gobierno Bolivariano anunció entonces su salida definitiva de la OEA.
Por su parte, haciendo uso de las facultades que le otorga la Constitución, Maduro convocó al pueblo venezolano a elecciones para la formación de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) como vía para encontrar la paz y reiteró a la oposición su permanente disposición al diálogo constructivo. El mundo al revés: el “dictador” llamando a elecciones, al diálogo y a la paz, mientras que los defensores de la “democracia” recrudecieron la violencia (132 personas asesinadas durante las guarimbas, 29 quemadas, de las cuales nueve fallecieron), rechazaron el diálogo, omitieron participar en las elecciones y, más aún, se opusieron violentamente a la realización de la ANC. No obstante las amenazas, agresiones y sabotajes contra la Constituyente, el 30 de julio del año en curso, los venezolanos salieron a ejercer su voto libre, secreto y directo. De esta manera el pueblo venezolano dio nuevamente una lección de democracia a los falsos demócratas de la derecha en Venezuela, América y el mundo entero: más de 8 millones de venezolanos desafiaron a las guarimbas y a los violentos de la derecha reaccionaria, y masivamente salieron a votar para elegir a sus 545 representantes a la Constituyente.
Sin duda, impedir la especulación, garantizar la producción, el abasto oportuno y la distribución de alimentos y productos de primera necesidad a precios accesibles; sancionar con severidad a los mercenarios que promuevan la violencia y la inestabilidad social; y seguir profundizando en un modelo socialista que privilegie el bienestar social por encima de los intereses del capital, serán asuntos que tendrán que perfeccionarse y quedar plasmados en la nueva Constituyente.
Este nuevo triunfo de la Revolución Bolivariana fortaleció al Presidente Nicolás Maduro y al régimen socialista venezolano. En consecuencia, el imperialismo norteamericano, en voz del Presidente Donald Trump, no tuvo más remedio que quitarse la máscara y declarar abiertamente su interés sobre Venezuela: desconoció la ANC, sancionó a Maduro y amenazó con una posible intervención militar. La moneda está en el aire y el gobierno Bolivariano se prepara para cualquier eventualidad. Sin embargo, la alianza económica y militar de Venezuela con China y Rusia, el decidido apoyo de los países hermanos de América Latina y la firme determinación del pueblo venezolano de defender su Revolución, son elementos que el imperialismo norteamericano tendrá que valorar bien antes de tomar esa siniestra decisión. Al tiempo.