Opinión de Aquiles Córdova Morán
En los últimos días se han dado a conocer cifras “alentadoras” sobre la economía nacional del país. Destacan entre otras el crecimiento sostenido del PIB, la contención de la inflación y, por encima de todo, la disminución de la pobreza. Las cifras proceden del CONEVAL. El prestigiado investigador de El Colegio de México, Julio Boltvinik, especialista en temas relacionados con la medición de la pobreza, que ya ha salido a los medios a objetar con sólidos argumentos las cifras del CONEVAL, asegura que se trata de una operación de Estado para manipular las cifras con claros propósitos electorales, es decir, con vistas a ganar la Presidencia de la República en 2018. Aunque, dada la jerarquía científica del impugnador, no sería sensato desechar sus afirmaciones como papel remojado, creo honradamente que, aun aceptándolas como ciertas, no resultan indispensables para demostrar que el retrato de país que surge de las cifras dichas no se corresponde con la realidad cotidiana de los mexicanos menos favorecidos. Doy algunos datos sobre esto.
En nota aparecida en Forbes México con fecha 5 de septiembre de 2017, se asegura que, según la OXFAM, si aceptamos, como dice el INEGI, que los ingresos del decil más pobre de los hogares mexicanos aumentaron un 8% y los del decil más rico sólo en 4%, “acabar con la pobreza en México tardaría más de un siglo”. Así lo aseguró en conferencia de prensa Rocío Stevens, gerente de campañas de la organización no gubernamental mencionada. La misma nota añade que la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2016, reveló que los hogares mexicanos más pobres ganaron trimestralmente 6 mil 820 pesos, mientras que los más ricos percibieron 160 mil 820 pesos. Con tales cifras, concluye la misma Rocío Stevens, este país tardará en terminar con la pobreza 120 años. Por su lado, el diario El Universal de fecha 4 de septiembre publicó una nota que tituló “México y su añeja desigualdad”. En ella se asegura que la famosa “igualdad de oportunidades” que ha sustituido en todas partes a la obligación de distribuir con equidad la renta nacional, no se sostiene en los hechos. Dice textualmente la nota: (La desigualdad) “Significa que desde el momento de su nacimiento dos personas comienzan a ser diferentes. Uno tendrá fácil acceso a la salud y a la educación, mientras para otros (sic) serán metas no tan fáciles de alcanzar. Más adelante, por esa misma condición, la distancia tiende a crecer y mantenerse hasta la muerte; por supuesto, esa diferencia también influyó en que uno viviera hasta 10 años más que otro”. De aquí se concluye sin violentar la lógica que la “igualdad de oportunidades” no pasa de ser una frase vacía, destinada a engañar y apaciguar a las mayorías inconformes con el modelo neoliberal que las oprime y explota.
Viene en seguida quizá lo más aprovechable de la nota. “Solo el Estado puede comenzar a modificar esta situación. Uno de los mecanismos más utilizados para ello es el cobro de impuestos a través de una fórmula vieja y sencilla: que paguen más los que más tienen. “Los recursos, entonces, deberían destinarse a la creación de infraestructura y servicios en aquellas zonas marginadas, donde la población necesita contar con las mismas oportunidades que los residentes de regiones más desarrolladas”. (Los subrayados son míos, ACM). Esto es, más o menos, parte de lo que viene demandando el Antorchismo nacional desde hace 43 años: una política fiscal progresiva y una reorientación del gasto social hacia los sectores menos favorecidos. Sobre los programas sociales para paliar la desigualdad, dice la nota: “Para analistas del tema, hay deficiencias en los apoyos, pues consideran que no necesariamente están dirigidos a los más pobres y vulnerables”. En otras palabras, se está ayudando a quienes menos lo necesitan. Concluye la nota: “El país lleva décadas con mecanismos de este tipo y pocos resultados en la disminución de la desigualdad”. Por tanto, “es hora de replantear directrices y de exigir resultados, (pues) no pueden transcurrir más años sin que las condiciones sociales mejoren para millones de mexicanos”. (Subrayado mío). Como se ve, no sólo hay incompatibilidad entre uno y otro enfoque de la realidad nacional, sino una franca contradicción que obliga a tratar de encontrar la verdad, la justa dimensión de los problemas, para poder atacarlos eficazmente. Por lo pronto, es inevitable concluir que si la política fiscal y el gasto social del gobierno siguen siendo los mismos, y si, además, los programas sociales han fracasado también, entonces la disminución de la pobreza es una pura falacia sustentada en cifras manipuladas a modo. Al final del día, pues, no queda más remedio que darle la razón a don Julio Boltvinik.
Queda por examinar, sin embargo, la política salarial que es también un recurso poderoso contra la desigualdad y la pobreza. Y aquí hay novedades que no quiero pasar en silencio. Contradiciendo su postura histórica en contra de la elevación del salario de los trabajadores, de pronto y sin motivo aparente, los empresarios en nuestro país salieron a la calle a desmentir sus propios argumentos (Grosso modo: que todo incremento por arriba del de la productividad es inflacionario, que ahuyenta la inversión y frena el crecimiento económico, que el salario mínimo, al subir, “jala” hacia arriba a todos los salarios provocando inflación y crisis etc.), y a “exigirle al gobierno” un incremento salarial sustancial (de 80.04 pesos a 92.72 pesos) para este mismo año: Se auto declararon abanderados de una “nueva cultura salarial” para México (ver notas en FORBES México y El Economista de 22 de junio, Excélsior de 23 y Radio Fórmula de 29 del mismo mes). ¿Qué ha ocurrido, nos preguntamos muchos, para que se dé un cambio tan radical e inesperado en la opinión de los patrones? La respuesta nos llegó por boca del presidente norteamericano Donald Trump y del líder de uno de los sindicatos más poderosos del Canadá. Ambos, en sustancia y en el marco de la renegociación del TLC, denunciaron los bajísimos salarios que se pagan en México y nos acusaron, con base en ello, de hacerles una competencia desleal y de ganarles el mercado con base en los salarios de hambre que ganan nuestros obreros.
El sindicalista canadiense fue particularmente cáustico en su crítica. Según relata Ricardo Raphael en su nota de fecha 4 de septiembre, “Durante la segunda ronda de negociaciones del TLC, el canadiense Jerry Dias criticó a México por mantener a sus ciudadanos en la pobreza de manera deliberada. «Es un argumento de porquería oprimir a las personas para, supuestamente, vivir mejor». No tiene sentido tener TLCAN en esas condiciones… Si México no mejora sus salarios y el ejercicio de los derechos de sus trabajadores, el piso continuará siendo disparejo entre los países”. Más adelante aseguró el sindicalista canadiense: “Si un trabajador de Canadá o de Estados Unidos gana 35 dólares por hora, ¿por qué un obrero mexicano no puede ganar 630 pesos por igual tiempo trabajo?” Con tales cifras Terry Dias, quizá sin proponérselo, desenmascara la “nueva cultura salarial” protagonizada por el empresariado en México, como un intento de engañar a todos adelantándose a proponer un incremento mezquino que de ninguna manera es el que la situación exige y necesita. Así se explicaría su generosidad repentina. Siguiendo su idea, Jerry Dias ha propuesto cinco iniciativas al respecto: 1) acabar con la práctica mafiosa de las armadoras de autos que exigen contratos a largo plazo con salarios míseros garantizados; 2) elevar el salario mínimo en México; 3) crear un mecanismo internacional que garantice estándares laborales dignos para los socios del TLCAN; 4) elevar el salario de los obreros automotrices a un nivel que les permita adquirir los vehículos que fabrican, y 5) poner alto a la intimidación y desaparición de líderes obreros que luchan por mejores condiciones para sus compañeros. Esto último se lo sugirió, quizá, el tener frente por frente, en la mesa de negociaciones, al dueño de TENARIS TAMSA, la empresa de tubos de acero que acaba de meter a la cárcel a Juan Carlos Guevara Moreno, “El Profe”, justamente por luchar en serio por sus compañeros. No hace falta más para concluir que la política salarial abona definitivamente el carácter falaz de la disminución de la pobreza que pregonan las cifras oficiales.
De aquí se deduce, además, que de ser cierto el crecimiento del PIB que se reporta, éste se debe a que el obrero mexicano, con su hambre, insalubridad, ignorancia, falta de vivienda y de servicios urbanos, subsidia la producción para el mercado mundial, torna competitiva la ineficiencia del aparato económico, gana mercado, eleva las ventas y hace funcionar y crecer la economía. El crecimiento del PIB, pues, no es prueba de una economía sana, pujante y benéfica para todos, sino más bien lo contrario, de la riqueza de unos pocos a costa de incrementar la desigualdad y la pobreza de las grandes mayorías. Es verdad que Canadá y EE. UU. denuncian la situación en interés de sus respectivos empresarios nacionales; pero a falta de un sindicalismo mexicano que merezca ese nombre, ante el vergonzoso y cómplice silencio de los charros, no está mal que aprovechemos la lección, que la aprovechen los obreros de México elevando su conciencia de clase y levantando la cabeza para iniciar, todos juntos, férreamente unidos, la lucha por un sindicalismo combativo, digno y realmente representativo de sus intereses gremiales.