Cuando Miguel enfermó de Covid-19 en México, a finales de diciembre, comenzó un viacrucis para su familia, que tuvo que buscarle frenéticamente oxígeno y cama en un hospital y luego esperar varios días para cremarlo.
El aumento de las defunciones es escalofriante, con 32,593 solo en enero, el mes más mortal de la pandemia. La situación desborda hospitales, funerarias, cementerios y crematorios.
“Nos decían que (el abuelo) estaba en la fila, por todas las personas que ya fallecieron y habían comprado el servicio, que había muchísimas personas”, relata la nieta, de 32 años, a la AFP.
Ese día habían muerto en el país otras 1,064 personas, así que la funeraria les notificó: “tienen que esperar”, recuerda la mujer. Miguel finalmente fue cremado el 8 de enero.
México, de 126 millones de habitantes, acumula 162 mil 922 decesos por Covid-19. Entre enero y agosto de 2020, el exceso de mortalidad fue del 38% respecto al mismo periodo del año anterior, según cifras oficiales.
Es el tercer país más enlutado por la epidemia en números absolutos y el decimonoveno en muertes por 100,000 personas. Se suman 1.8 millones de contagios, incluido el del presidente, Andrés Manuel López Obrador.
Apocalíptico
Roberto García, líder gremial y director comercial de la funeraria Olimpia, en Ciudad de México, dice que en promedio están pasando ocho días entre el fallecimiento y la cremación.
Antes de la pandemia, la espera máxima era de 24 horas, cuenta García, luego de que su equipo se encargue del ataúd envuelto en plástico de una víctima del coronavirus.
A sus espaldas, un pizarrón señala los nombres de los difuntos que esperan ser recogidos al día siguiente en los centros médicos.
Mientras el crematorio asigna turno, los cadáveres pueden permanecer en el hospital, pero ante el riesgo de saturación algunas funerarias los llevan a sus instalaciones refrigeradas.
“Es ya una sobredemanda”, afirma García en medio de los féretros y urnas de exhibición.
Aunque un gran número de familias busca cremaciones, otras prefieren inhumar a sus seres queridos. Para ello también hay lista de espera.
Pedro Jaramillo, administrador de una fábrica de ataúdes metálicos, dice que la demanda se “disparó” en diciembre, durante las festividades navideñas.
“Teníamos las bodegas llenas, pero en el momento en que revienta (el brote) se empiezan a vaciar, hasta que se volvió una situación apocalíptica”, explica Jaramillo.
Su empresa, ubicada en el suburbio de Ecatepec, próximo a Ciudad de México, fabrica diariamente 70 féretros. Cerca de él, un grupo de mujeres da los últimos toques colocando herrajes en las esquinas y tela satinada al interior.
Aunque quisiera, Jaramillo no puede aumentar la producción de la noche a la mañana. “Es un oficio especializado, lo tienen que mover manos que conozcan el proceso. Decir ‘duplicamos la producción’ no es posible”.
Servicio negado
El panteón Jardines del Recuerdo, en el norte de la capital, no da abasto, cuenta su gerente de ventas, Margarita Beristáin.
“La demanda de servicios por defunciones covid incrementó enormemente (…), hasta el grado de nosotros no tener la capacidad de proporcionarlos y tener que negarlos”, afirma Beristáin en este parque repleto de tumbas.
Vestida de negro, la mujer explica que la capacidad depende de la “sala blanca”, el recinto donde están los cuerpos en refrigeración para poder cremarlos o inhumarlos, y que puede albergar 44 cadáveres.
“Cuando negamos un servicio es porque no tenemos dónde resguardar el cuerpo y no vamos a engañar a las familias”, dice.
Ante esta situación, los responsables del cementerio comenzaron a cavar más fosas y extendieron los horarios, lo que implica a veces terminar las cremaciones en la madrugada.
A unos metros de la mujer, decenas de personas entran y salen de las oficinas; otras, cargando coronas de flores, escoltan las carrozas que no cesan de pasar.
Con información de AFP