Tal y como ha ocurrido desde que empezó el sexenio, los diputados de Morena impusieron la voluntad de López Obrador. Sin rechistar nada a la orden presidencial y sin consultarle nada a sus electores, levantaron el dedo para aprobar el Presupuesto de Egresos de la Federación 2024, sin hacer caso absolutamente a ninguna de las muchas peticiones de ciudadanos mexicanos que exigen desde hace años que el presupuesto federal deje de usarse en comprar votos a granel para el actual partido en el poder y se destine a resolver problemas de fondo de la mayoría de mexicanos que trabajamos y aportamos impuestos.
Problemas como la pobreza, la marginación, la educación de cuarta calidad, la violencia desbordada y otros igualmente graves seguirán sin resolverse; en cambio, la bolsa para comprar buenos resultados electorales se ha nutrido como nunca para aceitar la maquinaria electoral con ofrecimiento de dádivas y amenazas de quitar apoyos básicos a gente muy necesitada y políticamente frágil porque está sola frente al poder, para “convencerla” de que voten por los políticos guindas, que antaño fueron azules, o tricolores o amarillos o del color que sea. Todo sigue igual, aunque digan que todo ha cambiado. El Gatopardo versión mexicana.
Cinco años son más que suficientes para darse cuenta de cuál será la verdadera dimensión que alcanzará un Gobierno que se dice progresista y de izquierda, así como para prever cuál será su verdadero papel en la historia nacional, más allá de lo que ellos mismos y sus jilgueros a sueldo digan de él. Por lo tanto, ya era suficiente el lustro cumplido en el poder por el gobierno morenista para concluir, sin prejuicio alguno, que no habría ningún cambio sustancial en la distribución de la riqueza nacional, el indicador más importante para juzgar el carácter revolucionario de un gobierno y su verdadera disposición a trabajar a favor de los más pobres, pues si no hay distribución equitativa de la riqueza producida por los trabajadores, no habrá nunca una sociedad más justa, dígase lo que se diga. Y en México no ha hay tal redistribución de la riqueza, ni por la vía fiscal ni por la vía de incrementar salarios, ni por ninguna otra vía; los ricos son cada vez más ricos (lo dicen Forbes y muchos otros) y los pobres son más pobres cada día.
Pero en la discusión del presupuesto de este año ocurrió algo especialmente grave, que ha servido para demostrar que lo que gobierna México no es la izquierda, sino una de las derivaciones de la tradicional clase política mexicana, astuta, inescrupulosa, pragmática (tratándose de conservar el poder y sus privilegios), dispuesta a cambiar de bando las veces que sea necesario, a mentir sin rubor e incluso sonreir mientras apuñala al pueblo que dice representar. Y no se trata de retórica. Resulta que, a pesar de la muy documentada devastación sufrida en el Puerto de Acapulco y decenas de municipios guerrerenses más, y del empobrecimiento adicional que sufrirán millones de habitantes de Guerrero, como resultado de la desaparición de sus ciudades, pueblos y empleos, Morena se negó a etiquetar los cientos de miles de millones de pesos necesarios para poner en pie a Guerrero. ¡Malditos farsantes!, es lo mínimo que se merecen que les diga el pueblo.
Los grandes estadistas de la historia han surgido de las grandes tragedias y dificultades de la humanidad. Esos gigantes se han puesto al frente de sus pueblos agredidos, perseguidos, empobrecidos, colonizados, esclavizados o damnificados por los desastres. Pero en México no está en el poder ese tipo de grandes hombres, sino reciclajes de políticos trapecistas, gesticuladores, manipuladores y uno que otro farsante con influencia. La respuesta ante la tragedia de Guerrero los retrata en su pequeñez y demuestra que en México no gobierna verdaderamente la izquierda sino los reciclajes de políticos de otra épocas pero trepados en las esperanzas de los actuales mexicanos, despolitizados, anhelante de un mejor país, frágiles por su desorganización y creencia en milagros políticos.
Si no le etiquetaron recursos adicionales a Guerrero se condenará a millones a migrar o a vivir en condiciones aún más miserables que las que habían convertido a Acapulco en la ciudad con más pobreza extrema de México. El gobierno se limitará a ejercer los programas asistenciales que ya existían, entregará algunos enseres domésticos, dará prórrogas de algunos meses en el pago de servicios e impuestos y algunos apoyos totalmente insuficientes para reparar cientos de miles de casas dañadas gravemente. Son acciones muy superficiales, que no reconstruirán Acapulco y otros municipios, ni recuperarán los empleos y mucho menos disminuirán la pobreza y la miseria. Que no se olvide esto en las elecciones venideras y, sobre todo, que esta traición convenza al pueblo de que su suerte no cambiará si no se organiza, estudia su situacion y la salida a sus problemas, forma sus propios líderes y toma su destino en sus propias manos. Como dijo Vladimir. I. Lenin: “La verdad es algo grande; y compensa las deficiencias del escritor que la sirve”. Espero que esta verdad sea grande.