Por Joana Juárez
La plástica cubana de los años 80 del siglo pasado se caracterizó por una serie de proyectos colectivos y la emergencia de grupos que realizaban o extendían sus acciones hasta la calle, desdibujando los límites entre el arte y la vida, aseguró la doctora Ileana Diéguez Caballero durante el Coloquio Internacional ¿60 años de qué? Itinerarios de la Revolución Cubana.
La investigadora del Departamento de Humanidades de la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) explicó cómo el surgimiento del grupo Teatro Obstáculo es una manifestación del sentir artístico y un modo de subvertir la realidad, al implicar la vida como acto y creación, “logrando una renovada herejía ruidosa, provocadora y escandalosamente creativa”.
Dicho grupo surgió en 1985 en la ciudad de La Habana, cuando Víctor Varela había vaciado la sala de su casa y trabajaba en un espacio de un metro cuadrado por actor para ocho espectadores por noche, lo que ocurrió de manera desinteresada y clandestina en un departamento del Vedado y pronto se convirtió en un suceso nacional e internacional.
Esa práctica partía del riesgo de favorecer la innovación teatral y la renovación del lenguaje en todos los campos de su género, pero el obstáculo no fue sólo la materia prima con la que ese estilo marcó la diferencia a través de la historia, también fue el soporte que justificó su existencia y el catalizador que permitió una praxis única.
La diseminación performativa había sido detonada por el obstáculo; en singular o en plural, el o los obstáculos fueron incorporados estéticamente en un escenario en el que hacer arte es resultado de ex/poner el cuerpo.
En la memoria de aquellos años supervivió un acontecimiento que ha sido señalado como un hito sociocultural, pero que sobre todo fue el más lúdico y radical gesto de una protesta colectiva: el juego de pelota también llamado La plástica joven se dedica al béisbol, realizada en 1989, que reunió a artistas, críticos, estudiantes y colaboradores del campo artístico y fue el modo en que comenzaron a performar los obstáculos.
“Si no podemos producir arte, jugamos pelota, en un acto que se ha considerado el punto más alto de la poética y la política del nuevo arte cubano de la década de 1980, el cual no sólo tuvo que ver con una respuesta a la censura, sino con la existencia de un tejido cultural que compartía preocupaciones, debates, experimentaciones, estrategias críticas y que, a la altura de 1989, podía reconocer un mismo malestar y al menos ensayar un posicionamiento común.
La doctora Diéguez Caballero dijo no tener dudas de que entonces asistían a una cita en la que estaba en cuestión no sólo activar el juego de lo sensible, sino reafirmarse en una pertenencia a un efímero clan, a una “pandilla secreta” que se confirmaba la pertenencia marcada por la clandestinidad y la marginalidad, que optaba por existir fuera del circuito teatral oficial y desde el teatro exponía un pensamiento no homogéneo, que llegó a significar una declaración de principios.