Por Vania Mejía López
| “Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible estructura social”, dijo hace tiempo el gran poeta y dramaturgo Federico García Lorca, en la inauguración de la biblioteca pública en Fuente Vaqueros, Granada, su pueblo natal. Cinco años después era asesinado por las balas de los fascistas españoles.
La represión, el asesinato y el repudio a los grandes artistas que entregan su vida y su obra a la liberación espiritual y material de su pueblo, han estado presentes a lo largo de la historia en tanto se libra la batalla más larga de todos los tiempos: la de los explotados contra sus explotadores. Por miles de años los desposeídos han tenido hambre y, cuando han logrado organizarse, han conseguido el pan, ¿y el arte y la cultura? Son todavía más difíciles de alcanzar en tanto que muchos hombres ignoran que tienen esa necesidad vital. Sí, los pobres de la tierra se han vuelto máquinas al servicio de los grandes capitalistas y da la impresión de que se han resignado a ello. ¿Cómo romper esta cadena que parece ser natural?
Lorca tenía razón, no es posible luchar por la liberación del pueblo sin considerar al arte y la cultura, puesto que las cadenas que hemos de romper, en primer lugar, son las ideológicas. Para luchar por la libertad debemos reconocer que estamos presos y para transformar nuestra realidad se precisa saber que es posible; el arte tiene ese poder. El poder de abrir los ojos y desplegar las alas de los hombres.
Sólo un tonto no se daría cuenta del maravilloso efecto del arte, un tonto o un explotador, un fascista, un dictador. Así es, aquel que necesite esclavos, siervos, obreros, trabajadores, seguidores que no lo contradigan, hará del arte y los artistas revolucionarios, sus enemigos. Eso pasó con Lorca y con miles de artistas más pero, desgraciadamente, no es cosa del pasado.
En lo que va de la pandemia hemos visto, con tristeza e indignación, que la pobreza crece aceleradamente. ¡Pan!, ¡pan!, pide la gente y el gobierno no responde. Y ahí está el pueblo sufriendo el abandono de quienes les prometieron todo y no les han dado nada: el gobierno de la Cuarta Transformación. Unos cuantos gritan ¡arte!, ¡cultura!, y el silencio es todavía más ensordecedor. Pues bien, los antorchistas hemos gritado ¡Pan, arte, cultura! y en tanto que el grito es más fuerte gracias a nuestro poder de convocatoria y organización, el ignorarnos ya no es suficiente y ahora pretenden eliminarnos.
Luchamos por reivindicaciones económicas y culturales porque queremos a un pueblo bien alimentado y culto, un pueblo fuerte e inteligente que se disponga a transformar esta realidad social que nos destruye. En lo que va de la pandemia hemos producido una gran cantidad de programas culturales pero a la 4T parece no importarle nada, ¡ni el arte y la cultura! No solo recorta presupuestos a este sector tan olvidado sino que, como Miguel Barbosa, lo reprime. Un acto que parece absurdo pero que se comprende al tratarse de artistas antorchistas que hacen del arte su arma de lucha, un arma que romperá las cadenas ideológicas de los mexicanos para que desplieguen sus alas en busca de la libertad.