REPORTAJE ESPECIAL
Por Nydia Egremy
Miente, miente, miente que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá, fue la frase del ministro de Ilustración Pública y Propaganda nazi, Joseph Goebbels, que inspira el plan de desinformación que hoy Estados Unidos (EE. UU.) lanza contra Cuba.
A partir de artificios y del endurecimiento del genocida bloqueo, el presidente estadounidense se propone minar la incipiente normalización de relaciones entre La Habana y Washington que instrumentó su antecesor. Nada distinto puede esperarse de quien desde el Poder Ejecutivo de la superpotencia socava el sistema de salud y bienestar de sus propios conciudadanos y renuncia a la cultura y educación universales.
Hace semanas que la Marina y las agencias de inteligencia de EE. UU. estudian grabaciones con muestras de presuntos ataques acústicos dirigidos contra 22 empleados de la embajada estadounidense en La Habana.
Algunos contienen el sonido de un supuesto “escandaloso coro de grillos” y otros de un “silbido agudo mezclado con el sonido de uñas que rasgan un pizarrón”. Tan peliculesca situación, digna de los álgidos instantes de la Guerra Fría, habría comenzado en agosto pasado cuando la Universidad de Miami recibió un nervioso llamado del gobierno.
Ahí se informó que diplomáticos estadounidenses reportaban dolores de cabeza, náuseas, pérdida de audición, pérdida de equilibrio y hasta lesiones cerebrales leves.
Y Washington necesitaba respuestas. Seis pacientes fueron al hospital de la universidad para determinar la causa del misterio médico que los afectaba, reportaron entonces Frances Robles y Kirk Semple en The New York Times. Aparentemente el mal era causado por un tipo de máquina que emite ondas sonoras que empeoran la enfermedad por la prolongada exposición.
Mientras un especialista de la universidad viajaba a Cuba para examinar a otros afectados, el secretario de Estado, Rex Tillerson, hablaba ya de ataques a la salud aunque admitía: “Aún no podemos determinar quién es culpable”. No obstante, a fines de septiembre todo cambió y Washington empezó a acusar al gobierno cubano de causar esas emisiones.
La cancillería cubana expresó que al conocer el “peculiar incidente” el gobierno tomó con suma seriedad el asunto y actuó con celeridad y profesionalismo. De entrada, inició una investigación exhaustiva, prioritaria y urgente cuyos avances transmitió a la embajada estadounidense con el objetivo de compartir información y cooperar. Por su parte, Washington deslizó que sus agencias de inteligencia tenían “cierta orientación y ayuda” de sus contrapartes cubanas.
Y aunque la prensa de EE. UU. no daba plena cobertura a un asunto tan delicado, analistas y políticos de ambos países y del mundo formulaban inquietantes interrogantes al respecto. Por ejemplo: ¿Qué tan cierta es la existencia de esa onda sónica y la enfermedad que causa? Sería inexplicable un acto hostil de La Habana contra la superpotencia, cuando busca mejorar la relación y lograr que EE. UU. levante el genocida bloqueo que le impuso desde 1962.
Precisamente por esa precariedad de recursos materiales, a Cuba le urge adquirir equipos para diagnosticar cáncer en pacientes o realizar diálisis, pues Washington prohíbe a sus aliados vender esas unidades médicas a la isla. De modo que el gobierno de la Revolución Cubana no gastaría recursos en un equipo “emisor de ondas sónicas” contra su más importante interlocutor.
Otra reflexión apunta a que los presuntos afectados por la sospechosa resonancia solo sean funcionarios del servicio exterior estadounidense acreditados en la isla. Las preguntas exigen veracidad en las respuestas: ¿Cuántos afectados hay? ¿Cuál es su diagnóstico y qué tratamiento se les dio? ¿Qué pruebas tienen para responsabilizar al país anfitrión?
Lo que sí se sabe es que no todos los estadounidenses en La Habana percibieron esos sonidos y que, entre quienes los escucharon, no todos percibieron el agudo zumbido que habría lastimado sus oídos, han dicho testigos a los periodistas Josh Lederman y Michael Weissenstein de la agencia Associated Press (AP), los primeros en abordar el caso.
Entre quienes dicen haber sufrido esa resonancia algunos afirman que duró siete segundos, otros hablan de 12 y algunos más estiman que fue de varios minutos, seguida de un silencio y luego de una reanudación. Lederman y Weissenstein consiguieron una copia del extraño sonido y el especialista en ciencias auditivas de la Universidad George Washington, Kausik Sarkar, les confirmó que no es un solo sonido, sino unas 20 frecuencias simultáneas que se ubica entre los siete mil y los ocho mil kHz con unos 20 picos, separados por espacios iguales.
Hasta ahora la Marina, el Departamento de Estado, la Universidad de Miami y la comunidad de inteligencia no han informado el resultado de sus pesquisas sobre los llamados “ataques acústicos” que presuntamente se habrían iniciado a finales de 2016 y concluido en agosto pasado. Entretanto, el 29 de septiembre, el presidente de EE. UU. retiró a más de la mitad del personal de su embajada en Cuba y ordenó la suspensión inmediata de la emisión de visas en esa sede.
Según la AP, cuyo informe reprodujo The Washington Post, la mayoría de los diplomáticos estadounidenses en la isla no quería marcharse y también se oponía a esa opción buena parte del personal del Departamento de Estado.
Así lo confirmó la Asociación Estadounidense del Servicio Exterior; su presidenta ejecutiva, Bárbara Stephenson, dijo ignorar la causa de los problemas de salud reportados desde la isla, pero consideró que no justificaban la retirada a gran escala de los diplomáticos.
Socavar la relación
Minar el proceso de normalización de relaciones entre Cuba y EE. UU parece ser el objetivo secreto de Donald Trump, tras el supuesto ataque acústico. Expulsar a 15 funcionarios cubanos de la embajada en Washington, a solo cuatro días de que retiró a sus diplomáticos en La Habana, se interpreta como una complicación adicional para conocer la verdad, estimó el senador demócrata por Maryland, Ben Cardin.
Su homólogo por Vermont, Patrick Leahy, sostiene que antes de tomar represalias “deberíamos tener pruebas de que ellos, y no un tercer país o partido, dañaron a nuestros ciudadanos”. La mayoría de los representantes demócratas alega que no se sabe quién hizo qué o por qué, “pero castigamos a los cubanos por no impedirlo”, como declaró la congresista por California Bárbara Lee.
No obstante, el gobierno de Trump usa el caso para avanzar en su objetivo de revertir el progreso en las relaciones cubano-estadounidenses. Y es que un efecto colateral de esa política impide la reunión entre familias que viven en ambos países, pues al aumentar las restricciones hoy enfrentan barreras innecesarias para encontrarse con sus seres queridos en ambos lados del estrecho de La Florida.
A favor de la represalia de la Casa Blanca solo figura el senador republicano Marco Rubio, criticado por la antigua jefa de la Sección de Intereses en la isla, Vicki Huddleston, quien en su cuenta de twitter declaró que la buena relación bilateral impacta en el interés nacional de EE. UU., mientras que el enfriamiento solo beneficia a la “obsesión de Rubio contra Cuba”.
Sin embargo, la relación bilateral sigue gracias al pragmatismo de sus paisanos. Desde que se inició el deshielo diplomático entre ambos países se han firmado unos 20 acuerdos en sectores de comunicaciones, salud y transporte, entre otros.
En febrero de este año, funcionarios de la Autoridad Portuaria de Cuba y de los puertos de Pascagoula y Gulfport (Mississippi) pactaron dos acuerdos de colaboración.
Es notable que el senador republicano, William Thad Cochram, presidiera la firma de esos pactos. Con ambos convenios, suman siete los firmados. Los otros son con Mobile (Alabama) y en 2016 con los puertos de Virginia y tres en el estado de Lousiana (New Orleans, Lake Charles y Louisiana del Sur).
Tan intensa actividad es la respuesta del empresariado estadounidense a la cancelación, el 26 de enero, de los pactos que existían entre la isla y puertos de la Florida (Everglades y Palm Beach). El gobernador de Florida, Rick Scott, abusando de sus facultades ejecutivas y por presión de las fuerzas más retrógradas del país, amenazó con recortes presupuestales a las terminales marítimas que colaboren con Cuba.
A pesar del boicot de la ultraderecha, la estrategia de reformas para actualizar el modelo económico de Cuba prospera en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel (ZEDM). Entre los 19 proyectos internacionales que ya operan, uno aspira a reducir la dependencia en artículos de higiene y cuidado personal.
De ahí la alianza entre la multinacional anglo-holandesa Unilever y la firma estatal Intersuche, que iniciará en 2018, generará 300 empleos directos y otros tantos indirectos, con base en una inversión de 35 millones de dólares en una planta que ocupará 40 mil metros cuadrados.