Columna invitada. Por: Abentofail Pérez.- Hace más de dos siglos se erigió en Francia el gran pilar del nuevo sistema económico. La Revolución Francesa sentó los cimientos políticos del capitalismo, sistema que había comenzado su consolidación en las últimas décadas del siglo XVIII con la llamada Revolución Industrial en Inglaterra. Los preceptos económicos sobre los que se construyó su ideario político encontraban su origen en los pensadores surgidos en el ocaso del mercantilismo, corriente del pensamiento económico que por siglos había imperado en las naciones más poderosas en occidente, pero que con la llegada de la Revolución Industrial y la transformación esencial de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, exigía una nueva forma de pensamiento que se adaptara a las nuevas circunstancias.
Sobresalen entre los primeros grandes críticos del mercantilismo, a pesar de su reticencia a ver la decadencia de sus ideas como la decadencia del sistema económico, hombres de la talla de David Hume, William Petty, Cantillon, Locke, etc., quienes desmintieron la falacia mercantilista que buscaba una balanza comercial siempre favorable a través del proteccionismo, asegurando en el caso de Petty, a quien Marx reconoce como el padre de la economía política clásica, que “el trabajo es el padre de la riqueza y la tierra la madre”. El papel prominente como fuente de riqueza que se atribuyó a la tierra fue la esencia del pensamiento fisiócrata, que en Francia, con pensadores como Quesnay, Turgot y Boisguilbert, encontró a sus principales representantes. A pesar del error evidente en la comprensión de la teoría del valor, los fisiócratas aportaron una de las ideas que posteriormente recogería Smith y que sería, a su vez, uno de los puntales del librecambismo. El “Laissez faire, laissez passer” (Dejar hacer, dejar pasar). Encontró su culmen el nuevo pensamiento económico con la obra de Adam Smith, La riqueza de las naciones, y casi medio siglo después con la aparición de Principios de economía política y tributación, de David Ricardo.
Todo este recuento que grosso modo se realiza tiene como finalidad demostrar la íntima relación existente entre las ideas predicadas por el mercantilismo hace más de quinientos años y, por otro lado, la negación clara y manifiesta a las ideas que dieron origen al sistema económico que desde hace casi tres siglos domina la humanidad. Los Estados Unidos, a cuya cabeza se encuentra ya nominalmente Donald Trump, pretenden virar radicalmente su política económica y sacrificar el librecambismo absoluto que encontró su realización última en la globalización, y recuperar las ideas que el mercantilismo predicaba hace cientos de años pero que ahora observa necesarias como una medida temporal de recuperación. El librecambio será ahora sustituido por el proteccionismo. El dejar hacer, dejar pasar se enfrentará a un estado intervencionista que ha comenzado a dar muestras de su política impidiendo la salida de empresas norteamericanas a otro países.
La libertad de intercambio que Smith recoge de la fisiocracia, el “Laissez faire, laissez passer”, ha quedado obsoleta y se exige ahora una intervención directa del Estado en la economía, idea que va esencialmente contra la prédica del capitalismo. Esta idea de librecambio fue recuperada a su vez por el ideario político de la Revolución, ideario que continúa, tal y como las ideas de la Economía clásica, soportando la credibilidad del capitalismo, y que quedará obsoleta al perder el soporte económico que encontraba en el “país de la libertad”. Nos encontramos en un momento histórico en el que las ideas comienzan a reflejar las nuevas necesidades sociales y en cuya negación observamos la falsedad intrínseca de las mismas.
Durante la Independencia de las trece colonias en 1776 y posteriormente al estallar la Revolución Francesa se predicó en el mundo occidental el lema: “Liberté, Égalité, Fraternité” (Libertad, igualdad y fraternidad), que resumía en apariencia las ideas del nuevo sistema económico y político. En realidad no pasaron muchos años para que la clase trabajadora observara la falsedad de la prédica y descubriera que si tenían libertad era sólo la libertad de morirse de hambre; que si existía igualdad, ésta se encontraba claramente diferenciada entre explotados y explotadores. Eran unos más iguales que otros. Y la fraternidad era una ilusión para los trabajadores quienes tuvieron todavía durante muchos años la imposibilidad de asociarse a través de sindicatos. Dicha fraternidad era sólo posible entre aquellos cuyos intereses mezquinos y personales los hermanaban con el único objetivo de defender su riqueza y su propiedad de los que nada tenían.
Hoy la política económica pareciera dar un giro, contradictorio y absurdo, después de trescientos años en los que se defendió a muerte una falacia comprobada que hoy se reconoce. El capitalismo no se resume en la extravagancia y desfachatez de uno de sus representantes. La política proteccionista e intervencionista de Trump refleja las condiciones en las que se encuentra actualmente el capitalismo y si el gran imperio está dispuesto a traicionarse ideológicamente es porque la circunstancia económica se lo exige. No se puede ahora asegurar cuál será la nueva salida teórica que soporte el revés que la realidad da al imperio; tendremos que esperar y prepararnos como nación para lo que venga en los próximos años, que se avizoran difíciles. Tenemos la oportunidad histórica de luchar en lugar de resistir, de osar cambiar radicalmente nuestra condición oprobiosa, en estos momentos en los que nuestro mayor enemigo retrocede ante el abismo que él mismo creó.