Columna: Tribuna Poética. Por Tania Zapata. (2da parte).- Las aventuras de Antar son extraordinarias: salva a doncellas y matronas desamparadas, dando ejemplo de la más pura generosidad y los sentimientos de honor y decencia caballerescos marcan a menudo sus actos a pesar de pertenecer a esta nación “bárbara”. También las heroínas acometen las empresas más salvajes y salen airosas de ellas. En uno de los episodios más conmovedores, una tribu enemiga ataca a los absanos y toma cautivas a todas las mujeres, entonces Antar se pone la armadura, enarbola su espada Dhami y, montado en el legendario Abjer se une a los jefes para redimir el honor de la tribu, mientras exclama:
Pronto conoceréis mi valor frente al enemigo y mi furiosa valentía; me sumergiré en las llamas de la guerra con la cimitarra que no se quiebra; atravesaré sus corazas con mi lanza y con la hoja de mi espada Dhami, a cuyo borde fluirán las olas de la muerte sobre el enemigo. Cabalgaré para proteger a los míos. Mi espada es mi padre, la lanza en mi mano es el hermano de mi padre y yo soy el hijo de los desiertos.
¡Oh, Abla! Que tu imagen esté ante mí y le infunda fuerza a mi corazón.
Ante el asombro que provoca su tenacidad para obtener la mano de Abla, Antar reconoce:
Es el amor el que anima al hombre a encontrarse con peligros y horrores y no hay peligro que pueda ser aprehendido sino por una mirada desde debajo de la esquina de un velo.
Frente a Chosroe, monarca persa, Antar asegura:
La brisa fresca viene en la mañana, y cuando sopla sobre mí con su esencia refrescante, es más grata que todas las riquezas conquistadas. El reino de Chosroe no sería nada para mí si el rostro de mi amada huyera de mi vista. Más encantadora que una Hurí, cuando sonríe, sus dientes son como una copa de vino llena de perlas. El cervatillo ha tomado prestada la magia de sus ojos y el león lo persigue para apropiarse de su belleza. Encantadora criatura, delicadamente formada. Su belleza opaca el brillo de la Luna.
En el curso de sus hazañas, Antar vence a un arquero famoso llamado Jezar y en castigo por las agresiones contra su pueblo lo deja ciego con un sable al rojo vivo, concediéndole después la libertad. Jezar medita en silencio su venganza, sigue de cerca la caravana de Antar y Abla. Guiado por el oído, lanza una flecha envenenada al desprevenido Antar que, sintiendo cerca la muerte, ordena a su esposa vestir su armadura, empuñar sus armas y avanzar rápidamente hasta alcanzar la seguridad de la tribu natal.
Para volver a la tierra donde habitan los hijos de Abs, para asegurar tu paso por el desierto que te separa de ella, viste mi armadura y monta mi corcel. Nuestros enemigos pensarán que estoy vivo y no atacarán. Mi caballo y mis armas bastarán para detener a los más audaces.
Sobrecogidos al principio por la fama del héroe, los salteadores no atacan la caravana hasta que la diferencia en el porte y la inseguridad de Abla denuncian el engaño, entonces, desde la litera en la que agoniza, Antar lanza su famoso grito de guerra, disuadiendo algunas horas más a los enemigos, que al amanecer deciden atacar. Pero inmóvil y solitario, descubren el cadáver de Antar, montado en Abjer y armado para la batalla. Dudan mucho tiempo en acercarse, y cuando lo hacen, el cuerpo cae a tierra con gran estrépito descubriendo la treta: La amada del héroe ha tomado suficiente ventaja y se encuentra a salvo entre los suyos.
Todas las apariencias dicen a sus corazones que ha dejado de vivir. Y sin embargo ninguno de ellos se atreve a asegurarse: ¡tan fuerte es el hábito del miedo que el héroe inspira!
Los atacantes quedan asombrados al ver en el desierto, inmóvil, al que hizo temblar a toda Arabia. En vano se esfuerzan por capturar su corcel. El fiel Abjer, habiendo olido a su amo muerto, siente que ya no hay un jinete digno de él y, más veloz que el relámpago, se escapa de ellos, desaparece de sus ojos y se sumerge en la libertad del desierto. El jefe de los beduinos, conmovido por la grandeza del héroe, llora sobre su cadáver, lo cubre de arena y le dirije estas palabras:
¡Gloria a ti, valiente guerrero! Que durante tu vida has sido defensor de tu tribu, y que después de tu muerte has salvado a tus hermanos con el terror de tu cadáver y de tu nombre. ¡Que tu alma viva para siempre! ¡Que los refrescantes rocíos humedezcan el suelo de esta última hazaña!