Colaboración invitada. Por: Ricardo Torres.
Federico Engels, uno de los más grandes teóricos y organizadores del proletariado mundial, escribió una extraordinaria obra titulada “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, donde elabora una profunda y contundente defensa de la clase obrera, colocando al trabajo manual como la actividad esencial y transformadora del hombre a través de su historia.
Con base en un riguroso estudio de las ciencias naturales, especialmente sobre la teoría de la evolución expuesta por Carlos Darwin y aplicando su concepción filosófica del mundo, Engels comienza explicándonos la importancia que tuvo el desarrollo y evolución de la mano del hombre primitivo para que éste asumiera una posición vertical, cómo la progresiva habilidad y destreza de sus manos le permitieron recolectar no sólo una mayor cantidad de frutos, sino también la posibilidad de crear instrumentos para cazar, pescar y defenderse de los animales salvajes. Posteriormente, con sus manos crean las distintas formas de habitación para protegerse del clima y el entorno natural, descubren el fuego, diversifican su alimentación y con ello su adaptación y subsistencia. Este trabajo colectivo, nos dice Engels, fue requiriendo obligadamente un sistema elemental de comunicación que se fue refinando hasta convertirse en un lenguaje articulado.
Así, el trabajo permitió a nuestros antepasados, durante millones de años, la evolución y desarrollo de su propio organismo: comenzando con la habilidad de sus manos, asumiendo una posición vertical y creando un lenguaje articulado hasta alcanzar un alto desarrollo de los sentidos y, con ello, de su cerebro e inteligencia. De esta forma, el trabajo manual y el desarrollo intelectual del hombre primitivo le permitieron distanciarse del resto de los animales y alcanzar un importante grado de adaptación y dominio sobre la naturaleza.
Aparecen la agricultura y la ganadería. La vida sedentaria superó al peregrinaje nómada, en amplias regiones se establecieron grupos y comunidades hasta conformarse en importantes poblaciones: surgen las ciudades. La actividad productiva y social del hombre se ensancha, se desarrolla la cerámica, la alfarería, la minería, la costura, el hilado, la orfebrería, la imprenta, la arquitectura, el arte, la ciencia, la navegación, el comercio, nacen los Estados civilizados, las naciones y los sistemas económicos, hasta llegar al modelo capitalista que domina hoy al planeta.
Se interrumpe aquí el texto; lamentablemente el autor no logró concluirlo. No obstante, es suficiente para comprender que la idea central de su obra consiste en demostrar cómo el trabajo no sólo es la fuente de toda riqueza, sino la condición fundamental del ser humano. Hasta cierto punto, nos dice Engels, el trabajo es el creador del propio hombre.
Ahora bien, contrastemos esta apretada síntesis de la obra de Engels, con el menosprecio que los dueños del capital muestran hacia la clase obrera y la estremecedora situación del trabajo en el mundo actual.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), agencia oficial de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en su informe “Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo – Tendencias 2017”, nos dice que el número de personas sin trabajo en el mundo supera los 200 millones. Y para este año se espera que el desempleo global aumente en 3.4 millones, señalando que el crecimiento de la población mundial se está incrementando a un ritmo mucho más acelerado que el de la creación de empleos.
En México, por ejemplo, de 122 millones de habitantes, donde 52 millones corresponden a la Población Económicamente Activa (PEA), el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) registra que más de dos millones de mexicanos están desempleados y cerca de 30 millones se encuentran laborando en la informalidad, es decir, que más de la mitad de la PEA carece de una actividad productiva. Aunque conviene advertir que estas cifras oficiales son siempre optimistas porque los datos reales están muy por encima de las endulzadas declaraciones y estadísticas gubernamentales.
Podemos entonces afirmar que el creciente desempleo traerá más miseria, desigualdad e injusticia para los trabajadores de México y el mundo y, por otro lado, para los monopolios capitalistas -que son los dueños de la industria, el comercio y el dinero- el desempleo constituye un atractivo mercado de fuerza de trabajo que les garantiza mano de obra barata y disponible en cualquier parte del planeta en el momento que así lo deseen. Además, les asegura otras dos cosas esenciales: el control absoluto de la regulación salarial y el amordazamiento de la lucha obrera, es decir, ante la necesidad y el hambre, el trabajador se ve obligado a aceptar los raquíticos salarios que ofrecen los patrones y, al mismo tiempo, se genera en su mente un inmenso temor a luchar en defensa de sus derechos laborales ya que esto significa poner en riesgo su empleo y, con él, los escasos ingresos que sirven para la supervivencia de su familia.
Planteadas así las cosas, podemos decir que el desempleo es un fenómeno económico social provocado por el modelo económico capitalista que, lejos de promover el bienestar social, lo único que pretende es explotar la mano de obra barata para obtener de ella un crecimiento acelerado de ganancias en favor del capital.
Pero si vamos más al fondo, siguiendo a Engels, el desempleo representa, además, la involución misma del hombre: su capacidad creadora y transformadora se ve mutilada. Sin la realización del trabajo la humanidad queda impedida para continuar con su sano desarrollo: el pueblo trabajador que demanda alimento, vestido, vivienda, salud, educación, transporte y demás bienes y servicios, al hallarse sin empleo se ve impedido no sólo de producir mercancías y riqueza, sino imposibilitado también para adquirir y consumir esos bienes materiales necesarios para subsistir. El modelo económico capitalista entra en crisis: los almacenes se encuentran repletos de mercancías pero los desempleados y el pueblo pobre no pueden comprarlas. Las empresas se ven obligadas entonces a reducir sensiblemente su producción, aumenta el desempleo, los mercados se contraen, la circulación del capital financiero se trastorna, crece la pobreza y la desigualdad, el orden social convulsiona y el hombre sin trabajo se degrada y pervierte.
Es por ello que los trabajadores de México debemos observar y comprender que el desempleo es uno más de los efectos devastadores del modelo económico capitalista que sólo produce riqueza para un puñado de multimillonarios a costa de la miseria de millones y millones de seres humanos en el planeta. Y para confirmar esta creciente desigualdad que existe en el mundo basta con citar el espeluznante dato publicado recientemente por Oxfam (organismo internacional no gubernamental) en su informe “Una economía para el 99%”, en el que denuncia que tan sólo ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. Esta es la cruda realidad.
No obstante, el capitalismo monopolista y explotador no es eterno, sino que envejece, se desgasta y se está agotando: sus contradicciones internas -cada vez más destructoras- lo están colocando en una etapa terminal que inevitablemente tendrá que dar paso a un nuevo modelo económico más justo y equitativo, que valore el papel del trabajo y la importancia económica, política y social de la clase obrera.
Pero como bien lo expresaron Carlos Marx y Federico Engels, “La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”, esto es, que esta transición del viejo modelo capitalista por uno nuevo más justo y equitativo sólo podrá ser posible con el concurso y la decidida participación de la clase obrera, porque sólo así se podrá asegurar que el Gobierno al servicio del capital sea sustituido por un Gobierno de los trabajadores y para los trabajadores.
En suma, para cambiar el modelo económico existente y conformar un Gobierno al servicio del pueblo, los obreros debemos unirnos, educarnos, organizarnos en un partido político proletario y luchar por la conquista del poder político, porque sólo los trabajadores organizados, con nuestras manos transformadoras y generadoras de riqueza, podremos edificar un modelo económico distinto y superior, capaz de garantizar a todos los hombres un trabajo estable, creador y productivo.