Los temores inflacionistas que han marcado el inicio del año en México se han atemperado en las últimas semanas. El abaratamiento del petróleo, que incide directamente en el precio de la gasolina, y, sobre todo, la fortaleza del peso frente al dólar, que ha revertido la lúgubre tendencia previa, han tranquilizado las aguas desde la última reunión de política monetaria. Pero el Banco de México no quiere soltar el timón y, fiel a la línea que marca su todavía máximos responsable –“no hemos sobrerreaccionado”, proclamó Agustín Carstens la semana pasada–, sigue actuando con carácter preventivo. Este jueves, tal y como esperaban las principales casas de análisis, el instituto emisor ha anunciado un nuevo incremento de un cuarto de punto en las tasas de interés, hasta el 6,5%, y mantiene la senda que debería llevar el precio del dinero a cerrar el año por encima del 7%. Aunque la subida es menor que en las cuatro ocasiones anteriores, en las que el organismo había optado por un incremento de medio punto, el Banco de México mantiene el pulso.
México empezó la actual senda alcista en las tasas de interés a mediados de diciembre de 2015, siguiendo los pasos de la Reserva Federal estadounidense. El gigante norteamericano, un país con el que los lazos van mucho más allá de su inabarcable relación comercial, acababa de dar el paso tras casi una década de tipos ultrarreducidos para relanzar un crecimiento todavía anémico tras la Gran Crisis de 2008. Y el Banco de México se vio forzado a seguir sus pasos por el temor a una fuga de inversores en renta fija ante la mejor retribución en EE UU y la necesidad de contener la pérdida de valor del peso, que ya empezaba a desatar cierta desazón entre las autoridades económicas.
Un año y medio después, las decisiones de la Fed y del banco central mexicano siguen entrelazadas. Aunque, por el camino, el instituto emisor mexicano se ha visto forzado a acelerar el paso en las subidas de tipos para anclar los precios, cualquier acción de su par estadounidense le obliga a mover ficha de inmediato. En diciembre pasado, la Reserva Federal volvió a endurecer su política monetaria y México redobló su apuesta en la misma dirección. Lo mismo ocurre ahora: aunque los temores inflacionistas y la depreciación del peso se han mitigado en las últimas semanas y la viabilidad de la política comercial de la Administración Trump genera cada vez más dudas, el Banco de México no podía aflojar el ritmo tras la última subida de tipos decretada por la Fed hace 15 días.
Hasta la primera mitad de marzo, la inflación aumentó a un ritmo del 5,3%, el mayor en los últimos años. Pero la tendencia debería frenarse en las próximas semanas por el abaratamiento de los bienes importados que componen la canasta básica de consumo tras la apreciación del peso y la caída en el precio del petróleo, que antes o después debería notarse sobre el coste de los carburantes en México, la principal causa del reciente repunte inflacionario.
«Desde la última decisión de política monetaria, las condicionesen los mercados financieros nacionales mejoraron significativamente», reconoce el instituto emisor mexicano en la nota en la que ha anunciado su decisión de tipos. «La cotización de la moneda nacional registróuna apreciación considerable, alcanzando su menor nivel desde el día de la elección presidencial en EE UU», subraya. «Si bien prevalecen riesgos a la baja para el crecimiento, parecería estar disminuyendola probabilidad de que se materialicen algunos de los más extremos. Así, a pesar de que el balance de riesgos para el crecimiento continúa sesgado a la baja, en el margen mejoró».
Sin embargo, a renglón seguido, el Banco de México reconoce que la economía nacional continúa enfrentando un entorno «muy complejo», lo que le lleva a pedir una mayor «consolidación fiscal» y «reformas estructurales»: dos mantras en los comunicados de todos los grandes bancos centrales del mundo en los últimos años. «El escenario es incierto», apostilla.