Opinión de Aquiles Córdova Morán
Estamos ya embarcados en un proceso electoral de gran trascendencia para todos, pero en particular para las mayorías populares que llevan sobre sus hombros todo el peso del edificio social, comenzando, desde luego, por la actividad económica que es la que genera los bienes y servicios necesarios, indispensables o simplemente útiles para la vida de la sociedad en su conjunto, de los cuales, como es ya un lugar común repetir, los que menos se benefician son sus productores directos. El proceso electoral de que hablamos es el que acaba de iniciarse abiertamente este lunes 3 de abril para elegir Gobernador en tres entidades (Estado de México, Nayarit y Coahuila) y Ayuntamientos Municipales en Veracruz, pero que no se cerrará, en rigor, sino hasta junio del 2018 con la elección del nuevo Presidente de la República. Todos sabemos que, en México, la política económica y la política a secas que se aplican al país entero dependen en gran medida de las decisiones de quien ocupe el sillón presidencial, a pesar de que ambas afectan, y afectarán irremediablemente la vida de todos los mexicanos, especialmente la de las grandes mayorías sin ninguna posibilidad de influir o modificar los planes de gobierno después de haber depositado su voto en las urnas. De allí la amplia y profunda trascendencia del proceso electoral aludido.
Como exige el momento, cada vez que me presento últimamente en algún acto público de los que suele organizar el antorchismo nacional, los pocos reporteros que se me acercan buscando una entrevista “banquetera” me sueltan sin falta las preguntas de cajón: ¿van ustedes a votar por el PRI? ¿Cuál es su candidato al gobierno del Estado de México? ¿Y a la presidencia de la República? ¿Qué opina usted de éste o aquél candidato o precandidato? Esto me lleva a reflexionar que tal forma de abordar el problema no puede ser casual o voluntaria, sino fruto obligado de la mentalidad y la cultura política en que nos hemos formado todos los mexicanos. Resulta asaz reveladora e inquietante la casi total ausencia de cuestionamientos incisivos sobre la situación del país; las causas profundas de sus problemas económicos y sociales; la creciente desigualdad y pauperización de las mayorías; los efectos directos o indirectos que esto ejerce sobre la paz y la estabilidad de la sociedad en su conjunto; los medios posiblemente más eficaces que deberíamos ensayar para tratar de remediar, o al menos paliar la situación. De ahí debe proceder, pienso, como su consecuencia natural, la falta de interés por la orientación político-social de los candidatos; por su trayectoria pública como el mejor medio de conocerlos; por el contenido de sus discursos y pronunciamientos de campaña; por el nivel de conocimiento de los problemas del país o del estado que revelen; por sus propuestas concretas sobre política y economía y por la credibilidad que merezcan esas propuestas. Quienes me interrogan (la mayoría) me miran con incredulidad o con sorna, y algunos incluso con enojo y menosprecio, cuando yo contesto, con toda la honradez de que soy capaz, que para Antorcha lo esencial no es el nombre del candidato o del partido que lo postula, sino su conocimiento del país y sus problemas; su trayectoria de servidor público y la capacidad que muestre para enfrentarse a los retos de un buen gobierno, y que sobre esa base decidiremos.
No me creen pero así es. O, mejor dicho, así creo que debe ser. Así pienso que deberíamos pensar, hablar y actuar todos los actores políticos y los electores, si realmente queremos que algún día (pero más pronto que tarde), el voto del pueblo sirva realmente para elegir a gobernantes capaces, honrados, diestros en el arte de gobernar al pueblo y que leal y sinceramente representen los intereses de todos, sí, pero de modo equitativo y justo, sin privilegios excesivos para nadie. Debemos poder garantizar, con el margen de error inevitable en estos casos, que el tremendo poder que con ese mismo voto ponemos en manos de los gobernantes sea aplicado en la construcción de un país más trabajador, mejor productor de riqueza que hoy, con una productividad a la altura de las mejores del mundo para poder competir dignamente (y no a base de salarios de hambre) en el mercado mundial. Pero, sobre todo y por encima de todo, un país más equitativo, más igualitario con todos sus hijos; pues solo de la riqueza, pero de una riqueza equitativamente compartida, brotan la paz, la estabilidad, la solidaridad social y el florecimiento espiritual de los pueblos. La desigualdad creciente, la pobreza y la miseria multiplicadas día con día, matan todo eso y acaban generando encono y enfrentamiento social.
¿Por dónde empezar? El problema parece absolutamente circular, cerrado sobre sí mismo e imposible de hallarle el principio, el punto de partida para una política curativa y profiláctica de resultados tan rápidos como sea posible. Los antorchistas hemos hecho ya nuestra apuesta: creemos que hay que empezar reconquistando la democracia verdadera y autentica, una que restituya el poder de decisión a las mayorías y que garantice que al poder llegará solo quien logre convencer al votante con una propuesta precisa y clara de gobierno y con un historial comprobado y comprobable de probidad, capacidad y compromiso profundo con el bienestar material y espiritual de los más pobres. Sabemos, sin embargo, que este pueblo crítico, educado, alerta y exigente no existe (al menos no en la medida y cantidad en que se necesita) en el México de hoy; sabemos que nuestro pueblo ha sido siempre engañado, manipulado, corrompido con promesas de gobierno falsas y con baratijas para birlarle su voto a bajo costo en cada campaña electoral, tal como se trasluce en la manera de interrogar y analizar de los medios informativos. Hay que empezar, entonces, por formar a ese electorado crítico, inteligente y decidido a conquistar una vida mejor al precio que sea, y, junto con ello, darle la organización requerida para manejar con éxito el arma política de su voto y para reclamar a sus gobernantes, en tiempo y forma, el cumplimiento de sus compromisos.
La tarea es, pues, educar, politizar y organizar al pueblo para que aprenda a ejercer en su provecho el poder de la nación que, según nuestra ley de leyes, reside originariamente en ese mismo pueblo y, por tanto, le pertenece sin discusión. Para consumar tan difícil tarea, para despertar al pueblo, hay que poner ante sus ojos verdades y solo verdades por dolorosas que sean; hay que hacerle entender, con respeto pero con energía y claridad, lo que un estudioso del colonialismo imperialista inglés de principios del siglo XX escribió: “Lo que nos sirve para medir el bienestar de un pueblo no es el volumen de las exportaciones ni que se multipliquen las fábricas y las industrias ni la construcción de ciudades. No. Nación próspera es aquella en la que la gran masa de sus habitantes puede conseguir, con un esfuerzo razonable, lo que necesita para llevar una vida humana de confort frugal, pero segura” (W. S. Lilly, “La India y sus problemas”. La cursiva es del original). Es por esto, y solo por esto, que Antorcha le habla a su gente con crudeza de la miseria, la desigualdad, el desempleo, la violencia, la mala calidad de la educación, del servicio de salud, de la vivienda y demás bienes necesarios para esa vida humana frugal de que habló Lilly. No por molestar a nadie ni para poner piedras en el camino de quienes nos gobiernan, aunque ninguno de ellos parece entenderlo así. Y es por eso también que hoy, en plena guerra electoral, aconsejamos al pueblo que no se deslumbre ni con personajes famosos ni con colores partidarios ni con la compra de su voto a cambio de migajas; que exija a los candidatos hablar claro y con verdad y que procure conocerlos para decidir qué tanto puede confiar en sus promesas. Nada más pero nada menos. Y otro tanto hacemos los antorchistas, como dije al principio.
ATENTO ENVÍO: El domingo, dos de abril, asistí a la celebración de 25 años de lucha del antorchismo hidalguense en Pachuca y municipios aledaños. Quiero agradecer aquí al señor Gobernador del estado y a su oficina de prensa el gran despliegue publicitario que le dieron y siguen dando a la “camioneta de lujo” (aunque aclaro que es la seguridad y no el “lujo” lo que me obliga a usarla) en que me trasladé, haciéndola figurar en las primeras planas de varios importantes diarios locales con su respectivo comentario mordaz. La verdad es que el obsequio les debió costar una buena cantidad de dinero, ese sí salido de las arcas públicas. A los respectivos señores periodistas los felicito por las fotos y la investigación mercadológica minuciosa con que obsequiaron a sus lectores. Eso se llama informar bien y con profesionalismo, lo demás son tortas y pan pintado. Como merecido premio, los invito a un paseo gratis en mi “supercamioneta” garantizándoles que nadie los molestará ni les reclamará nada, ya que el vehículo no es robado ni fue adquirido con dinero público (como ocurre con los políticos que les “dan línea” a cambio de unos pesos) ni con cuotas de los antorchistas pobres por los que casi no duermen, ellos y el Gobierno. Tanto, que ya hay quien “exige” que se investigue el origen de los recursos con que los “antorchos” nos pagamos tamaños lujos, demanda que a mí me parece justa y digna de aplauso. Solo quiero aclarar al “crítico” de “Quadratín” que no se vale comenzar acusando e insultando a alguien, para terminar exigiendo “que se le investigue”. Si la lógica no me traiciona, la investigación va primero. ¿O no, señor caballero andante de la moral pública?