Por Nydia Egremy
El imperialismo del siglo XXI tiene en el presidente estadounidense a un eficaz agente. Donald John Trump ha demostrado que es impredecible pero no incongruente, pues ha sacudido la política de Estados Unidos (EE. UU.) y trastocado la arquitectura mundial.
Bajo el lema “Hacer de nuevo grande a América” el empresario-presidente avanza en la reconfiguración de Medio Oriente, dicta la agenda de la Alianza Atlántica y logra sustantivos contratos a favor de trasnacionales por venta de armas, pactos con firmas de transgénicos, la construcción del muro fronterizo con México y el oleoducto Keystone XL, entre otros. En reacción, el “Estado profundo” se ha rebelado en una pugna cuyo ganador definirá el futuro de la potencia.
Los primeros meses de la era Trump están marcados por la explosiva combinación de furia y poder. Así como hoy en el mundo se escenifica una intensa combinación de procesos, conflictos y actores, emergentes y antiguos, que marcan de forma dramática que la otrora superpotencia global ya no es todopoderosa. En el interior de la superpotencia surgen movimientos inéditos que cuestionan su propia democracia.
Al levantar sus telones, la era Trump encuentra a China y Rusia, seguidos muy cerca por India, que se consolidan como los grandes actores que construyen el llamado “siglo euroasiático”. Esa emprendedora visión se alista para rivalizar en influencia, mercados y rutas con Occidente.
En contraste, Europa sigue bajo el efecto centrífugo del Brexit, la escalada del ultranacionalismo racista e islamófobo y su incapacidad de acción ante el tsunami migratorio desde el Este y el Mediterráneo.
Al parecer las únicas buenas noticias para el agente de las corporaciones –y supuesto hombre “anti-sistema”– provienen de América Latina. La región ha dejado de crecer al ritmo vivaz de la primera década del siglo XX y hoy en Brasil y Argentina gobierna la derecha conservadora.
Sus otros dóciles aliados locales (Chile, Colombia, México y Perú) sirven al interés trasnacional con su ilusa Alianza del Pacífico mientras las agencias estadounidenses emprenden su guerra híbrida contra Venezuela y los otros gobiernos progresistas.
En el fondo de la escena está una élite política mexicana paralizada, temerosa, pasmada e incapaz ante la agresiva embestida verbal y política del 45º presidente estadounidense contra México, su aliado y “socio”.
Al carecer de una política exterior para EE. UU., la clase en el poder no logra leer el contexto geoestratégico de la llamada era Trump y parece resignada a rendirse al veleidoso magnate y renunciar a usar sus ventajas estratégicas para ganar el respeto del empresario.
Donald Trump se propuso crear un nuevo orden internacional político-económico. Sus primeros beneficiarios ya son el complejo militar industrial (CMI) y el sector financiero; ambos han tomado posiciones clave en el gabinete del magnate, pues para fomentar la venta de armas y más servicios financieros, los neuromercadólogos de Washington esparcen campañas que crean miedo, incertidumbre e inseguridad colectiva. Así reviven la idea de EE. UU. como necesario policía mundial.
Por otra parte, a muchos en su país les incomoda el triunfo del negocio sobre la política. El magnate se creó un perfil de hombre “anti-sistema” hábil que multiplicó la fortuna heredada, con lo que simbolizaba la aspiración de los estadounidenses. No obstante, hoy su gabinete es el más rico en la historia de EE. UU., pues entre él y sus colaboradores suman una fortuna de cuatro mil 500 millones de dólares, según la revista Forbes.
Gira por Medio Oriente
En su primera gira internacional de mayo pasado, Donald Trump avanzó en la intención imperial de reconfigurar Medio Oriente.
Precedido por esa campaña del miedo y de oligarca implacable, restauró la relación de EE. UU. con los más influyentes actores regionales: Arabia Saudita, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) e Israel. En el trasfondo, pero no menos importantes, estaban el diferendo palestino-israelí, la desarticulación del eje Irán-Siria-Rusia y el combate al Estado Islámico (EI).
Audaz negociador táctico, Trump combinó el tono diplomático con enérgicas condenas a la actitud de sus aliados regionales ante el extremismo islámico.
En la Cumbre de Riad expresó que “las naciones de Medio Oriente no pueden esperar a que el poder norteamericano aplaste a este enemigo por ellos, sino que esas naciones deben decidir qué futuro quieren para ellos, sus países e hijos”.
No obstante, la directora de Amnistía Internacional en EE. UU., Margaret Huang, alertó de los peligros de ese acuerdo regional. “Arabia Saudita y otros países del Golfo han empleado la lucha antiterrorista como excusa para perseguir cruelmente a disidentes pacíficos y defensores de derechos humanos”, y pidió a Washington detener la venta de armas a países de la coalición árabe contra los rebeldes hutíes en Yemen.
Sin embargo, la visita le reportó resultados significativos a Trump en cinco aspectos. Primero, se unió al frente anti-Irán, al que acusó de “crear caos” y desestabilizar” con sus “actos de intervención” por lo que pidió aislar a ese país “y sus fondos que financian el terrorismo”.
Segundo, reoxigenó la lucha antiterrorista ante la supuesta amenaza de la expansión de “ideologías” al estilo del EI (como Hamas); tercero, la obtención del jugoso contrato armamentista con los sauditas por 110 mil millones de dólares en una década que beneficia al complejo militar industrial.
El pacto titulado “Declaración de una estratégica visión conjunta” establece en sus categorías de cooperación la seguridad fronteriza y antiterrorismo, seguridad costera, modernización de las fuerzas aéreas y de misiles, así como ciberseguridad y comunicaciones. Es decir, está dedicado al CMI.
El cuarto es haber consolidado a empresas estadounidenses en el estatus de socios preferentes en el mercado de Arabia Saudita y el CCG, que a su vez comprometieron cientos de miles de millones de dólares en inversiones en EE. UU. Esos acuerdos suman 380 mil millones de dólares para la próxima década. Y en el quinto perfiló a Israel como gran potencia regional imprescindible en el futuro de los procesos locales.
Trump dejó así un Medio Oriente convertido en un espacio super-militarizado e hiperfragmentado. En la magistral síntesis de Pablo Jofre Leal, la visita a la región de Donald Trump dio nuevo aire a una alianza político militar destinada a recomponer la tríada de ideologías (imperialismo, sionismo y wahabismo) que a partir de sus coincidencias e intereses intensificarán las agresiones contra los pueblos de la zona.
Con la OTAN
El freno al terrorismo, la inmigración y más amenazas contra Rusia fueron los puntos clave del discurso –de solo 10 minutos– del presidente estadounidense ante representantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Trump lamentó que 23 de los 28 aliados no paguen “lo que deberían estar pagando” en gasto militar y omitió respaldar el principio de defensa colectiva.
La crítica del multimillonario iba contra Canadá y muchos europeos como España, que debían invertir el 1.47 por ciento de su producto interno bruto (PIB) en gasto militar en 2016 y ahora deberán aumentarlo al dos por ciento.
En reacción, el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, expresó que los miembros del bloque habían aceptado las exigencias del magnate: que los miembros incrementen su gasto militar y aumenten su lucha antiterrorista. Y mientras ocurría ese “paso de charola”, la nueva sede de la Alianza es un complejo de edificios que costó mil 120 millones de euros.
Dos días después, el Kremlin anunciaba que sus relaciones con la Alianza viven la crisis más profunda desde los tiempos de la guerra fría debido a la “política destructiva” del bloque. Hoy están suspendidos todos los proyectos de cooperación táctica del acta de cooperación bilateral de mayo de 1997 y de mayo de 2002.
Un comunicado del Ministerio de Exteriores ruso afirma que la OTAN justifica su existencia “exagerando el mito de la amenaza rusa”, cuando la cooperación euroatlántica es muy posible con voluntad.
Las diferencias entre Washington y sus aliados europeos van más allá del ámbito de la seguridad colectiva. Según los medios alemanes Der Spiegel y Süddeutsche Zeitung, Trump habría lanzado fuertes críticas contra Alemania ante la cúpula de la Unión Europea. Al estadounidense le inquieta el superávit comercial alemán y habría expresado: “Miren los millones de autos que venden en EE. UU. Vamos a detenerlos”.
Rebelión interna
Mientras el 45º presidente de EE. UU. maniobra para crear un nuevo orden externo, en el interior de su país construye una arquitectura de agresivas órdenes ejecutivas.
Por ello en la sociedad se han abierto múltiples frentes en su contra a la manera de una guerra de guerrillas. Esa confrontación entre los ciudadanos y el Ejecutivo apenas comienza, aunque alcanza todas las estructuras del país en cientos de ciudades de la superpotencia.
Esa oposición oscila entre las protestas ciudadanas, demandas judiciales, rebelión de alcaldes y gobernadores a favor de mantener ciudades-santuario para evitar la expulsión de inmigrantes y la crítica abierta de compañías de alta tecnología contra su política anti-inmigrante.
Tras su orden ejecutiva del tres de marzo para vetar el ingreso a refugiados de todo el mundo y a ciudadanos de confesión musulmana, se suscitó una acción ciudadana inédita en los ciudadanos, que colmaron aeropuertos para mostrar su apoyo a la inmigración.
A ello se suma la reciente “marcha por la ciencia” de miles de organizaciones científicas, grupos ecologistas y sindicatos en todos los continentes por la política dogmática del presidente. En esa acometida no ha sido inocente la prensa corporativa.
Sin embargo, la oposición más grave contra el multimillonario viene del llamado “Estado profundo” (deep State), que son las agencias de inteligencia cuyo enorme poder – permanente y secreto– hoy se usa para minar al nuevo presidente. De ahí viene la ofensiva en su contra por sus supuestos vínculos y su subordinación a Rusia (Rusiagate), como ha denunciado el periodista de The Guardian, Glen Greenwald.
Sin embargo, la situación no es tan desigual. Para el analista judicial Andrew Napolitano por primera vez en la historia de EE. UU. ese acoso político-institucional del deep State tiene en Trump a un adversario “grande y astuto”. El vencedor en ese combate, que apenas lleva 150 días, decidirá la relación de EE. UU. en el mundo.