Por Abel Pérez Zamorano.
Yemen fue una antigua colonia británica que conquistó su independencia en 1969, para convertirse en la única república (rodeada de monarquías) de la península arábiga, con un régimen democrático de los que supuestamente Occidente defiende. Hoy sufre una barbarie ejecutada por las monarquías petroleras y sus aliados, que para “justificarse” aprovechan un conflicto interno entre un movimiento popular llamado Ansar Allah, que agrupa fundamentalmente a rebeldes hutíes y que en enero de 2015 derrocó al gobierno de Abdrabbuh Mansour Hadi, incondicional de Arabia Saudita, quien llegó al poder en 2011, con la “primavera árabe”, desplazando al anterior presidente Ali Abdullah Saleh; empezó por eliminar los subsidios a sectores sociales de bajos ingresos, generando inconformidad; fue derrocado y terminó refugiándose en Saudiarabia en marzo de 2015. El movimiento Ansar Allah es de credo chiita, como el 47 por ciento de los yemenítas, de ahí que los saudíes acusen a Irán de apoyarlo, pero hasta hoy los medios no registran participación conocida, al menos abierta, de este país en la guerra; Hadi es sunita, apoyado por el wahabismo, la corriente más violenta que profesan el Estado Islámico, al-Qaeda y los saudíes.
Saudiarabia es el gran poder económico, político y militar de la península, y el mejor aliado de Washington, principal consumidor de hidrocarburos; es el mayor exportador mundial de petróleo, con la cuarta parte de las reservas mundiales probadas. Está gobernado por una despótica monarquía (de hecho, el país lleva el nombre de la familia gobernante) de cuyas atrocidades los medios occidentales nada dicen, porque es rica y paga bien. Ahí se violan sistemáticamente los derechos humanos; como ejemplo, la decapitación pública por espada, forma legal de pena de muerte: entre agosto de 2014 y junio de 2015 se registraron 175 ejecuciones, una cada dos días (El Mundo, 21 de agosto de 2015).
Con el pretexto de “restablecer el orden” se formó ¡una coalición de 11 países! encabezada por Saudiarabia, con participación de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Jordania y, proveyendo armas y servicios de inteligencia, Estados Unidos y el Reino Unido (que vende a Riad las mortíferas bombas de racimo) e Israel. Saudiarabia tiene más aviones británicos que la Fuerza Aérea del Reino Unido (Red Voltaire), y desde marzo de 2015 lanza ataques aéreos contra los hutíes, que carecen de aviación. Washington bombardea abiertamente: el 13 de octubre de 2016, aduciendo un supuesto ataque hutí a un barco estadounidense; Barack Obama dijo que ¡en defensa propia! De risa, si no fuera tragedia. Pero, ¿qué hacen los barcos de guerra americanos frente a las costas yemenitas? También atacó el 29 de enero y a inicios de marzo, supuestamente para golpear a al-Qaeda (Sputnik, 18 de octubre de 2016; Sputnik 7 de marzo de 2017, con declaraciones de Kim Sharif, Directora de Derechos Humanos de Yemen). “En una entrevista con Sputnik, Kristine Bekerle, investigadora yemenita en temas de Medio Oriente y miembro de la División de África del Norte de Human Rights Watch, señaló el hecho de que los Estados Unidos han sido parte del conflicto en Yemen desde el primer mes de luchas ahí” (Sputnik, 16 de octubre de 2016). Citando como fuente a The New York Times, la página Red Voltaire (26 de noviembre de 2015) reportó que los EAU envían mercenarios reclutados y entrenados por una empresa ligada a la norteamericana Blackwater Worldwide. La misma fuente cita un informe de la ONU donde se habla de mercenarios eritreos.
El ataque ha creado una tragedia social. Según la ONU, el número de muertos supera los 10 mil; 16 millones de los 25 millones de habitantes sufren inseguridad alimentaria a causa de la guerra, ¡y 370 mil niños menores de cinco años corren riesgo de morir de hambre! (BBC, 14 de octubre de 2016); “… es la mayor emergencia alimentaria del mundo en los tiempos que corren, una verdadera catástrofe humanitaria” (ONU, citada por BBC, 28 de marzo de 2017). La desnutrición infantil se disparó en 200 por ciento en los últimos años y la mitad de las instalaciones médicas no funcionan (BBC, 6 de diciembre de 2016). “Yemen es una de las peores crisis en el mundo” (Tariq Riebl, líder del programa Oxfam en Yemen, BBC, 11 de septiembre de 2015). Toda esta barbarie es silenciada por la prensa occidental para proteger a Arabia Saudita, el país rico, con poder para cometer genocidios impunemente.
En abierto desafío a la Convención de Ginebra y a resoluciones de la ONU, la coalición y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) violan los derechos humanos en Yemen: “Desde hace 6 meses se impuso a ese país un bloqueo que afecta los alimentos, el combustible y la distribución de ayuda humanitaria –incluyendo la ayuda proveniente de la ONU– en el marco de una estrategia de guerra. También se perpetran allí bombardeos, con armas prohibidas, contra la población civil, contra lugares históricos, escuelas, lugares de culto e instalaciones vinculadas al sector de la salud, así como la destrucción de la infraestructura, lo cual va desde las carreteras hasta las centrales eléctricas, pasando por las instalaciones que garantizaban el tratamiento y distribución del agua (Red Voltaire, 6 de octubre de 2015, “¿Por qué Occidente guarda silencio sobre la guerra de Yemen?”). Esto escribe la doctora Martha Mundy, profesora de la London School of Economics. Y agrega: “¿Cómo nos explican este conflicto? Los voceros de los gobiernos occidentales afirman que una milicia (Ansar Allah) ha tomado el control de la capital, obligando el gobierno a exilarse. Así que, como defensores de la «legitimidad», los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU –con excepción de Rusia– han creído vital la rehabilitación del gobierno anterior, a pesar de que la mayor parte de los miembros del ejército nacional de Yemen se han unido a Ansar Allah, que por demás goza de un importante respaldo popular tanto en Sanaa como en el norte de Yemen. […] Lo que raramente nos dicen es que, hace un año, Ansar Allah y otros partidos yemenitas firmaron, bajo la égida de la ONU un acuerdo político de «Paz y Asociación Nacional» y que finalmente el representante de la ONU fue despedido para sustituirlo por otra persona, se interrumpieron las negociaciones políticas con Ansar Allah y se creó una coalición militar para restablecer la «legitimidad» en Yemen”. (Hasta aquí lo dicho por Martha Mundy). No se trata, pues, de “restablecer el orden”, sino de someter al país a la égida Saudí. Y es que el movimiento yemenita es opositor a Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita; además, ha tenido acercamiento con el Partido Socialista de Yemen, una formación laica (como el partido de Bashar al-Assad en Siria), que choca con el fundamentalismo wahabita saudí.
Por su ubicación estratégica, Yemen es víctima de la codicia de saudíes y norteamericanos, que buscan controlar el país, particularmente puntos clave como el puerto de Adén, próximo al estrecho de Bab-el-Mandeb, que conecta al mar Rojo con el golfo de Adén y el mar Arábigo, y por donde cruzan más de 20 mil barcos al año, principalmente con petróleo: 3.3 millones de barriles diarios. Pretenden también apropiarse de la región de Rub’al-Kahli y sus inmensos yacimientos de gas y petróleo. En fin, guerra, hambre y dolor en Yemen son provocados por quienes buscan el control económico y político del mundo y la hegemonía saudita en la península arábiga; un crimen de lesa humanidad, prolongación del que los mismos protagonistas cometen en Siria.