Por Ana Kerlegan
Mientras caminaba a casa fui detenido arbitrariamente por la policía. Me detuvieron sólo por amar, amar sin distinción alguna. Denuncié mi arresto y la violencia a la que fui sometido. Durante el proceso legal me percaté de que el mío no es un caso aislado, y de que sí hay un problema muy grave de detenciones a personas que se atreven a amar sin distinción alguna. Me detuvieron en la calle por desobedecer a la señora moral, dicen ellos, los dueños de la verdad y la mentira, mientras me humillan, intimidan, golpean y me dicen un sinnúmero de vejaciones, y sólo por amar a alguien a quien no me atrevo a pronunciar su nombre. Esta breve anécdota no hace referencia a hora, ni lugar ni país ni época. Lo mismo pudo suceder al legendario escritor Óscar Wilde o alguien que por miedo se hace llamar Jonathan.
Si algo tienen en común, sí que lo tienen. El escritor irlandés fue acusado de sodomita por el marqués de Queensberry, con cuyo hijo mantenía una relación homosexual, fue condenado a dos años de trabajos forzados en el juicio celebrado el 27 de mayo de 1895. Recobrada la libertad, despreciado por la sociedad inglesa, se instala en su querido París. Se dispone a iniciar una nueva vida bajo el nombre de Sebastian Melmoth, en homenaje al protagonista de la novela de Maturin. Jonathan, un simple capitalino, fue detenido y castigado sólo por declararse homosexual, por amar sin distinción alguna a su pareja. Para ser detenido no necesitó de amoríos con algún junior, burócrata o noble perteneciente a la crema y nata de esta vanguardista Ciudad de México.
Evidentemente el panóptico moral y religioso está al acecho de toda “desviación” de las buenas costumbres y de las buenas prácticas del arte amatorio. Qué hace pensar a las autoridades mexicanas y del resto del mundo, por supuesto, que con su discursito sobre la tolerancia a las diversas formas de amar y ejercer la sexualidad, oscurecen sus prácticas de poder y abuso hacia la comunidad gay, sí, aquellas simples personas que se atreven a amar a otras personas sin distinción alguna.
México, lejos está de ser un país gay friendly. Si bien el impulso al turismo y diversos cambios normativos abonan en la ruta correcta para el reconocimiento de la dignidad de todas las personas y el respeto a su identidad, orientación y preferencias, el camino recorrido ha sido corto.
Más que números son vidas, las cifras no mienten: el Instituto Oikos informó que México se encuentra en el segundo lugar en América Latina por crímenes de odio –seguido de Brasil-, entendiéndose como crimen de odio por homofobia el hecho de que una persona sea asesinada por su orientación sexual o su identidad de género. También, la Comisión Ciudadana contra Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH) reportó que 887 personas de la población LGBTI fueron asesinadas en el periodo del año 1995 a la fecha en el país. Encabezó la lista, con 164 crímenes, la Ciudad de México. Le siguió el Estado de México con 78, Nuevo León con 64 y Michoacán y Jalisco con 54 homicidios.
A pesar de que las cifras son escandalosas, lamentablemente no son el único problema por atender. De hecho, el homicidio es la última fase de una cadena de violencia y discriminación hacia las personas pertenecientes a esta grandiosa comunidad, atrevida por amar sin distinción alguna. Para ejemplo, el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED) considera que la orientación sexual o identidad de género diverso y genuino frente a la aceptada religiosa y moralmente es la tercera causa de discriminación de un listado de 20 tipos de discriminación que, además, incluye el sobrepeso o alguna discapacidad física. Este tipo de discriminación absurda también está vinculada con la pobreza, violencia, desigualdad y falta de respeto que se cristalizan en maltrato, desprecio, exclusión, rechazo, persecución, burlas, críticas o, en su forma más extrema, el homicidio. Así que lejos de ser un país gay friendly, México es un país ajeno a lo que pregona en asuntos de derechos humanos, temeroso a las diversas formas de amar habidas y por haber aún con el panóptico moralizante que habita en la red institucional y que está al acecho justo en este Día Internacional del Orgullo Gay.