Nydia Egremy
La ofensiva del presidente estadounidense contra Cuba es a la vez una maniobra distractiva en su guerra contra los demócratas, que un acto de sumisión tanto hacia el lobby anti-cubano en el Congreso como al capital corporativo trasnacional.
Mientras los reclamos de amplios sectores de su país cierran el cerco contra su gobierno, Donald Trump opta por desmontar pieza a pieza la estructura de acercamiento a Cuba que construyó su antecesor. Esa inútil provocación corrobora que con él Estados Unidos (EE.UU.) no volverá a ser grande –como prometió a su ultra-radical electorado– sino que su arrogancia acelerará el camino al fracaso.
Es paradójico que en el “país de la democracia y los derechos humanos” los más de 323 millones de estadounidenses no sean autorizados por su gobierno para viajar a Cuba.
Es inconcebible que el país más poderoso e influyente del planeta prohíba a sus ciudadanos el derecho a visitar la isla en calidad de turistas y que la Oficina para el Control de Activos Extranjeros (OFAC) -que aplica el ilegal y genocida bloqueo comercial y financiero contra Cuba- sancione a jóvenes, profesionistas y religiosos de EE.UU. por hospedarse en hoteles, comer en restaurantes, asistir a clubes nocturnos, visitar universidades e incluso adquirir productos icónicos cubanos.
La falta de libertad de tránsito y esparcimiento que desde hace más de 50 años se ha impuesto a los ciudadanos de la superpotencia se endurecerá con el Memorando Presidencial de Seguridad Nacional sobre el Fortalecimiento de la Política de EE. UU. hacia Cuba que el pasado 16 de junio emitió Donald John Trump para derogar la Directiva Presidencial de Política Normalización de las relaciones entre EE. UU. y Cuba, que en octubre de 2016 había emitido el expresidente Barack Obama.
Ignorante de la historia y la geopolítica, aunque fanático de la teatralidad, Trump eligió La Florida para anunciar su ofensiva contra Cuba. A las 12:25 horas el Air Force One aterrizaba en Miami y una hora después llegaba al teatro Manuel Artime, nombre del contrarrevolucionario capturado en la fallida incursión de Playa Girón, colmado de nostálgicos golpistas cubanos y republicanos ávidos de notoriedad. Ante tan “distinguido” público, el presidente de EE. UU. declaraba: “Estoy cancelando todo el acuerdo bilateral del gobierno anterior (Barack Obama) y estoy anunciando una nueva política como prometí”.
Más de 11 mil 424 millones de cubanos sufrirán ese recrudecimiento del ilegal bloqueo contra Cuba, en vigor desde febrero de 1962. Pero también los afligidos trabajadores agrícolas, industriales y portuarios de EE. UU. precarizados por la globalización y que pierden la oportunidad de mejorar su economía al renovar su tradicional intercambio con la isla.
Entretanto, el jactancioso presidente de EE. UU. amenazaba: “Restringiremos que los dólares estadounidenses vayan a los militares y servicios de inteligencia, prohibiremos el turismo y aplicaremos el bloqueo”. De un tirón acababa con la esperanza que suscitó la reanudación de relaciones bilaterales en diciembre de 2017.
Atrás de la política de mano dura del estadounidense hay un criterio de índole geopolítica: la próxima sucesión presidencial en la isla. Apenas dos días antes, el Consejo de Estado cubano informaba que con la elección de representantes municipales y diputados de la Asamblea del Poder Popular, se iniciaba el mecanismo comicial que concluirá en febrero de 2018, tras la anunciada salida del poder del presidente Raúl Castro.
El Poder Popular es responsable de elegir al mandatario y al vicepresidente de Cuba. Naturalmente, la prensa corporativa mexicana omitió ese relevante hecho y prefirió reproducir, palabra por palabra, el cable de la agencia Associated Press con las medidas anti-cubanas del presidente estadounidense.
Condenada al fracaso
La Habana ya esperaba el anuncio del huésped de la Casa Blanca. En su nítida interpretación del mensaje de Trump, el gobierno revolucionario de Cuba lo ha calificado de “discurso cargado de retórica hostil, que rememoró los tiempos de la confrontación abierta con nuestro país”.
Además, el texto estima que el nuevo gobierno de EE. UU. recurre a “métodos coercitivos del pasado”, recrudece el bloqueo y al privar a la isla de ingresos, es un obstáculo al desarrollo del país. Apunta que el presidente estadounidense está “otra vez mal asesorado”, pues toma decisiones que favorecen intereses de la minoría extremista de origen cubano en el estado de Florida, que por ejercer su autodeterminación “persiste en castigar a Cuba y a su pueblo”.
El comunicado explica que si bien la directiva presidencial de la política Normalización de las relaciones entre EE. UU. y Cuba, de octubre de 2016, no ocultaba su carácter injerencista al menos sí reconocía la independencia, la soberanía y la autodeterminación de Cuba, así como al gobierno cubano como interlocutor legítimo.
A la par reconocía que ambos pueblos y países se beneficiarían de una relación de convivencia –dentro de las grandes diferencias de sus gobiernos– y admitía la obsolescencia del bloqueo económico y su necesario fin.
Sin embargo, agrega, las medidas anunciadas imponen “trabas adicionales a las muy restringidas oportunidades que el sector empresarial estadounidense tenía para operar en Cuba.
Al restringir más el derecho de sus ciudadanos a visitar Cuba, desoye a su propia sociedad que reclama no solo el fin de la prohibición de viajar sino también las restricciones al comercio con la isla”. Por tanto, el comunicado anticipa que esa política fracasará, pues no debilitará a la Revolución Cubana ni doblegará a los cubanos.
De las solidarias reacciones contra la abusiva política imperial, destaca la de Rusia, que en un inédito comunicado de su cancillería expresa que la nueva línea hacia Cuba anunciada por el presidente de EE. UU. “nos remonta a la olvidada retórica al estilo de la Guerra Fría”.
El Kremlin dijo que el acercamiento de EE. UU. a la isla le pareció más que una demostración de buena voluntad, “el reflejo del fracaso de la política de imposición y sanciones” contra este país.
Reconoce que el discurso anti-cubano “sigue teniendo una alta demanda” y que el actual “estilo prepotente” de llevar los asuntos con Cuba “no tiene futuro”. Implacable, el comunicado ruso formula esta pregunta: “¿Acaso no le enseñaron nada a los políticos de Washington y a los politiqueros de Miami los acontecimientos del pasado medio siglo?”
Y tal como ocurriera con Kennedy, con Johnson, con Nixon, con Ford, con Carter, con Reagan, con Bush Padre, con Clinton, con Bush hijo y hasta con el propio Obama, Donald Trump también se equivoca si cree que con bravatas, payasadas y “aprietes” belicistas contra Cuba va a lo lograr lo que todos los demás intentaron y fracasaron estrepitosamente, escribe el analista, exmilitante Montonero y director de Resumen Latinoamericano, Carlos Aznárez.
El ex guerrillero dice que cuando Washington y sus corifeos denostan a Cuba, pretenden borrar logros como que la isla cumplió a cabalidad con el Objetivo del Milenio de erradicar la pobreza y que posee el récord mundial en la baja de la tasa de mortalidad infantil (4.3 por ciento por cada mil nacidos vivos).
También se niegan a admitir que la Revolución Cubana erradicó el paludismo, la rubeola, el sarampión, la meningoencefalitis y la poliomielitis.
Y las mantiene a raya con un rico surtido de vacunas de fabricación propia pese al genocida bloqueo. Por cierto, esos avances son superiores a los logrados por los estadunidenses y otros ciudadanos del mundo, recuerda Aznárez.