Por Abel Pérez Zamorano
A principios de junio, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) publicó la edición 2016 de su Panorama Social de América Latina, donde destaca que la desigualdad en la región –aunque admitiendo algunas mejoras mínimas–, es grave. “… las diferencias siguen siendo muy grandes: en promedio, en 2015, por cada 100 unidades monetarias que percibió cada integrante del quintil de menores ingresos de la población, cada integrante del quintil de mayores ingresos contó con mil 220 unidades monetarias” (Panorama Social de América Latina, 2016, pág. 8).
México es el país que registra las peores tendencias. En la edición extensa de 2015, mientras admite reducciones de pobreza en Uruguay, Perú, Chile y Brasil, reconoce que: “En Honduras y México, la tasa de pobreza se elevó a un ritmo anual de entre un 2 por ciento y un 3 por ciento” (Panorama Social de América Latina 2015, pág. 19).
En la página 20 indica que en el periodo 2008 a 2014, México fue el país donde más aumentó la pobreza: 2.9 por ciento anual, y en la 23 dice que en cuatro países cayó el ingreso laboral: Honduras, Costa Rica, México y Panamá.
En el informe 2016, empleando el coeficiente de Gini, se lee: “La gran mayoría de los países latinoamericanos exhibieron bajas en la desigualdad de la distribución del ingreso personal entre 2002 y 2014 […] destacándose las bajas superiores a 10 puntos porcentuales en la Argentina y Bolivia (Estado Plurinacional de) y las de entre 7 y 10 puntos porcentuales en el Brasil, el Perú, el Uruguay y Venezuela (República Bolivariana de).
No obstante, en ese mismo período […] solo 5 (Brasil, Honduras, Perú, Uruguay y Venezuela (República Bolivariana de) exhibieron aumentos de la participación de los salarios en el producto interno bruto (PIB). Esto indica que las mejoras distributivas logradas en ese periodo no estuvieron fundamentalmente asociadas a un reparto más equitativo de las retribuciones al capital y al trabajo” (ibíd., pág. 10).
El progreso (un coeficiente de Gini menor) destaca en los países independientes de Estados Unidos, con gobiernos populares, y la mayor desigualdad se observa en los fieles al neoliberalismo: Guatemala, Paraguay, Costa Rica, Colombia, México y Chile. Otra fuente, la Organización para la Cooperación y el desarrollo económico (OCDE), señala que entre sus 34 países integrantes, los de mayor desigualdad son: Chile, México, Turquía y Estados Unidos.
La CEPAL puntualizó que México registra la participación del salario más baja respecto al PIB: el 30 por ciento de la riqueza (creada precisamente por los trabajadores), contra el 40 por ciento en general en Latinoamérica. En otras naciones es: Guatemala 33, Perú 35, Colombia 37, Chile 45, Brasil 50 y Costa Rica 53.
Entre 2012 y 2014, la participación del salario aumentó en Argentina y Brasil, principalmente (también en Bolivia), y disminuyó en Chile, Guatemala y México. Fue gracias a la política económica de los gobiernos de izquierda: Cristina Fernández, Lula y Dilma Roussef, hoy perseguidos por los regímenes neoliberales, y también con Evo Morales, que los asalariados mejoraron.
En igual sentido apunta la información complementaria ofrecida por Reforma (seis de junio) al comentar el informe de la CEPAL: “Según el Observatorio del Salario de la Universidad Iberoamericana, en países como Argentina, Brasil y Uruguay se implementaron estrategias de recuperación salarial desde principios de la década de los 2000 y por ello la masa salarial pesa más en relación a su PIB. Esto coincide con que en la mayoría de los países latinoamericanos se registraron bajas en la desigualdad de la distribución del ingreso personal entre 2002 y 2014, sobre todo en Argentina y Bolivia.
Fue en la década de los 80 cuando la participación de los asalariados en el producto nacional cayó significativamente en México […] las crisis económicas le han pasado factura a los trabajadores en relación con la proporción que les corresponde respecto de la riqueza nacional, que de hecho no se ha podido recuperar de su punto más alto que fue en los 70.
En el caso de México, la caída en la década perdida de los 80 fue de 26 puntos, al pasar de casi 50 por ciento de participación salarial en el ingreso nacional a 23 por ciento” (Reforma, seis de junio). El salario real era mayor en el modelo anterior, y cae precisamente desde inicios de los ochenta (1982) cuando se implanta el modelo neoliberal, con Miguel de la Madrid.
Pasando de los efectos a las causas, y habiendo señalado el papel acumulador del neoliberalismo, la propia CEPAL se refiere, aunque sin mucho énfasis, al factor estructural determinante: “la propiedad sobre activos físicos y financieros” (lo que en términos clásicos se conoce como medios de producción), y cuya propiedad determina el derecho de apropiación de la riqueza creada, su forma y monto.
Aunque limitadamente, así lo admite la CEPAL: “La estructura de la propiedad es una de las variables fundamentales en el mantenimiento, si no en el crecimiento, de la desigualdad social.
Por ello, los estudios empíricos sobre la medición de la riqueza o la desigualdad de activos tienden a coincidir en que ésta es una desigualdad mayor, más profunda y más estable que la que arroja la medición solo del ingreso […]
De acuerdo con el Global Wealth Report 2016 de Credit Suisse, la riqueza en el mundo está muy mal distribuida: el 0.7 por ciento de los adultos (35 millones de personas) concentran casi la mitad (45 por ciento) de los activos físicos y financieros del mundo… (ibíd., pág. 12)”.
Y, nuevamente, la acumulación del capital propiciada por el modelo vigente subyace en esta tendencia. El Panorama Social 2016 añade: “Además, hay una fuerte concentración en la propiedad de los activos físicos con que cuentan las unidades de producción registradas en los censos económicos, lo que evidencia el alto grado de heterogeneidad estructural de la economía mexicana: el 10 por ciento de las empresas concentran el 93 por ciento de los activos físicos…”.
Y agrega: “… el uno por ciento de las familias concentran más de un tercio […] La repartición de los activos financieros es aun más desigual: el 80 por ciento es propiedad del 10 por ciento más rico” (ibíd., págs. 11-12). Así se explica que mientras el salario participa menos en el PIB, como correlato, la parte apropiada por el capital aumenta. Es una desigualdad estructuralmente determinada, más allá de lo que se haga o deje de hacer en las políticas públicas, más variables y superficiales.
Finalmente, es también valioso el reporte de la CEPAL porque muestra que para abatir la pobreza no basta el crecimiento económico, tierra en los ojos del pueblo, solo ilusión de progreso para los pobres. “Entre 2003 y 2014, la economía mexicana creció a un promedio anual del 2.6 por ciento.
No obstante, la riqueza alcanzó un crecimiento real promedio anual del 7.9 por ciento en el mismo periodo. Esto significa que la riqueza en México se duplicó entre 2004 y 2014” (ibíd., pág. 12).
Y mientras tanto, vimos antes cómo la pobreza aumentó, una tendencia que exhibe de paso el fracaso de los programas asistencialistas. En resumen, la causa de la pobreza y la desigualdad radica en la desmesurada acumulación de los medios de producción y, en segundo lugar, en las políticas públicas adoptadas por los gobiernos de la región tendientes a acrecentar la acumulación del capital, concretamente es una secuela del modelo neoliberal.
La lección que de todo lo expuesto se desprende es que la clase trabajadora de México debe reclamar una mejora en su situación laboral y económica en general, y pugnar por cambiar el modelo económico actual por uno que permita aplicar una política distributiva eficaz.