Nydia Egremy
Estados Unidos (EE. UU.) es una superpotencia ávida de energía y va a conseguirla de donde sea y al menor costo. Así, mientras el Congreso de ese país debate cuándo podrá levantar un muro en la frontera con México y expulsa a cientos de nuestros connacionales, el gobierno mexicano garantiza a la Casa Blanca el acceso seguro a sus recursos energéticos.
El proceso ha sido fácil: mentiras oficiales que nutrieron el mito del fin del petróleo nacional, una reforma energética a medida de las corporaciones y ahora una poco transparente “integración energética” con Washington. Eso ocurre justo cuando firmas extranjeras confirman importantes hallazgos en nuestros litorales.
México no está fuera de la estrategia del capital corporativo trasnacional estadounidense que busca apropiarse de sus recursos energéticos. En la actual fase imperialista, el control sobre la energía es un componente esencial del poder, y de ella provienen los conflictos en Irak, Siria y Sudán del Sur, la pugna entre Ucrania y Rusia, el acoso contra Venezuela, las crisis en el mar meridional de China y el llamado Russia-Gate.
No obstante, el gran logro de Estados Unidos (EE. UU.) y su presidente, Donald John Trump, vocero del sector energético, es haber asumido –sin un disparo– el control energético de México.
La llamada “integración energética” entre EE. UU. y México cierra el ciclo que hace años emprendió la rústica clase política mexicana para ceder los recursos estratégicos del país.
Al sistemático desmantelamiento del sector le siguió una reforma que allanó el camino a la entrega de crudo, gas, electricidad y otras fuentes energéticas de valor estratégico, que se consumó el 27 de junio pasado. Una mirada retrospectiva a esa cesión de energía, revela la campaña de desinformación deliberada que emprendió la Presidencia de la República en la gestión de Felipe Calderón.
Mentiras y negocios
En 2009, el segundo presidente procedente del Partido Acción Nacional (PAN) declaraba al entonces dueño de la Organización Editorial Mexicana (OEM), Mario Vázquez Raña: “El problema, don Mario, es esencialmente ése, se nos está acabando el petróleo, tal como muchos lo pronosticamos en su tiempo.
Del 2008 al 2009 –ya no hablemos de más atrás–, solo en este año perdimos 215 mil barriles diarios de petróleo que equivalen a 72 mil millones de pesos”. Ante tal desafío, Calderón explicó que se contrataba a los técnicos más especializados en México y el mundo para estabilizar campos petroleros y cambiar técnicas de perforación y métodos de extracción.
Esa versión presidencial, que repitió la prensa, era igual a lo declarado ante el Senado por el director de Pemex Exploración y Producción de PEMEX (PEP), Carlos Morales Gil, en junio de 2008:
“El área del petróleo fácil terminó; el 83 por ciento de las reservas presentan un nivel de complejidad para su extracción muy superior al de las últimas tres décadas”. Agregó que había unos 53 mil 800 millones de petróleo crudo: el 55 por ciento en aguas profundas, el 33 por ciento en cuencas del sureste, el 3.1 por ciento en la cuenca Tampico-Misantla (con Chicontepec) y el ocho por ciento en cuencas de gas no asociado.
Que el director del núcleo de la industria petrolera mexicana, cuya misión consiste en identificar yacimientos, diera ese diagnóstico era fulminante. Como colofón, el ingeniero Morales declaraba ante una atónita audiencia, que él se inclinaba por abrir el sector a la inversión privada. Sus premisas cimentarían el menoscabo del sector petrolero que hoy parece irreversible.
Sin embargo, los numerosos hallazgos de hidrocarburos en el subsuelo mexicano por Petróleos Mexicanos (Pemex) y las empresas extranjeras, constatan que la riqueza energética de México aún es importante y que hubo un deliberado afán desde el Gobierno Federal por falsear la verdad.
Antes de la reforma energética, la clase política mantuvo lejos de la atención pública los nuevos descubrimientos de yacimientos petroleros, gas y otras fuentes de energía. Alentó el discurso de que los yacimientos habían decaído y que solo había crudo en aguas muy profundas, pero Pemex carecía de tecnología para explorar ahí.
Así se alentó la apertura del sector a manos privadas nacionales y del extranjero. Aún ahora, tras la alentadora noticia del descubrimiento de nuevos yacimientos, se busca desalentar el entusiasmo ciudadano al afirmar que una mayor producción de petróleo de México pone en riesgo los precios.
La entrega
La búsqueda de energía mexicana no es idea de Donald Trump. Se concreta en el capítulo Integración Eléctrica de Norteamérica, del último Análisis Cuatrianual de Energía (QER) del ex presidente estadounidense Barack Obama.
La misión del QER con vistas al siglo XXI es disponer de “energía y servicios energéticos accesibles, limpios y seguros” para mejorar la productividad económica de ≠. UU. y “garantizar la seguridad de nuestra nación”. El capítulo 1.2 Transformando el Sector Eléctrico de la Nación incluye la integración energética en Norteamérica (Canadá, EE. UU. y México).
Es cierto que Trump, ya como presidente estadounidense, ha acelerado este proceso. El último QER (2014) prevé que EE. UU. busca reducir sus costos en la producción de electricidad, por lo que la reforma energética de su vecino del sur tendría que ser objeto de gran atención para el futuro en la integración fronteriza.
El QER explica que la transición en México del gas natural a la generación eléctrica tendría “tremendo impacto en el sector manufacturero” al reducir tarifas, estimular manufacturas, producción y aumentar el producto interno bruto (PIB) de México.
En ese contexto se anunciaba que México y EE. UU. acordaban pasar al “siguiente nivel” en su relación energética. El pasado 13 de julio, un complaciente secretario mexicano de energía, Pedro Joaquín Coldwell, estimaba que el pacto tiene potencial para fortalecer la interconexión de los mercados energéticos, aumentar el flujo comercial y fomentar la estabilidad al mantener la continuidad en el suministro de energéticos.
El pacto contempla la “confiabilidad” en el suministro eléctrico ante contingencias (catástrofes o ciberataques).
También anticipa un acuerdo de cooperación del uso pacífico de energía nuclear a suscribirse en días próximos y una cooperación que estimule la innovación y el desarrollo tecnológico en energías convencionales y limpias. Se ignora en qué consiste esa “confiabilidad” y a qué se compromete México, así como cuál será el alcance real de la “cooperación” nuclear.
Para alzarse con el botín energético de México, el secretario de energía de EE. UU., Rick Perry, declaraba en esa ocasión que su país construirá una “industria energética competitiva”.
Más como anfitrión que como socio invitado, el republicano citó que el pacto promoverá la seguridad energética amplia y económica profunda para Norteamérica. Y quizá sin pensarlo, confesó el verdadero objetivo del plan al declarar: “El camino es buscar el desarrollo de los recursos energéticos no explotados de América del Norte”.
Para convencer a los mexicanos, un condescendiente Perry aseguró: “Vamos a crear buenos empleos y bajar los costos de energía para los consumidores”. En lenguaje llano, eso significa que México se compromete a proveer de crudo, gas, electricidad y hasta material nuclear a la superpotencia, que a cambio ofrece algunas inversiones.
Entre los beneficiarios del intercambio energético entre México y EE. UU. figura ExxonMobil, que dirigió el hoy secretario de Estado, Rex Tillerson. Según un análisis de Tina Casey, en enero pasado esa empresa crearía más empleos en México, “haya o no haya muro”. Pese a su negro historia como petrolera, ahora la ExxonMobil ha apostado por el gas natural (más en gas shale), la petroquímica, la generación eléctrica y el carbón a partir de fondos federales. Tanto Trump como Tillerson defienden ese combustible pese a críticas ambientalistas.
Casey cita un reporte del Houston Chronicle en el que se revela que ExxonMobil construye una petroquímica en Baytown, Texas, alimentada con gas y otra cerca de Corpus Christie para fabricar plásticos, entre otros, destinados a la exportación, entre cuyos destinos figura México.
Además, para EE. UU. es tan provechosa esa integración con México que otra periodista, Patti Domm, de la cadena CNBS, afirma que “sin importar lo que suceda con el presidente estadounidense Donald Trump, la industria energética es la que mantiene unida a Norteamérica”. Así, paso a paso, se ha consumado la entrega energética a cambio de nada, ni siquiera de respeto.