Por Nydia Egremy
Presionado por el llamado Estado Profundo, su fracaso en el Obamacare y el caos en su gabinete, el presidente estadounidense Donald John Trump ha decidido sacrificar su relación con Rusia. De la esquizofrénica escalada de las fuerzas rusófobas, que lideran los demócratas contra el Ejecutivo, el Rusiagate ha pasado a nuevas sanciones contra el Kremlin. Por su parte, el mandatario ha emprendido una cruzada contra Norcorea como vía para presionar a China.
Ese forcejeo geoestratégico impacta al mundo y a México. Recomponer la relación entre las tres potencias del siglo XXI pasa por la renuncia de Estados Unidos (EE. UU.) a imponer su política a otros Estados a través de sanciones.
La agria lucha que el magnate-presidente de EE.UU. libra con sus oponentes políticos hace nueve meses, es causa de la histeria anti-rusa que atestigua el planeta.
Las fuerzas más conservadoras de la superpotencia, unidas a las más xenófobas de los demócratas (supuestamente liberales), no han dudado en retornar al bipolarismo de la Guerra Fría. Desde enero, las condenas sin evidencias contra Rusia solo buscan frenar el creciente multilateralismo que, mediante su iniciativa del espacio euroasiático, protagonizan esta nación y China.
Hay otros objetivos ocultos en el intento de reavivar la Guerra Fría mediante la reedición de Rusia como enemigo: El interés del complejo político-militar para mantener el enorme gasto militar y el peligroso deseo de expulsar al presidente Trump del poder, afirma el experto politólogo de la universidad Pompeu Fabra, Vincenç Navarro. Incapaz de aceptar el imparable avance del multilateralismo en el mundo, el “Estado Profundo” que forman las fuerzas político-económicas y la clase dirigente estadounidense, han sometido al magnate-presidente al tutelaje del Congreso.
Lo obligaron a aceptar una ley que impone nuevas sanciones a Rusia, Irán y Norcorea. Y para empeorar su ya precaria posición, donde cada vez tiene menos margen de maniobra, el Ejecutivo ha ordenado investigar si las empresas de China atentan contra la propiedad intelectual y ha saboteado la inversión de la Unión Europea (UE) con ese país.
De ahí que se hable de una gestión fallida de Donald Trump. Esa actitud revive la doctrina de confrontación y supremacía estadounidense del neoconservador Paul Wolfowitz, refiere el director de Red Voltaire, Thierry Meyssan.
Con ello, el Congreso y Trump abren múltiples frentes de batalla en medio de una peligrosa esquizofrenia. Parecen olvidar que EE. UU. necesita la cooperación de Rusia para fines geopolíticos como combatir el terrorismo, la ciberdelincuencia, controlar y erradicar las armas de exterminio, entre otros. De ahí que normalizar la relación bilateral exija la renuncia de Washington a su intento por dictar la política a través de sanciones, señala el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov.
Guerra económica
Pero Washington no está dispuesto a renunciar a su arrogancia. El Senado justificó su nuevo paquete de sanciones contra Rusia por la supuesta intervención de Moscú en las elecciones presidenciales estadounidenses, por sus acciones en Ucrania y Siria, así como por supuestas violaciones a los derechos humanos.
No obstante, hoy nadie piensa que Moscú tuvo injerencia –ni la va a admitir– en las elecciones estadounidenses, o que se replegará en sus avances estratégicos en esos ámbitos. Además, la comunidad internacional rechaza cada vez más esa política de presión.
Con las sanciones, el Senado pretende impedir el desarrollo económico de Rusia, pues se diseñaron para afectar sectores clave de ingresos.
Por ello, el primer ministro ruso Dmitri Medvedev las ha calificado de “guerra de comercio”. Esa ofensiva se extiende desde el ámbito financiero hasta el turístico para afectar a los rusos que en 2018 elegirán un nuevo presidente.
Sin embargo, olvidan que Moscú ha tendido una red global de relaciones económico-comerciales con las que sorteará esas sanciones. Además, el Kremlin ha anunciado que podría reducir su dependencia del dólar en sus transacciones, acto indeseable para EE. UU.
Al imperio se le ha revertido la guerra económica contra Rusia. Su mayor aliado, la Unión Europea (UE), ha protestado contra la amenaza de Washington de castigar a empresas de terceros países que inviertan en infraestructura rusa para transportar hidrocarburos. Tal acción perjudicará a firmas europeas accionarias en gasoductos y oleoductos, por lo que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, reclamó que eso afecta sus intereses.
A su vez, el diario germano Deutsche Wirtschafts Nachrichten señala que políticos alemanes se han unido para rechazar las sanciones a Rusia. El ministro de Exteriores, Sigmar Gabriel, calificó la represalia de “enfoque individual del Senado de EE. UU.” Y el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) ya expresó su descontento al afirmar que no pueden mezclarse sanciones económicas e intereses nacionales.
La esquizofrenia anti-rusa en Washington tiene otro delicado ángulo diplomático. En diciembre de 2016, Barack Obama embargaba propiedades rusas en su país, con la falacia de que se utilizaban para espionaje. Siete meses después, a fines de julio, el Kremlin pedía a Washington reducir en 755 sus diplomáticos en Rusia a partir del 1º de septiembre.
Además, lo emplazó a dejar de utilizar unos almacenes moscovitas y la mansión de la elitista zona de descanso de Serebrianyi Bor.
En la hostil escalada, el 21 de agosto se anunció la suspensión de visados de no inmigrantes a ciudadanos rusos. Para el canciller ruso Serguéi Lavrov, la medida buscaba “provocar descontento en los ciudadanos rusos”.
Frentes abiertos
Inexplicablemente, mientras Donald Trump enfrentaba la guerra económica con Rusia que le impuso el Congreso, el 14 de agosto firmaba un memorando para investigar si las prácticas de China en materia de propiedad intelectual “dañan a empresas estadounidenses”. Beijing condenó la medida, que se produjo cuando Washington necesita la colaboración china para influir en Norcorea y reducir la escalada de tensión.
El viernes 29 de julio, Norcorea lanzó su segundo misil balístico, un Hwasong-14 que voló 998 kilómetros en 47 minutos antes de caer en el mar de Japón. Tras esa prueba Pyongyang aseguró que sus misiles pueden alcanzar cualquier punto de EE. UU. Washington responsabiliza a Moscú y Beijing por esa decisión del presidente norcoreano y omite que hace tiempo que esos países redactaron una hoja de ruta que excluye el uso de la fuerza y prevé una solución integral y política al conflicto en la península coreana.
Así, mientras Rusia y China apuestan por las negociaciones en la península norcoreana, EE. UU y sus aliados urgen a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a imponer más sanciones.
El 31 de julio la poco sutil representante de Trump en ese foro, Mikki Haley, exigía a Beijing que presionara a Pyongyang porque “el tiempo de las palabras ha concluido”. Si persiste esa actitud, algunos anticipan el nacimiento de un sistema de pagos ruso-chino que enfrente la hegemonía financiera estadounidense.
En un acto que subraya su vínculo con el complejo industrial militar, y en medio de esos conflictos, Trump anunciaba el 20 de agosto un “cambio dramático” en la estrategia de su país en Afganistán. Contra su afirmación en campaña electoral de que no se involucraría en nuevos conflictos armados, ese giro anticipa el despliegue de más tropas y nueva violencia.
No lejos está el frente rumano-báltico de EE. UU. y la OTAN contra Rusia. El 28 de julio, Rumania cerró su espacio aéreo al avión de la aerolínea S7, que cubría la ruta Moscú-Chisnau (capital de Moldavia), donde viajaba el viceministro ruso Dmitri Rogozin –sancionado por la UE– con más de 160 pasajeros a bordo.
El avión necesitaba cargar combustible y solicitó un aterrizaje técnico, ante la negativa de Bucarest, la nave debió regresar al aeropuerto de Minsk. El funcionario ruso se reuniría en Moldavia con el presidente de ese país, Ígor Dodon, en el 25 aniversario de la misión de paz rusa en la región moldava de Cidniester. Moscú denunció una “provocación” y el canciller rumano declaró que Rusia buscaba una disputa.
Es paradójico que pese al afán imperial por desgastar la relación con el Kremlin, sean sus aliados los que acogen la política rusa. En una inesperada petición el primer ministro israelí –y admirador de Donald Trump– pidió al presidente ruso Vladimir Putin “frenar la presencia e influencia de Irán en Siria”.
En la breve reunión que sostuvieron en el balneario de Sochi, el anti-árabe insistió en victimizar a Israel ante la “expansión” iraní y amenazó con “defenderse por todos los medios”.
No obstante, para expertos rusos, Irán ya no constituye una amenaza para Occidente ni para sus vecinos tras el acuerdo con EE. UU. “Solo Dios sabe lo que le ha prometido” Putin a Netanyahu, declaró a la agencia EFE el director del Instituto para el Diálogo entre Civilizaciones, Igor Maláshenko.
Para el el académico y geoestratega Miguel García Reyes, Estos movimientos significan que “ha surgido la pax sino-rusa-estadounidense; que el Depth State (Estado Profundo) de EE. UU. ha vencido finalmente a Donald John Trump y que, a partir de ahora, funcionará un sistema político internacional tripolar que será muy desventajoso para EE. UU., que deberá pagar en dólares y bajo crecimiento económico. Pero así es la geopolítica”.