Juan José Arreola el fabulista, el entrañable oponente en partidas de ajedrez, el actor y prestidigitador, fue también un escritor milagroso que desentrañó con sus palabras no sólo el espíritu de México, sino que mostró al mundo la universalidad de cada una de nuestras raíces.
El escritor Juan José Arreola (Ciudad Guzmán, Jalisco, 21 de septiembre, 1918 – Guadalajara, Jalisco, 3 de diciembre de 2001) desde pequeño mostró su pasión por la lectura y amor a los libros, aprendiendo a los 13 años el oficio de encuadernador.
Su incursión al mundo de la literatura fue de manera accidental, cuando de niño regresaba a su casa y escuchó a un grupo de escolares recitar un poema de Alfredo Placencia. Aquellas frases fueron como un influjo poderoso que lo inspiró a memorizarlas, a desmenuzarlas, a grabarlas para siempre en su alma. Poco después llegó con su familia y en el comedor comenzó a repetir aquel poema Cristo de Temaca.
Juan José Arreola fue conocido por toda una generación como uno de los escritores más indefinibles y apasionantes de la cultura mexicana, su legado y aún sólida presencia en la cultura nacional sigue vigente a casi 100 años de su natalicio.
En 1985 en el homenaje que le rindieron diversos escritores en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Salvador Elizondo afirmó que Juan José Arreola no podría ser nunca calificado como un retórico y sí como uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo.
“Su obra es como un acto de magia misericordiosa, un acto de caridad dirigido a los humillados y ofendidos del escrito literario. Dicen que Cervantes y Goethe tuvieron también el secreto de esa alquimia que encuentra el oro en el texto”, mencionaba Elizondo.
Pero sin duda uno de los mayores homenajes que recibió en vida Juan José Arreola fue el prólogo escrito por Jorge Luis Borges para la edición deConfabulario, de la colección Tezontle, del Fondo de Cultura Económica, en el que afirmó:
“Creo descreer del libre albedrío, pero si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre, esa palabra estoy seguro sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación regida por una lúcida inteligencia. Desdeñoso de las circunstancias históricas, geográficas y políticas, Juan José Arreola, en una época de recelosos nacionalismos, fija su mirada en el universo en sus posibilidades fantásticas. Que yo sepa, Juan José Arreola no trabaja en función de una causa y no se ha afiliado a ninguno de los pequeños ismos que parecen fascinar a las cátedras y los historiadores de la literatura. Deja fluir su imaginación para deleite suyo y para deleite de todos”.