Hechos y nombres
Alejandro Envila Fisher
Dijo Carlos Loret en El Universal, el pasado 2 de marzo, que a pesar de todas sus declaraciones y mantas, el compromiso de la UNAM con el combate al narcotráfico en su campus se reduce a un dato duro: solo se ha detenido a un narcomenudista en sus instalaciones en los últimos 20 años. Dice también que la autonomía es utilizada en diversas instituciones como un pretexto para la opacidad y la impunidad, es decir, para evitar la rendición de cuentas. Su prueba para esa afirmación es la lista de observaciones de la Auditoría Superior de la Federación que involucran a universidades estatales y que ha sido bautizada periodísticamente como La Estafa Maestra.
Más allá del pobre conocimiento del reportero sobre autonomía y rendición de cuentas (ninguna institución educativa autónoma está legalmente exenta de la fiscalización), y de que la UNAM no tiene ningún señalamiento por participar en esas prácticas, vale la pena señalar otras cosas que en la Universidad Nacional Autónoma de México han pasado en los últimos 20 años.
En 1999, hace 19 años, se presentó el último paro estudiantil, uno muy largo por cierto, en la UNAM. Alejandro Echavarría, el Mosh, y un grupo de entonces jóvenes como Fernando Belaunzarán, protestaron contra un aumento de cuotas decretado por un rector de triste memoria llamado Francisco Barnés de Castro y tomaron físicamente las instalaciones de la UNAM. Lesionaron seriamente a la institución, no solo porque interrumpieron sus actividades, también porque destrozaron y quemaron, además de su prestigio, archivos y documentos personales, como títulos, de otros universitarios salvaguardados en las oficinas de la institución. También se apoderaron de espacios físicos como el auditorio de la Facultad de Filosofía que a la fecha sigue tomado por quienes deben ser los hijos de esos paristas. El Mosh es servidor público menor, Belaunzarán da tumbos entre la izquierda y la derecha, el ex rector Barnés se dedica a desgobernar un colegio privado en Tlalpan y el auditorio de Filosofía sigue ocupado por sus herederos, pero la UNAM reabrió sus puertas y se recuperó. Lo hizo para mostrarse como la mejor y la más reconocida de las universidades mexicanas en prácticamente todas las áreas del conocimiento. Ahí están los ranking internacionales para que los discutan quienes lo dudan.
En 20 años la UNAM ha elevado su matrícula de 255 mil alumnos en el ciclo 1999-2000, a 349 mil alumnos en el ciclo 2017-2018.
En 20 años los alumnos de Licenciatura pasaron de 104,919 en 1999, a 157,442 en 2017.
En 20 años los profesores de carrera en la UNAM pasaron de 5022 en 1999 a 5487 en este 2017.
En el mismo periodo utilizado por Loret para cuestionar la eficiencia de la UNAM en la detención de narcomenudistas, sus investigadores pasaron de 2,074 en 1999 a 2,615 en 2017.
En las dos décadas que no ha logrado atrapar a los narcomenudistas, en la UNAM se hizo crecer el número de profesores de asignatura contratados, de 23,009 en 1999 a 31,558 en 2017.
En los mismos 20 años en los que se han escapado los vendedores de drogas, la UNAM ha aumentado su matrícula de estudiantes de postgrado, de 11,337 en 1999 a 18,626 en 2017.
En 20 años la UNAM ha refrendado, además, su compromiso con la igualdad de genero. En 1999 el 49.9 por ciento de su población estudiantil eran mujeres; en 2017 ese número era de 50.9 por ciento. Sería interesante comparar en cuántas actividades y espacios de la vida mexicana se tiene este número. Mientras en el país la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres ha implicado una larga lucha, en las últimas dos décadas, en la UNAM el tema no es una cima por conquistar, sino una conquista alcanzada y mantenida.
Si se quiere hablar de eficiencia terminal, entre 1999 y 2016, menos de los 20 años puestos por el reportero como periodo para “demostrar” la falta de compromiso de la UNAM con la detención de vendedores de droga, la institución ha producido un poco más de 311 mil nuevos licenciados titulados, además de 35,613 nuevos egresados con título de maestría. En el mismo período la UNAM, que no logró atrapar más que a un narcomenudista en su campus, si logró producir 10,459 nuevos doctores en México, la gran mayoría mexicanos.
La UNAM es, también, el mayor proyecto cultural que existe en México. En estos años en que tan ineficiente ha sido para detener a los vendedores de droga que comercian en sus instalaciones, ha organizado y presentado al público, con precios de acceso desde lo muy razonable hasta lo gratuito, 169 mil 870 actividades culturales de diversos tipos: conciertos, obras de teatro, obras de danza, obras fílmicas, exposiciones, actividades literarias, talleres, conferencias y cursos.
La producción editorial de la UNAM no admite comparación. En 2016 editó más de mil 900 libros, un promedio de cinco por día y así lo ha hecho a lo largo de los últimos años. La institución tiene 135 bibliotecas con un acervo de un millón 722 mil 401 títulos y seis millones, 874 mil 603 volúmenes de libros, además de 756 mil 237 títulos accesibles en la Biblioteca Digital (Bidi).
La UNAM es la universidad de la nación y eso no es solo un slogan. Tiene presencia, creciente además, en las 32 entidades federativas, en Estados Unidos, Canadá, España, China, Costa Rica, Francia e Inglaterra.
La UNAM, absolutamente ineficaz sin duda en atrapar narcomenudistas, tiene también a su cargo el Servicio Sismológico Nacional, el Observatorio Astronómico Nacional, el Jardín Botánico Nacional, la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca Nacional, la Red Mareográfica Nacional, el Herbario Nacional, tres reservas ecológicas, el monitoreo del volcán Popocatépetl y 30 laboratorios nacionales reconocidos por el Conacyt.
Sería fácil seguir la lista de lo que ha hecho la UNAM en los últimos 20 años y lo que es la institución hoy. Hay mucho, pero mucho más que se puede citar, enumerar y explicar a detalle. Pero para efectos de poner en contexto las acusaciones de Carlos Loret, los datos aportados son suficientes.
La UNAM, como todas las instituciones, tiene problemas e insuficiencias, tiene pendientes y tareas que no ha logrado cumplir, pero no las soslaya. Por el contrario, las admite y las enfrenta.
A las instituciones, como a las personas, se les debe juzgar por sus hechos, por sus éxitos y sus fracasos, considerando sus circunstancias, pero no por su contexto exclusiva ni primordialmente. El trafico de drogas es una realidad que afecta a todo el país, que ocurre en todo el país y la UNAM no es una isla ajena a esa realidad. Ninguna institución de educación media y superior, incluyendo a las privadas, es ajena ni está exenta de la presencia de drogas. Eso de ninguna manera las vuelve santuarios para el narcotráfico.
Cualquiera que conozca la Universidad Nacional y su misión, difícilmente se atrevería a juzgarla como indolente, omisa y hasta opaca pretextando su autonomía, a menos que tuviera un interés particular para atacarla. Es cierto que la UNAM no ha detenido a casi ningún narcomenudista en su campus, pero es igualmente cierto que no lo ha hecho porque no está dedicada a eso, sino a la producción y difusión del conocimiento. La UNAM tiene una labor especifica y no es la de Ministerio Público ni tampoco la de la policía de investigación.
Sería deseable que no hubiera drogas, ni en el campus de la UNAM ni en el de ninguna otra universidad o escuela, ni en ninguna calle del país. Pero ese es un buen deseo, La realidad es otra y con ella hay que lidiar todos los días. Hacerlo, de la mejor manera posible de acuerdo a la circunstancia de cada quien, no convierte a las instituciones en tapaderas de los traficantes, ni a los colonos o estudiante en sus cómplices automáticos, como lo sugirió Carlos Loret.
@EnvilaFisher