Sin duda para millones de mexicanos la noticia del “triunfo” de México en la 90ª edición de la entrega de las famosas estatuillas doradas, los Oscar, ha sido motivo de orgullo y satisfacción. No es mi intención demeritar lo que hacen los connotados realizadores y artistas mexicanos en Estados Unidos (EE. UU.), o en cualquier parte del globo terráqueo. Al contrario, me sumo a su reconocimiento mundial porque estas personalidades del séptimo arte han logrado el éxito con base en su talento, dedicación y esfuerzo. Sin embargo, a los mexicanos nos ayuda poner también en su auténtica dimensión social y política esos triunfos, a fin de no dejar que nuestro talante se deje llevar por un nacionalismo irreflexivo y superficial y nos impida ver con objetividad las razones de fondo de esos triunfos “glamorosos”.
Guillermo Del Toro fue, sin duda, el gran triunfador en esta última premiación anual de la Academia de Artes Cinematográficas de EE. UU., pues su cinta La forma del agua obtuvo cuatro estatuillas de 13 nominaciones (mejor película, mejor director, mejor diseño de producción y mejor banda sonora). Además del éxito de Del Toro, es importante señalar que otros mexicanos actuaron como presentadores (Eugenio Derbez, Eiza Gonzáles y Salma Hayek) o como cantantes (Gael García Bernal y Natalia Lafourcade), con lo que la presencia mexicana fue más notoria. Incluso el filme Coco, que no es una película mexicana ni fue dirigida por un mexicano, obtuvo el Oscar a la mejor cinta de animación.
La inclusión de latinoamericanos no fue solo para nuestros connacionales; la película chilena Una mujer fantástica, del realizador sudamericano Sebastián Lelio, ganó el premio a la mejor cinta extranjera (en lengua no inglesa), en la que por cierto la protagonista principal estuvo interpretada por Daniela Vega, actriz transgénero.
En definitiva, la última entrega de los Oscar ha sido la más “incluyente” en la historia de este premio, no solo porque tomó más en cuenta a cineastas de nuestra región en sus respectivos países y en EE. UU. Como parte de las minorías, ya que en el filme premiado Guillermo Del Toro cuenta una historia en la que los héroes son personajes de esta condición; la protagonista principal es una empleada de limpieza muda, la cual es ayudada por un amigo homosexual y otra empleada de limpieza afroamericana, para salvar al monstruo acuático del que se ha enamorado. Todo esto mueve a reflexionar: ¿Es que ahora la industria cinematográfica estadounidense se ha vuelto más “incluyente”, más democrática y más humanista?
Cuando vemos las ganancias obtenidas por cintas como Coco –que hasta el momento ha captado más de 900 millones de dólares en el mundo entero, que en México ha sido las más vista de todos los tiempos y que en China, Centro y Sudamérica ha dejado mucho dinero a sus productores– no puede uno evitar preguntarse si las grandes empresas productoras del cine estadounidense están adecuándose a los gustos de los públicos a que están destinados y, por lo tanto, a sus propias apetencias financieras.
Esa política de “inclusión” del cine gringo y de su Academia de las Artes Cinematográficas tiene, fundamentalmente, una explicación económica; pero también una política: la burguesía estadounidense, esa que está en contra de las políticas de Donald Trump, es consciente de que al imperialismo yanqui no le conviene una confrontación directa con los países que ha venido dominando en Latinoamérica, le conviene tenerlos controlados económica y políticamente. No le conviene, además, dejar de influir ideológicamente en millones de seres humanos en las naciones que el propio capitalismo considera su “patio trasero”.
Y ¿qué decir de las minorías raciales, los homosexuales, los transgénero, los lisiados, los desempleados, etc.? Todas esas minorías están formadas por gente productiva que deja plusvalía a esa burguesía voraz; y esas minorías también son consumidoras de los productos del capitalismo y, por lo tanto, son quienes permiten a los grandes potentados la realización de sus enormes ganancias ¿Puede renunciar a esto la clase empresarial yanqui? ¿Acaso ahora, en tiempos de proteccionismo y políticas supremacistas, no le conviene a esa clase capitalista, contraria a Trump, congraciarse con los miles de millones de seres humanos, cualquiera que sea su condición socioeconómica, su idiosincrasia, sus preferencias sexuales o su raza, a fin de que no se exacerben las contradicciones sociales y éstas lleven a la superpotencia a un mayor aislamiento global y le acerquen más rápidamente a su caída como superpotencia?