SEXTANTE
1- 4 Partes
Le confieso, amigo lector, que cuando era yo estudiante y pude ver en un cine club el documental Corazones y mentes (1974), de Peter Davis, me conmovió profundamente la sinceridad y la objetividad de este famoso documental sobre la Guerra de Vietnam. Recientemente volví a verlo con la idea de recordar la gran victoria de un pueblo que luchó por liberarse de las agresiones de los mayores depredadores del género humano: los miembros de la burguesía imperialista.
El nueve de mayo pasado se conmemoró un aniversario más del Día de la Victoria, fecha en la que el ejército soviético derrotó a la más poderosa maquinaria militar que se hubiera creado hasta entonces: el ejército nazi de Adolph Hitler en la Segunda Guerra Mundial. En esa gesta, el pueblo ruso no solo salvó a la Unión Soviética de caer bajo el más terrible régimen sociopolítico que haya conocido la humanidad –el nazismo alemán–; sin ninguna exageración, salvó a la humanidad entera, pues sin el triunfo del socialismo soviético lo más probable es que hoy gran parte de la población mundial estaría padeciendo la opresión más inhumana y sanguinaria que jamás haya existido.
Todavía ahora, en los países que giran en torno a la órbita del imperialismo estadounidense, incluido México, y gracias a las tergiversaciones que se hacen de la historia a través de algunos textos educativos, la cultura, el cine, la literatura, los poderosos medios de comunicación, etc., se ha construido la idea de que el “gran salvador de la humanidad” en la Segunda Guerra Mundial fue el ejército de Estados Unidos (EE. UU.), junto con sus aliados europeos.
Pero una revisión exhaustiva, objetiva y científica de la historia de la gran conflagración, en la que se calcula murieron más de 60 millones de seres humanos muestra, por el contrario, que EE. UU. y sus acólitos europeos financiaron primero al gobierno de Hitler y luego fingieron que lo detenían, mientras impulsaban a las hordas nazis para que destruyeran a la Unión Soviética, la cual era una pesadilla de los grandes tiburones del capital imperialista a causa de sus grandes logros en la liberación laboral de las masas trabajadoras y de las inmundicias que genera el sistema de libre mercado.
Hoy, varias décadas después del triunfo soviético sobre el fascismo alemán, con una mirada menos desprejuiciada y más justa, se sabe que el 80 por ciento del total de la fuerza en hombres y armamento alemán se lanzó contra el territorio de la URSS; que los nazis destruyeron miles de aldeas y ciudades y que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sufrió la pérdida de cuando menos 26 millones de personas, asesinadas por las balas, el hambre y las enfermedades provocadas por la bestial embestida de la maquinaria militar fascista germana.
Pero la heroicidad del pueblo y la dirección firme de José Stalin y los generales soviéticos acabaron con la pesadilla teutónica; fue la famosa Batalla de Stalingrado el punto de partida de la gran derrota de los ejércitos alemanes. Después de esa batalla, en la que murieron más de un millón de seres humanos, el ejército alemán jamás pudo recuperarse; y el nueve de mayo de 1945 el ejército soviético entró a Berlín, la capital de Alemania, mientras los soldados estadounidenses y europeos entraban por Normandía, Francia, obligados más por las circunstancias y por su temor a que la Unión Soviética avanzara más allá de Berlín y dominara toda Europa.
La ideología nazi-fascista no desapareció, pese a la derrota de las hordas hitlerianas en Europa hace más de seis décadas, como puede apreciarse en el documental Corazones y mentes. Tampoco desaparecieron la ideología de la “supremacía blanca”, los genocidios y las barbaries orquestada por los imperialistas. Por eso, el documental que hoy reseño –y del cual hago mi modesto análisis– es un documento fílmico de gran valor histórico multidisciplinario