SEXTANTE
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En las siguientes secuencias, el filme de Peter Davis retrata crudamente el anticomunismo de la derecha estadounidense. Por ejemplo, un comentarista dice: “Mientras en 1917 –cuando ocurrió la gran revolución bolchevique– por cada dos mil 217 personas había un comunista en Rusia; en la actualidad –década de los 60 en Estados Unidos (EE. UU.)– por cada mil 814 personas hay un comunista”. Y así continúan los comentarios falaces e ignorantes: “Si perdemos Indochina, EE. UU. será como una Isla en medio de un océano comunista”.
Pero también siguen los comentarios de Randy Floyd: “Los bombardeos que realizábamos en Vietnam eran programados por computadora; era, por tanto, en gran medida, un asunto de pericia técnica. Y yo llegué a sentirme orgulloso de mi trabajo, por mi ‘habilidad’… un piloto de la Segunda Guerra Mundial jamás siquiera habría podido soñar con la tecnología que empleamos en Vietnam… nos sentíamos profundamente satisfechos de lo que hacíamos”. Después de este fraseo, Davis presenta la otra cara de la moneda: lo que había ocurrido en las zonas bombardeadas era la muerte atroz de civiles y la destrucción de casas destruidas. El documental ofrece escenas como la de una mujer vietnamita que narra la forma en que fue destruida su casa, murieron sus familiares, quedó inutilizada para el trabajo y tuvo que vivir en la casa de una hermana. Secuencias adelante, Randy Floyd sigue su relato: “Eres un experto, un teórico que domina su trabajo”. Y enseguida el brutal contraste, cuando la sobreviviente del bombardeo sentencia: “Eres como el ave que se quedó sin nido…”.
El filme avanza con una reseña de las luchas de los vietnamitas durante más de mil 200 años contra los chinos, más de 100 años contra los franceses y durante la invasión gringa, cuando EE. UU. llevó invadió su territorio con más de medio millón de soldados, en una de las operaciones genocidas más grandes de la historia mundial, que trataba de impedir que Vietnam lograra su unidad nacional, su libertad e independencia. Los vietnamitas solo buscaban su felicidad, los mismos valores que alentaron al pueblo estadounidense en su Guerra de Independencia. En Vietnam, los gringos soltaron más toneladas de bombas que las utilizadas en toda la Segunda Guerra Mundial.
En Corazones y mentes, Davis da voz a un desertor del ejército yanqui y contrasta sus ideas con las crudas imágenes de vietnamitas golpeados cuyas casas fueron quemadas. Imágenes elocuentísimas: hombres y mujeres aturdidos por el dolor, con la mirada perdida, solo esperando la muerte.
Davis vuelve con Coker, el exprisionero de guerra, en una escuela primaria; él va narrando sus experiencias para aleccionar a los infantes que estudian ahí. Una niña le pregunta “¿Cómo es Vietnam?”. Coker, convencido de la supremacía racial y de la política de dominio imperial, responde: “Vietnam es un país muy bonito, pero la gente ahí es muy anticuada y primitiva; todo lo convierten en un desastre”. El patriotero pretende convencer a los niños de que los vietnamitas, atrasados, primitivos, racialmente inferiores, merecen ser invadidos y sometidos por los medios más violentos y atroces. Otro niño pregunta a Coker: “¿Qué siente usted por los desertores del ejército que huyeron a Canadá?”. Coker contesta: “No estoy de acuerdo con ellos, están legalmente equivocados… son cobardes y no pueden volver a EE. UU. por que han discrepado”.
Davis contrasta la opinión de Coker con la del desertor Edie Sowders, quien sí regresó a su país a confrontar a las autoridades militares que lo van a juzgar. Sowders declara: “En lugar de ayudar al pueblo vietnamita, lo que yo vi es que tomamos parte en la destrucción deliberada y sistemática de su país… los vietnamitas son considerados menos que seres humanos, como seres inferiores… los llamamos ‘chinos’, ‘picados’, y consideramos que su vida no valía nada, pues todos eran seguidores del Vietcong… los dirigentes de nuestro ejército nos enseñaron a matar sin vacilaciones, nos enseñaron a odiar a nuestros ‘enemigos’, los vietnamitas… nosotros –los desertores– no somos criminales y desde 1965 más de medio millón de estadounidenses han desertado del ejército… es una gran ironía que ahora seamos enjuiciados por los mismos que planearon y ejecutaron una guerra genocida en Indochina”. El desertor exhibe a la clase gobernante yanqui, en la que prevalece el racismo y la ideología de los jefes del imperialismo yanqui, que no se diferencia en nada de la de los jerarcas del nazi-fascismo hitleriano