SEXTANTE
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Peter Davis tal vez nunca calculó que su documental Corazones y mentes sería un filme no solo profundamente conmovedor, sino también un documento de gran valor contestatario, que continúa siendo un potente instrumento de denuncia contra los halcones, quienes después de la Guerra de Vietnam siguieron agrediendo a muchos países en Latinoamérica, en Asia, en el norte de África y el Medio Oriente. Agresiones inspiradas en la Doctrina Monroe y en la ideología nazi-fascista de sus gobernantes y los grandes capitostes del sistema imperial.
Pero Davis nos muestra también la clave del triunfo del pueblo vietnamita, cuando en la cinta aparecen las opiniones de campesinos e intelectuales vietnamitas. Un campesino dice a los yanquis: “Ustedes se derrotarán a sí mismos…no importa cuánto tiempo combatan… nunca conquistarán Vietnam… te lo digo para que se lo digas a Nixon; aquí mientras haya arroz para comer seguiremos luchando, y si se acaba el arroz, sembraremos arroz”. Y, en efecto, el pueblo vietnamita nunca dejó de luchar y venció a la potencia militar más poderosa de la Tierra. (especialmente dramática es la escena que presenta Davis cuando un marine ejecuta a un vietnamita en la calle, dándole un balazo en la sien).
Davis hace patente el sufrimiento bestial que padecieron muchos vietnamitas, acusados de comunistas y torturados por ello: obligados a comer pescado podrido, confinados en celdas en las que permanecían de pie todo el tiempo, sin contar con defensor alguno, sin que se les considerara seres humanos, sufriendo las peores vejaciones y torturas solo por haberse atrevido a decir la verdad. Una mujer de aproximadamente 50 años cuenta cómo los marines y su cuerpo de torturadores llegaron al extremo de poner cal en la cabeza a los prisioneros vietnamitas y cómo les echaban agua para que la cal hirviera en su cabeza y otras partes del cuerpo. “El pelo se nos cayó, nos salieron llagas…”, asegura la mujer.
Los patriotas fueron considerados delincuentes, cuando el verdadero delincuente era el gobierno yanqui, el más cruel y genocida que haya conocido la humanidad. Un gobierno que fue más lejos que los nazis, pues rociaba la selva con napalm, agente naranja y fosforo blanco para quemar plantas, árboles y, sobre todo, quemar vivos a los seres humanos. Imborrables imágenes que han quedado como el más elocuente testimonio del grado de maldad, sevicia y bestialidad de que son capaces los peores carniceros en la historia de la humanidad. El filme incluye imágenes desgarradoras, como la de una niña que sufrió graves quemaduras por el rociamiento del napalm; o la de una madre que carga a su bebé de escaso año y medio totalmente quemado, mientras la piel de éste se está desprendiendo. Y para no dejar duda sobre la ideología nazi-fascista de los círculos gobernantes y militares de EE. UU., Davis incluye las declaraciones de un alto mando que participó en el genocidio, el general Westmoreland, quien declara: “Como expresa la filosofía oriental, la vida no es importante; en Oriente la vida es abundante, la vida es barata”. Son verdaderamente nauseabundas las ideas de este genocida que justifica la muerte de millones de seres humanos “que no valen” o “a los que no les importa la vida”. Y la pregunta obligada: ¿Vale más la vida de un estadounidense que la de un oriental, que la de un mexicano o un africano?
El documental de Davis tiene dos secuencias finales: Randy Floyd termina sus reflexiones llorando amargamente, pues reconoce que cuando pilotaba su avión no veía nada, no escuchaba los gritos de terror que lanzaban los vietnamitas cuando las bombas los despedazaban y destruían sus casas. Y lo mismo los pilotos que lanzaban las latas con 600 perdigones que al estallar despedazaban a seres humanos, o cuando otros aviones lanzaban el C.B.U.s, un arma que no destruye nada más que seres humanos. “Miro a mis hijos –dice apesadumbrado Floyd– y no sé qué ocurriría si los rociaran con napalm”. En la secuencia final hay un desfile en honor a los combatientes de Vietnam en Nueva York. El patrioterismo rampante se enfrenta a una movilización de lisiados de guerra que gritan: “¡No queremos desfiles, queremos trabajo!