SEXTANTE
Cousteau
La genialidad de Charles Spencer Chaplin no hallaba expresión sólo en el contenido crítico de las historias que abordaba –con profundidad y valentía retrató la deshumanización de la sociedad capitalista y denunció el totalitarismo que entre 1930 y 1945 provocó la más horrorosa carnicería humana con más de 60 millones de muertos- sino también en el hecho de que él las dirigía, las interpretaba como actor central, era el guionista y aun las musicalizaba. Pero además Chaplin era definitivamente genial porque logró que sus obras sean catalogadas, según el ángulo desde el cual se las disfrute, lo mismo como melodramas vestidos de comedia o como comedias con contenido trágico, etc. El hecho es, amigo lector, que cientos o miles de millones de seres humanos hemos sido espectadores asiduos de los filmes de uno de los grandes creadores de la cinematografía mundial, pues Chaplin supo elaborar historias en las que la tragedia humana se expone con un gran sentido de humor y el dolor se mezcla genialmente con la risa. Y esa capacidad fue la llave de su gran éxito mundial.
Pero antes de que Chaplin pudiera realizar sus filmes geniales debió trabajar muy duro, entre 1912 y 1916, para la compañía de Mack Sennett. En sus primeras cintas Sennett sólo buscó obtener dinero por la vía de representar situaciones chuscas en las que abundaban caídas y porrazos que provocaban hilaridad, pero que no contenían ninguna reflexión. Es decir, era un cine que no ofrecía escenas que movieran a los espectadores a experimentar sentimientos y pensamientos hondos. Claro que si Chaplin se hubiera adaptado a este esquema, su obra nunca hubiera trascendido en la historia del arte. En la medida que Chaplin se fue independizando de Sennet, en sus cintas empezaron a aparecer planteamientos filosóficos, sociales y políticos, que a la postre permitieron, ya en la madurez artística del realizador, crear obras maestras del cine, como fue el caso de La quimera del oro, Luces de la ciudad, Vida de perros, Tiempos Modernos, El Gran dictador, etc.
Su primer largometraje considerado obra maestra fue El Chico (1921). Con este filme la fama de Chaplin creció a nivel mundial. La cinta narra la vida de un vagabundo, Charlot, paria que en medio de sus extremas carencias y por azares del destino encuentra un bebé recién nacido que su madre ha abandonado en la calle. Ese niño se vuelve lo más preciado en la vida de aquel insignificante hombre, quien con mucho amor y cuidado lo va criando. Pero en esa crianza aquel chiquillo desarrolla “habilidades” de supervivencia vital propias de las personas que viven en barrios urbanos marginales de una gran ciudad y a sus escasos seis de edad es un “experto” en romper cristales de aparadores comerciales. Y, claro, Charlot siempre se ofrece a colocar un nuevo cristal en las tiendas afectadas. Un día se enferma el chico y es atendido por un médico de la salud pública. Cuando va a retirarse del humilde apartamento donde viven, éste toma la carta que su madre dejó a su lado al abandonarlo, se entera de su condición de huérfano en manos de un vagabundo y denuncia el hecho a las autoridades de la ciudad. Estas recogen al chico, pero Charlot logra rescatarlo y esa noche se oculta en una casa de huéspedes, de la que el encargado de esta sustrae al niño y lo entrega a la policía. Ahí llega la madre del chico y descubre (por la carta que ella escribió y está en poder de la policía) que es su hijo. La madre, que se ha vuelto rica, recupera a su hijo y más tarde permite a Charlot que lo visite en su casa. En fin, El chico fue la primera obra maestra del cine de Charles Spencer Chaplin.
Algunos de los biógrafos del gran realizador británico han sugerido que el humanismo que proyecta en sus filmes es reflejo de la penosa vida que tuvo en su infancia y adolescencia. Chaplin conoció no sólo la extrema pobreza, sino que también padeció tormentos personales muy fuertes, toda vez que su madre enloqueció tras la muerte del padre, quien previamente los había abandonado cuando Charles aún era un niño.