SEXTANTE
Costeau
El cine ha servido, en unos casos para exaltar el nacionalismo de los pueblos, despertar la admiración hacia personajes históricos y conocer objetivamente la historia, y en otros para manipular ésta en favor de las clases dominantes. Como quiera, el buen cinéfilo debe aprender a orientarse en la maraña que suele tejer la industria cinematográfica al servicio de las grandes potencias del mundo; es muy frecuente que los cine espectadores –millones caigan en el perverso juego de la manipulación ideológico-política, que trata a toda costa de mantener en funcionamiento el sistema social basado en la esclavitud asalariada.
En la cinta Las horas más oscuras, del británico Joe Wright, estrenada este año, se narran los difíciles días de Winston Churchill (Gary Oldman), el muy conocido personaje histórico inglés que fue dos veces Primer Ministro del Reino Unido. La historia de Wright se ubica en el primer periodo de Churchill, cuando tuvo la muy grande y trascendente responsabilidad de decidir el futuro de Gran Bretaña frente a la maquinaria militar nazi, que en 1940 había logrado rodear y estaba a punto de aniquilar al ejército de su país en Dunkerque, en la costa francesa, donde 300 mil hombres no podían ser evacuados por falta de una flota marítima con capacidad para movilizarlos. Churchill defendió a capa y espada la idea de no negociar la paz con Hitler, mientras sus enemigos políticos en el gobierno británico, sobre todo Neville Chamberlain (exprimer ministro) y el Conde de Halifax, proponían negociar con los nazis a través de los oficios de Benito Mussolini, el dictador fascista de Italia. La situación era tan grave que, ante las fuertes presiones de aquéllos, Winston aceptó en principio la mediación, que podría haberse convertido en la más dura derrota de su carrera política; sin embargo, durante esos días recibió la visita del rey de Inglaterra, Jorge VI, quien expresó su apoyo a la idea de no negociar con los fascistas e incluso le aconsejó que consultara al pueblo inglés, lo que Winston pudo hacer durante un viaje en el metro de Londres, donde escuchó a algunos pasajeros que, en respuesta a sus preguntas, dijeron que jamás estarían dispuestos a negociar con los nazis y que preferían luchar hasta la muerte en defensa de la patria. Con el aval del rey, Churchill se lanzó primero a convencer a los miembros de su gabinete y luego al Parlamento Británico. Los soldados atrapados en Dunkerque finalmente fueron evacuados con cerca de 900 embarcaciones civiles.
Con esta anécdota, el filme de Wright da un enorme crédito al rey –lo que resulta inverosímil, pues la realeza nunca ha sido partidaria de tomar en cuenta al pueblo– y se muestra poco indulgente con Churchill, a quien además pinta como un alcohólico y lo presenta como alguien que bebe licor a cualquier hora del día. Un trato similar da a Franklin D. Roosevelt, entonces presidente de Estados Unidos, a quien describe como una persona insensible e incapaz de entender a sus aliados en la Segunda Guerra Mundial. Pero en Las horas más oscuras, a fin de cuentas, se exalta al famoso Primer Ministro británico; sin embargo, existen aspectos oscuros de este personaje que Wright soslaya y que un historiador más objetivo habría tenido que contar de ese periodo de la II Guerra Mundial; el gobierno de Estados Unidos y todos los gobernantes de la Europa imperialista siempre especularon o simularon “combatir” a Hitler y a las hordas nazis en el frente occidental de Europa, mientras esperaban que la Unión Soviética, a quien dejaron sola, fuera derrotada y destruida por los feroces alemanes, quienes no lograron estos objetivos pero sí provocaron la muerte de más de 26 millones de personas. Churchill, de origen aristocrático, siempre fue enemigo del poder soviético. Cuando se inició la guerra civil en Rusia, Churchill fue tenaz partidario de “ahogar en la cuna al poder bolchevique”. Su reaccionarismo se manifestó en 1910, ante el enfrentamiento entre la policía escocesa y unos trabajadores anarquistas, cuando impidió a los bomberos acabar con el fuego en un edificio para obligar a los obreros a rendirse.