SEXTANTE
Por: Costeau
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En su obra cumbre, El capital, Karl Marx dijo que el “capitalismo nació chorreando lodo y sangre”. Esta afirmación, lejos de ser fraseología hueca, fue hecha por el gran pensador revolucionario para denunciar que el surgimiento de este sistema económico en los siglos XV y XVI en países como Inglaterra se dio mediante una “acumulación originaria del capital”, es decir, un proceso de acumulación de riqueza que no fue producto del esfuerzo personal o la simple astucia o inteligencia de los primeros empresarios capitalistas –como sostenían idílicamente los panegiristas del sistema- sino que éstos tuvieron que despojar violentamente a miles de pequeños productores campesinos de sus tierras y otros haberes. Marx fue, por supuesto, un gran conocedor de la historia de la humanidad y de las bases económicas del desarrollo de las distintas sociedades. Por eso, con base en estos conocimientos y con fundamentos científicos, desenmascaró las patrañas del supuesto origen del capital con base en el esfuerzo individual aislado. Decenas de miles de campesinos fueron despojados de sus tierras; los primeros capitalistas necesitaban de esas tierras para el pastoreo del ganado ovino, pues la demanda de telas se había incrementado y necesitaban mucha lana. El gobierno inglés apoyó ese despojo brutal; a los campesinos –“proletarizados” a la fuerza– se les obligó a residir en los centros urbanos, y si algunos se oponían a esto y deambulaban desempleados por los pueblos y los caminos, el mismo gobierno los castigaba con cárcel, azotes e incluso eran marcados con hierro candente. Si reincidían, las leyes vigentes establecían que los “infractores” podían ser colgados. Ese enorme despojo fue “la acumulación originaria del capital”.
¿Quién puede dudar hoy que los empresarios capitalistas nunca han podido generar la riqueza que han acumulado? ¿Hay un solo empresario capitalista en la historia de este sistema social que pueda jactarse de haber logrado hacer una fortuna con su trabajo individual? El capital es producto social, es la acumulación de riqueza obtenida por vía de la extracción de plusvalía, que es el trabajo no pagado a los obreros, quienes se quedan solo con una parte ínfima de la riqueza que generan con su jornada de trabajo –hoy se ha podido establecer que el valor de esta equivale a menos del cinco ciento, mientras que lo que queda como trabajo excedente, la plusvalía de la que se apropia el patrón, puede representar más del 95 por ciento– lo que nos explica claramente cómo los capitalistas de ayer y de hoy no son los que “mantienen a los obreros”, sino que son éstos quienes con su esfuerzo diario no solo sustentan económicamente a los empresarios, sino que además los proveen de grandes cantidades de dinero para que vivan en la súper abundancia y derrochen su riqueza en lujos extremos.
Comento todo esto, amigo lector, porque afortunadamente en la cinematografía mundial se han creado algunos filmes que, de una u otra forma, han logrado reflejar las características del sistema capitalista. La tierra de la gran promesa (1974), del realizador polaco Andrzej Wajda, es un ejemplo de ello. En esta cinta, Wajda cuenta una espléndida historia del nacimiento del capitalismo en Polonia que nació, al igual que en otras naciones de Europa Occidental y el mundo, sobre la base de una feroz explotación del proletariado por cuenta de la clase burguesa polaca, carente de cualquier escrúpulo humanitario.