SEXTANTE
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Por: Costeau
La tierra de la gran promesa es un célebre fresco fílmico de una poderosa fuerza visual; la fotografía realiza movimientos de gran agilidad y conserva esa habilidad de fijar el momento exacto, de captar la esencia de una situación y la expresión, el estado de ánimo y los deseos de cada personaje; una fotografía de excelentes encuadres que logra atrapar atmósfera, arquitectura, costumbres, vestimenta y convenciones sociales, algo bastante difícil, pues requiere una cuidadosa labor. La cinta fusiona sobresalientes actuaciones con la solvente forma de narrar del afamado cineasta Andrzej Wajda. La historia se ubica en la ciudad polaca de Lodz, a mediados del siglo XIX. Tres jóvenes miembros de la naciente burguesía polaca deciden instalar una fábrica propia; uno es católico: Karol Boroviecki (Daniel Olbrychski); otro, judío (Wojciech Pzoniak) y el tercero es alemán (Andrzej Seweryn). Para lograr su objetivo se dedican a conseguir el capital necesario, buscando crédito con otros capitalistas o mediante maniobras especulativas (comprar gran cantidad de algodón antes de que aumente su precio por el alza en los aranceles, del que se enteran por anticipado.
Karol, cuya prometida vive en su pueblo natal, se hace amante de la esposa de un rico industrial de origen judío. El padre de Karol es un viejo hidalgo terrateniente; el vertiginoso avance del capitalismo lo alcanza cuando su hijo lo obliga a vender la hacienda para completar el capital necesario para construir la fábrica y comprar las máquinas. Karol es el prototipo del joven burgués cuya ambición no se detiene ante nada; con ayuda de sus socios logra terminar la fábrica. El judío consigue 30 mil rublos defraudando a un rico industrial judío de la ciudad.
Wajda retrata el capitalismo salvaje, presente en la actualidad, revitalizado en la década de los 90 del siglo pasado con la caída del socialismo; las imágenes, elocuentes, reflejan la ferocidad, la deshumanización y la barbarie que sufre la clase trabajadora. En la fábrica en que trabaja Karol como administrador, el dueño es un alemán, Bucholz, viva imagen del despotismo, la crueldad de la clase explotadora que se ensaña no solo contra los obreros, sino sobre sus empleados indirectos: capataces, oficinistas, supervisores, etc. a quienes maltrata verbal y físicamente con cualquier pretexto. Otro ejemplo de las injusticias que el cineasta denuncia es la expulsión del seno familiar de una obrera adolescente a quien un capataz seduce; el padre de la joven reclama al abusador dentro de la fábrica y éste le propina una golpiza; durante el enfrentamiento, el padre agraviado logra sujetar al capataz, ambos caen y son triturados por una máquina. En otras secuencias se exhibe la falta de escrúpulos de los grandes parásitos y prevaricadores del género humano; durante una representación de El lago de los cisnes, de Tchaikovski, y mientras una mujer se columpia, los burgueses, en sus palcos, se enteran de la quiebra de sus negocios; la mujer en el columpio contrasta con la tragedia que lleva a algunos capitalistas al suicidio; en otra secuencia, por las calles de Lodz avanzan, en sus carruajes, los empresarios hacia el funeral de Bucholz –muerto de un ataque al corazón en su fábrica–, cuando se enteran del aumento en el precio del algodón, abandonan el cortejo fúnebre a toda velocidad, importándoles un bledo las exequias de su “hermano de clase”.
El esposo de la amante de Karol se entera que éste último viaja en el tren con su mujer; el inversionista ha negado ante la imagen de una virgen, la paternidad del hijo que espera la pareja; el empresario judío envía a uno de sus esbirros a incendiar la fábrica de los tres emprendedores, dejándolos en la ruina. Para convertirse en un poderoso capitalista, Karol termina por casarse con la hija de un acaudalado industrial alemán. La mujer es una bobalicona, inculta, pero, a fin de cuentas, es hija del más poderoso capitalista de Lodz. Ya con un hijo, y como jefe de la clase empresarial, en las últimas escenas, desde su palacio, Karol ordena al ejército que dispare contra la masa obrera inconforme. Muchos obreros mueren. Así nació el capitalismo no solo en Polonia, sino en la mayoría de los países del mundo, “chorreando lodo y sangre”; y sigue siendo el mismo sistema, creador de las peores calamidades para la humanidad.