SEXTANTE
Por: Costeau
En tiempos remotos hubo una familia bien avenida en la que no existían privilegios ni disputas internas (o por lo menos no tan graves como las que hoy conocemos) y en la que las mujeres no eran oprimidas ni estaban relegadas de las funciones sociales más importantes. En aquel mundo primitivo, en el que nuestros ancestros llevaban una vida casi salvaje, porque su atraso tecnológico los limitaba al uso de instrumentos de producción muy rústicos, era en cierta forma más humano porque aún no había propiedad privada, con cuyo surgimiento aparecieron las taras (la ambición brutal, la avaricia, el egoísmo reconcentrado, la envidia, los malos sentimientos, los celos, etc.) que posteriormente deshumanizaron a los hombres en grados a veces superlativos.
La familia de los hombres primitivos no era monógama, sino grupal o colectiva; en ella, todos los miembros aportaban el mismo esfuerzo a la manutención de la tribu o clan y su exposición común a la permanente hostilidad de la naturaleza los cohesionaba. Todo esto desapareció cuando se inventaron la agricultura y la ganadería, se incrementó la producción, unos hombres se apoderaron de los excedentes, surgió la propiedad privada y con ésta las clases sociales. La familia grupal bien avenida fue sustituida por la monógama y desapareció el reparto justo de la riqueza producida, porque ésta empezó a ser acaparada por una clase privilegiada. Desde entonces, la familia ha sido el núcleo que sirve a las clases explotadoras para reproducir atavismos sociales como la avaricia, la mezquindad, el desprecio por las mujeres y los productores directos de la riqueza, los trabajadores.
Invoco todo esto, amigo lector, porque hoy comento una cinta estrenada en 1989; del director-actor Danny DeVito, La guerra de los Rose tiene la virtud de darnos una imagen poderosamente nítida de lo que hoy es la familia monógama en la sociedad capitalista. La historia de DeVito se centra en el proceso de divorcio de Oliver Rose (Michael Douglas) y Bárbara su esposa (Kathleen Turner). Después de ser una “pareja ideal” –como ocurre en muchos matrimonios de la clase burguesa o de la clase media alta– el matrimonio Rose se convierte en un verdadero campo de batalla en el que se disputan no tanto la custodia de los hijos adolescentes, sino los bienes generados por el matrimonio: la residencia que compró Oliver y el mobiliario y decoración, de la misma, etc., que corrió a cargo de Bárbara. El abogado que lleva el proceso de divorcio es Gavin (Danny DeVito), quien es amigo de los Rose y, como tal, aconseja a ambos que no lleven el pleito a extremos más graves e irreductibles. Finalmente no los convence, la casa de los Rose se divide en sectores territoriales y el conflicto escala a dimensiones “épicas” mediante el intercambio de agresiones físicas y morales que terminan en la muerte de ambos cónyuges. Los críticos de esta cinta han señalado que la cinta de DeVito tiene momentos “impagables”, como cuando Oliver mea sobre el pescado que Bárbara ofrece a unos clientes suyos; o cuando Oliver come un paté que le parece delicioso y su esposa le dice que está hecho con el perro que quería mucho, etc. Yo creo que el mérito principal de Danny DeVito en La guerra de los Rose –aunque logrado de forma involuntaria– consiste en la creación de una comedia de humor muy negro, muy corrosivo, con el que retrata a la familia burguesa en la decadente sociedad de Estados Unidos y la mayoría de países que viven bajo este régimen. Es decir, DeVito logra retratar la deshumanización de los consortes, la podredumbre que se anida en lo que la moral burguesa considera más sagrado, la familia y retrata, por lo tanto, el desmoronamiento de esa moral hipócrita y de los “valores” en que se funda la sociedad en donde las “virtudes” se convierten en un medio escatológico.