SEXTANTE
Negros y blancos en color, del realizador galo Jean Jaques Annaud, es una cinta que en 1979 ganó el Oscar como mejor película extranjera en el famoso certamen que organiza la Academia de Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Para ser justos, este filme, casi olvidado en nuestra época, ha sido poco valorado; pero su reseña y análisis vienen a cuento porque su historia critica el viejo colonialismo europeo y la supuesta supremacía racial de sus inmigrantes y descendientes, que formaron sociedades y naciones en otras latitudes del planeta. La historia humana es una larga cadena de conquistas realizadas por las clases poderosas esgrimiendo como razón importante –obviamente solo valedera para ellas– que sus razas son superiores y que esta supuesta superioridad les otorga el “derecho” a adueñarse de territorios y recursos naturales ajenos, a destruir culturas que consideran “inferiores” y a imponer idiomas, costumbres y “valores” a pueblos enteros.
En esta cinta, Jaques Annaud se burla de sus compatriotas al pintarlos tontos, torpes y ladronzuelos, lo que naturalmente lastimó el chauvinismo francés. Su relato discurre en un país del África francesa en 1915 cuando, ya iniciada la Primera Guerra Mundial, los pocos habitantes galos de esa nación africana (dos sacerdotes, tres tenderos, un geólogo-biólogo y dos mujeres) se enteran de la conflagración y, a partir de su conocimiento de que en un poblado cercano viven tres alemanes, se ponen a organizar con engaños y coacciones un ejército que “defenderá” a la colonia francesa y que integran con los miembros de las tribus nativas.
Annaud cuenta este hecho con humor cáustico para mostrar el nacionalismo decadente, el racismo, la depredación, etc., de los franceses. Seguramente fue ésta la razón por la que Negros y blancos en color no pudo “identificarse” con la inmensa mayoría de los franceses, pues ahí se les presentan como flojos, arrogantes y empeñados en “defenderse de los alemanes”, a los cuales además les tienen mucho pavor. Este filme es una rareza en el horizonte fílmico de Francia, pese a que Annaud ha sido ampliamente reconocido en su país y en el mundo por otras películas como El nombre de la rosa o La guerra del juego.
No debemos perder de vista que aunque Annaud cuenta su historia de manera burlona y caricaturesca –pero con fondo muy crítico– la realidad actual en todo el mundo, particularmente en los países pobres, es resultado de siglos de colonialismo europeo –como ahora lo es del imperialismo– que mientras saqueó recursos naturales y explotó laboralmente a los habitantes de las naciones “inferiores”, siempre las mantuvo en el atraso, al no permitirles que accedieran al desarrollo económico, social, educativo y cultural.
Ahora, en las últimas décadas, millones de seres humanos de África, Asia y América Latina están emigrando hacia los países del hemisferio norte, altamente industrializados y tecnificados y cuyos habitantes gozan de niveles de vida muy superiores al de los países que siempre se han mantenido como proveedores de materias primas.
Y aunque ahora se diga, como se dice en el caso de los emigrantes centroamericanos que atraviesan México, que son “carne de cañón” de las maniobras electorales de Donald Trump y otros jerarcas de la política yanqui –es decir, que están siendo utilizados para que los electores gringos decidan entre quienes alientan o defienden su territorio y a la población blanca y conservadora de las “hordas” de delincuentes, violadores y “maras-salvatruchas”, etc.– no debe perderse de vista que estas oleadas migratorias son producto de siglos de explotación, saqueo de recursos y atropellos que ahora miran hacia el Norte en busca de salvación. Es en este sentido que cintas como Negros y blancos en color cobran actualidad.