SEXTANTE
Por: Cousteau
Poco tiempo después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, el cine de Europa Oriental –cuyos países fueron liberados del fascismo alemán por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)– trató de imitar al cine soviético, que se guiaba con la escuela artística del llamado realismo socialista. Una obra poco conocida pero significativa de esta corriente es Sirena (1947), del realizador checo Karel Stekly. Esta cinta narra las condiciones socio-históricas en Bohemia, región checa que a finales del siglo XIX padecía el llamado capitalismo salvaje, es decir, un sistema de explotación capitalista más primitivo en el que la clase obrera trabajaba jornadas de 12 o más horas, sufría hambre, soportaba muchas crueldades, la tasa de extracción de plusvalía era mucho más alta que la actual y tenía pocas oportunidades de rebelarse, aunque ahora los trabajadores –gracias a la moderna tecnología y a los métodos organizacionales de producción– no hayan dejado de rendir a la clase burguesa tanto o más ganancias que en aquella época.
Precisamente esta reseña-crítica de Sirena tiene como objetivo destacar su tesis argumental y su elaboración artístico-ideológica, ya que ambas están enfocadas a mostrarnos la esencia brutal del capitalismo salvaje de finales del siglo XIX. Su historia se centra en las vicisitudes de una familia obrera que, al igual que cientos de miles y millones de familias de trabajadores en el mundo, sufrían las consecuencias socioeconómicas más atroces a causa del régimen de explotación laboral que prevalecía entonces y que solo beneficiaba a los propietarios de las fábricas, quienes vivían como dioses. Como consecuencia de las enormes disparidades económicas derivadas de este sistema, las mujeres se prostituían, los obreros se entregaban a los vicios, las familias entraban en conflictos y en procesos de desintegración que impelían a algunos de sus integrantes al embotamiento mental y físico, al suicidio, etcétera.
Esta situación inclemente y la dureza del dueño de la mina y la fundidora, lleva a los obreros a rebelarse y a asaltar la lujosa residencia de aquél, provocando su apaciguamiento manu militari, es decir, mediante la intervención del ejército para aplastar brutalmente a los trabajadores en rebelión. La familia obrera que protagoniza el drama cinematográfico sufre lo indecible; durante la represión, una bala arrebata la vida a la hija pequeña, de hermoso aspecto físico y espiritual; el esposo, quien no ha participado en la rebelión por encontrarse enfermo y en casa, es encarcelado; la hija mayor se ve obligada a huir de la ciudad porque su novio es perseguido por la “justicia” burguesa; mientras la madre, en quien recae todo el peso del drama, intenta convencerla para que no se vaya, que no la deje sola. Finalmente, la madre comprende el dilema en que se encuentra su hija mayor, la acompaña a la estación del tren y, después de despedirla, se dirige a las instalaciones de la fundidora, donde escucha la sirena, que en aquel momento anuncia el término de la jornada laboral. En esta última secuencia, la madre afirma: “Podrás gritarnos, pero nunca podrás silenciarnos”.
Estas palabras indican que la lucha del proletariado seguirá siempre hasta que termine la sociedad injusta. Hoy, ese capitalismo “salvaje” sigue existiendo. Yo creo que hoy es más salvaje que nunca; la vieja clase capitalista ha logrado sacarle más tasas de plusvalía al proletariado y, para lograrlo sin que se rebele, ha inventado mecanismos muy poderosos y eficaces de control ideológico y manipulación mental. Hoy, decenas de millones de trabajadores se drogan con estupefacientes; y otros miles de millones son embrutecidos con las drogas mediáticas. La gran tragedia que actualmente envuelve al mundo es que los luchadores sociales de muchos países no han educado o no han sabido educar políticamente a las clases trabajadoras; eso explica por qué las masas no pueden cambiar la situación en cada nación. Ahora están regresando los fascistas al poder, tanto de derecha como de “izquierda”.