“Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
Porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.”
Opinión Invitada: Dimas Romero* .- Hace apenas unos días, algunos de mis compañeros, conmovidos no solo por nuestros problemas, sino por los que enfrentan otros pueblos del mundo, en un acto de genuina solidaridad, escribieron acerca del peligro que se cierne tanto sobre el pueblo venezolano, como sobre el Movimiento Antorchista Nacional; en el primer caso, por el riesgo constante de invasión con que amenazan los Estados Unidos de Norteamérica, el imperio más rapaz que haya registrado la historia de la humanidad; y en el segundo, por la campaña de calumnias orquestada por el sedicente gobierno de izquierda de Andrés Manuel López Obrador, que busca liquidar a una organización conformada legítima y legalmente.
Desde entonces, los acontecimientos han seguido su fatal e inevitable curso, ambos fenómenos sociales, sujetos a la ley del movimiento que rige el universo, han pasado del discurso al terreno de los hechos. En estos momentos, los imperialistas norteamericanos establecen un cerco militar a Venezuela para asestar su golpe en cualquier momento. Y hace dos días, en Los Reyes la Paz, Estado de México, con un aparatoso operativo, la Policía Federal y el Ejército golpearon y desalojaron a ciudadanos indefensos, entre los que se encontraban mujeres y niños, de un Centro de Desarrollo Comunitario en la colonia Lomas de San Isidro, sección el Pino, obra que fue gestionada por ellos y que el actual ayuntamiento pretende arrebatarles. Dichos acontecimientos me recordaron el poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller, que cito al inicio de mi escrito, y que hace referencia a la falta de solidaridad entre los sectores que fueron víctimas del fascismo alemán, hecho que facilitó la eliminación de cada uno de ellos.
¿Qué subyace en el fondo de esta lucha entre los poderosos y quienes luchamos por la libertad y el progreso? Subyace un sistema económico decadente que, en el terreno internacional y en el nacional, en los últimos estertores de su agonía, se aferra al poder por todos los medios, con uñas y dientes, empeñado en mantener lo insostenible, aunque para ello tenga que quemar su último cartucho: el uso de la fuerza y las armas, no sin antes abonar el terreno para dar su golpe.
En una campaña permanente que inició desde que Venezuela era gobernada por Hugo Chávez, el discurso lapidario y constante contra el ahora presidente, Nicolás Maduro, es el mismo: es un peligroso dictador, enemigo de los derechos humanos que merece, aunque haya sido elegido y ratificado por el pueblo al que representa, ser derrocado por una fuerza extranjera, en nombre de la libertad y la democracia. Con este mismo discurso, la potencia emblemática del librecambio ha invadido y destruido países que hoy están en ruinas, se ha apropiado de sus riquezas naturales y les ha impuesto gobiernos títeres que han entregado los pedazos restantes en charolas de oro.
Con la misma fórmula que usa el gobierno norteamericano en escala internacional, el discípulo nacional prepara la antesala de la represión: desde que tomó el poder, un día sí y otro también, ha iniciado una campaña de lodo para desacreditar y convertir en enemigo público al Movimiento Antorchista Nacional, tildando de corrupta, intermediaria y “huachicolera”, sin presentar prueba alguna de sus acusaciones, a una organización social conformada al amparo del derecho y de la ley.
Un gobierno que ha tenido que “corregir” error tras error, desde nombramientos de gente sin preparación para ocupar puestos públicos, hasta acomodar estatutos a modo para colocar a sus colaboradores cercanos, y cuyo coordinador en el Senado de la República, Ricardo Monreal, presionó a los obreros en la reciente huelga de Matamoros, Tamaulipas, en apoyo a las empresas maquiladoras, para que desistieran de sus demandas, declaración que negó a pesar de haber sido grabado y de que el discurso de su partido ha sido “primero los pobres”, es el gobierno que hoy nos ataca. Nada más irónico.
En ambos casos, el arma principal es una poderosa campaña mediática que coloca a las víctimas ante la opinión pública como enemigos de la democracia, como delincuentes de la peor calaña y por tanto, merecedores del peor de los castigos a manos de los “buenos”, de los que se sienten jueces últimos y dueños de la verdad. Pero este recurso solo es posible en una etapa del desarrollo de las sociedades, porque nada es eterno y no se puede curar con palabras la pobreza que lastima el estómago y la piel. Este sistema, que por un lado genera riquezas inimaginables, es incapaz de distribuirlas de manera equitativa, provocando en sus creadores la conciencia de la necesidad de organizarse, de unirse con sus iguales para buscar aliviar el sufrimiento que los agobia.
A nivel mundial, el capitalismo que se ha enseñoreado durante las últimas 3 décadas, lucha ferozmente contra quienes se resisten a su dominio, atropellando el derecho a la autodeterminación de los pueblos, y contra quienes han intentado liberarse de la feroz explotación de sus recursos naturales y de la invasión del capital imperialista, en detrimento del desarrollo de su población, lucha que, contrario a lo que se esperaría, por el aplastante poderío norteamericano, el imperialismo ha venido perdiendo ante el surgimiento en todo el mundo de sociedades más justas y económicamente pujantes, lo que demuestra que el progreso es irreversible a pesar de los avances y retrocesos paulatinos, así lo demuestran Corea del Norte, Rusia y China por poner un ejemplo. En México, el capitalismo atrasado y dependiente, utilizando el discurso de izquierda que parece responder a los anhelos de los pobres, aplica medidas superficiales para maquillar la realidad y mantener el actual estado de las cosas.
No nos arredramos en esta etapa de retroceso de nuestra sociedad, como seguros estamos, que no lo hace el valeroso pueblo venezolano. Por eso, partiendo de la frase del pensador a que me refiero al principio de este escrito, dirijo mis pequeñas y sencillas palabras a los pobres y humildes del mundo, para que saquemos las lecciones necesarias de la historia. La realidad no se ajusta a los deseos del hombre, tarde o temprano se sacude las distorsiones que se hacen a las leyes del movimiento. Por más remiendos que se le hagan, el progreso de las sociedades es ineludible.
A Venezuela y a los países indefensos del mundo, los salvará su unión y la solidaridad de todas las naciones progresistas; a nosotros, los pobres de México, la unión de todas las organizaciones, grupos políticos, intelectuales, profesionistas e individuos con verdadero deseo de progreso y con genuino interés de luchar al lado de los que menos tienen. Porque la verdadera fuerza de los pobres está en su número, y es por ello que ponen tanto empeño en dividirnos, pues es más fácil acabarnos uno a uno por separado.
Por lo tanto, para los países débiles, la consigna del momento es agruparse, organizarse, solidarizarse con Venezuela y para los mexicanos, formar un frente de todas las organizaciones e individuos con opinión crítica y con deseos de progreso, para conformar una fuerza tan grande, que haga que surja otra clase política verdaderamente comprometida con el pueblo mexicano, que lo lleve al poder y que haga que la justicia social deje de ser sólo un discurso. Invitamos a todos los críticos del actual gobierno, que cada vez son más, a cumplir la tarea histórica de cambiar nuestra lastimada sociedad, con la lucha ideológica sí, pero también con la ineludible lucha práctica.
* Dirigente del Movimiento Antorchista en Oaxaca