Visto en conjunto, nuestro nivel de tecnificación agrícola está muy a la zaga del de economías desarrolladas. Algunos ejemplos. En infraestructura y tecnología de riego, solo 2.3 por ciento de las unidades usa microaspersión; aspersión (8.51) y riego por goteo (9.6), aunque pueden ser los mismos productores. Seis de cada 10 usan herbicidas e insecticidas, en contraste con 75 por ciento de la superficie cultivada en Estados Unidos. En México, uno de cada 100 productores emplea sensores de humedad y nutrición.
En cuanto a mecanización agrícola, indicador clave del desarrollo capitalista, una cuarta parte de nuestros productores emplea todavía tracción animal; cuatro de cada 10 usan tractor y apenas en un cuarta parte de las unidades se usan cosechadoras; en Estados Unidos 84 por ciento de las unidades agrícolas o pecuarias tiene al menos un tractor.
La cría de bovinos es otro ejemplo. En términos de la proporción de la población de reses en que se aplica cada elemento tecnológico, solo en 1.5 por ciento se utiliza transferencia de embriones; aplicación de hormonas (2.6), inseminación artificial (9.9). En la Unión Americana, en 2010, 80.1 por ciento de las granjas lecheras usaba inseminación artificial; Hogeland (1990) afirma que 70 por ciento del hato ganadero lechero fue obtenido mediante esta técnica. En México (Encuesta Nacional Agropecuaria 2012), un tercio de los productores suministra alimento balanceado y 58.5 aplica baños contra parásitos en la piel del ganado. Como consecuencia, tenemos una baja calidad en la producción y limitada competitividad: del total del ganado, 26 por ciento se produce para la venta, pero de ahí, 0.4 por ciento se exporta; y, muy relacionado con ello, en detrimento de sus utilidades, más de tres cuartas partes de los productores venden a intermediarios. Así, el rezago tecnológico se asocia con la reducción en la productividad, competitividad y, por ende, rentabilidad del sector (con las excepciones ya señaladas), y frena la inversión, no solo la pública, que se da por descontada, también la privada. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), 7.6 por ciento de las unidades productivas obtiene algún crédito, a lo cual contribuyen como disuasivas las elevadas tasas de interés. Únicamente 20.8 por ciento de los productores tiene acceso al crédito.
La limitada productividad del sector agrícola se manifiesta también en que en el año 2001 daba ocupación a 22.6 por ciento de la fuerza laboral, pero producía nada más 5 por ciento del PIB; en Estados Unidos empleaba al 2.1 por ciento y producía 1.8 del producto; a esto contribuye poderosamente el diferencial tan amplio en desarrollo tecnológico, sobre cuya importancia, en general, nos ilustra la FAO: “la quinta etapa (mecanización motorizada V), que comenzó hace más de 10 años, comportó la utilización de tractores de tracción a las cuatro ruedas de más de 120 CV, lo que amplió a más de 200 hectáreas la superficie que puede ser atendida por un solo trabajador.
Análogamente, en 1950, un trabajador podía ocuparse de ordeñar una docena de vacas dos veces al día, cifra que se duplicó cuando empezó a utilizarse la máquina de ordeñar portátil, aumentó a 50 animales con la sala de ordeño en espina de arenque equipada con un depósito de leche, pasó luego a 100 vacas con la cinta transportadora y ahora es de más de 200 vacas desde que se utiliza la sala de ordeño totalmente automatizada. De esta manera, en cada una de las etapas del proceso de mecanización motorizada aumentó la superficie o el número de animales por trabajador, los progresos alcanzados paralelamente en la industria de los productos químicos agrícolas y el mejoramiento genético incrementaron los rendimientos por hectárea o animal” (FAO, “Los efectos sociales y económicos de la modernización de la agricultura”, 2000).
Pero el atraso tecnológico es efecto, a su vez, de otro fenómeno: la fragmentación en la propiedad de la tierra, fuente de pobreza entre los productores agrícolas y obstáculo a la absorción de tecnología avanzada: 57 por ciento de las unidades de producción tiene una superficie de tres hectáreas o menos (octavo Censo Agrícola, Ganadero y Forestal). En una publicación oficial, Financiera Rural indica: “mientras en 1991 el 66.3 por ciento de las unidades de producción agrícola tenía menos de cinco hectáreas, para 2007 esta cifra aumentó a 72.6”; cuán diferente es la situación, por ejemplo, en Argentina, donde 65 por ciento de posee una superficie superior a 25.
En virtud de lo expuesto, para superar la crisis agrícola es necesaria una reorganización en términos de sus escalas productivas, que eleve la productividad, producir a menores costos, en menos tiempo, para aumentar la competitividad y revertir la desorbitada importación de alimentos. Producir a gran escala permitirá asimismo absorber tecnología avanzada, introducir mejor infraestructura y elevar la inversión.
Ciertamente, la proletarización del campesinado es un proceso histórico objetivo, expresión de leyes del desarrollo capitalista, pero sus devastadores efectos sociales en desempleo, aglomeración en los grandes cinturones de miseria urbanos, etcétera, pueden enfrentarse con una política que incluya organización de productores agrícolas, crédito, asistencia técnica y capacitación. Pero también debe atenderse a quienes abandonaron el campo, para lo cual es primordial desarrollar los sectores secundario y terciario de la economía con el fin de absorber a quienes arribaron a las ciudades en busca de sustento, ofreciéndoles empleos decorosos y condiciones de vida dignas.