SEXTANTE
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Por: Cousteau
Estoy convencido de que la tragedia más grande que padece la humanidad actualmente es la falta de conciencia y de unión de los trabajadores. La ignorancia de las grandes masas obreras y campesinas y el control ideológico –ejercido mediante el uso de los influyentes medios de comunicación, que a su vez pertenecen a los grupos sociales con mayor poder económico y político–, permiten no solo su extrema succión económica y física con cargas de trabajo excesivas, sino además que sufran otros flagelos, tales como la mala atención sanitaria y educativa para sus hijos, la falta de servicios y viviendas decorosas.
Pero el azote social que causa más estragos y espanto en la clase trabajadora es la pérdida del empleo, problema con el que dejan de percibir ingresos económicos y, cuando se extiende la inactividad, la esencia misma que distingue a los humanos de otras especies desde que el Homo sapiens apareció en la Tierra, se pierde. La pérdida del trabajo significa perder, de una u otra manera, lo que nos caracteriza como seres pensantes y creativos.
La cinta francesa La guerra silenciosa (2018), de Stéphane Brizé, narra con realismo la tragedia de los obreros. Es una tragedia causada por la desunión y la falta de auténtica hermandad basada en la comprensión de los intereses de clase. Brizé nos cuenta la lucha de los obreros franceses de una empresa alemana establecida en Francia, negocio que cerrará porque sus directivos no obtienen la rentabilidad que desean.
Laurent Amédéo (Vincent Lindon), el líder del sindicato, que afilia a mil 100 obreros, es combativo, insobornable y consecuente con su proyecto de que la compañía siga funcionado para que él y sus compañeros no pierdan sus empleos. Laurent discute con el directivo de la filial francesa de la empresa alemana de autopartes Dimke sobre el incumplimiento de un acuerdo de ésta, mediante el cual los obreros habían aceptado subir de 35 a 40 horas sus labores por el mismo salario, con tal de que la empresa se mantuviera funcionando.
“No le pido –les dice una compañera de Laurent a los empresarios– que se apiaden de nosotros, solo que cumplan su palabra”. El directivo empresarial contesta: “La realidad del mercado es muy dura”. Laurent dice a los empresarios: “Ustedes ganaron el año pasado 17 millones de euros con nuestro trabajo”; el directivo, en tono demagógico, argumenta: “Ustedes y la empresa vamos en el mismo barco”. Una obrera joven contesta: “Pero nosotros vamos debajo, en el casco, en donde hay mierda y ratas, y ustedes van arriba, disfrutando de la vida y del paisaje”.
Ante la tozudez de los capitalistas, Laurent y su sindicato deciden irse a huelga. En una audiencia ante las autoridades laborales, encabezadas por Grosset, éste dice a los obreros huelguistas: “Estamos en un país democrático y la intervención del Estado sería perjudicial, porque sería contraproductivo”. En un país con modelo económico neoliberal y que se autoproclama “democrático” la imparcialidad es solo aparente porque hay proteccionismo hacia los patrones. Con el argumento de que el problema es de “productividad”, cuando en realidad es de mayor “rentabilidad”, los directivos de Dimke se niegan a que su empresa siga funcionando en esa localidad francesa.