Por: Homero Aguirre Enríquez
Destemplado, iracundo, el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad Meneses, habló hace unos días ante un público formado mayoritariamente por empleados de su gobierno, reunidos con la consigna de aplaudir a toda costa lo que dijera su jefe e impedir, junto con cientos de policías, que se acercara un grupo de hidalguenses organizados en el Movimiento Antorchista, los cuales llevan años solicitando que el gobierno introduzca servicios elementales en sus colonias y comunidades.
La gente pobre ha decidido buscarlo en los escasos actos públicos donde aparece, porque el señor Fayad no recibe a nadie en sus oficinas y prácticamente no ha hecho ninguna obra en las barriadas y pueblos donde habita más de la mitad de la población de Hidalgo, empobrecida, desempleada o mal pagada, y vilmente engañada periódicamente por políticos como el que ahora despotrica contra ellos, después de que hace casi tres años les prometió el oro y el moro si votaban por él.
Con una prosodia lamentable (que alguien le diga al señor gobernador que la palabra “financia” NO es una palabra aguda) y atropellando las palabras por la ira mal contenida ante el “atrevimiento” de quienes, mediante cartulinas y mantas, le reclamaban atención, ese mismo funcionario que no regatea genuflexiones y sonrisas ante el Presidente en turno, les arrojó a los cientos de antorchistas hidalguenses -retenidos muchos metros atrás por vallas, policías y camiones- una agresiva e injusta catarata de invectivas tomada literalmente del discurso del presidente López Obrador: “no habrá recursos para las organizaciones”, “no a los intermediarios” y los recursos se entregarán “directamente a la gente”, frase con la que puerilmente cerró triunfal el gobernador de Hidalgo.
Cuándo, dónde y cómo ha entregado esos recursos “directos” y de qué magnitud han sido en sus casi tres años de gobierno, es algo que muchos esperábamos oír enseguida de labios del gobernador, pero no lo dijo porque tal entrega, directa o indirecta, solo existe en su imaginación. Tampoco explicó cómo es posible que tan genial manera de gobernar, como la que ahora presume tan orondamente, tenga en la miseria a la mayoría de los hidalguenses; mucho menos demostró que esa dolorosa pobreza y la marginación que sufren los hidalguenses sea culpa de Antorcha Campesina, que lo único que hace es agrupar a personas que, en uso de su derecho constitucional, se organizan para protestar por el trato injusto del gobierno y demandar obras que por ley debe realizar el gobierno que concentra los impuestos de los contribuyentes y que también por ley deben regresárseles en forma de obras y servicios, justo lo que no hace Omar Fayad.
Lo hemos dicho y lo reitero ahora obligado por la mendacidad gubernamental: los antorchistas jamás hemos pedido, ni pediremos, que nos entreguen recursos directos a los líderes, pero sí exigimos que el gobierno haga obras públicas para los más pobres: luz, agua, drenajes, pavimentos, caminos. Lo hemos exigido y lo exigiremos siempre, aunque se enojen todos los “Fayad” del mundo.
Resulta por demás reveladora de los amarres que se hacen entre las cúpulas de la clase política nacional, a espaldas de los intereses populares, la actitud que muestran ante esta conducta prepotente tanto los altos mandos del PRI, partido que llevó al poder al gobernador hidalguense, como la que muestra el propio presidente de la República. Ningún priista ha elevado la voz para condenar una política que muy pronto provocará que Hidalgo deje de ser priista; quien busque explicaciones a la derrota del PRI, encontrará aquí todo un ejemplar para estudiar y sacar conclusiones fácilmente. Por su parte, el jefe del Ejecutivo no ha escatimado elogios a Omar Fayad, incluso en escenarios tan inapropiados como cuando lo felicitó por su “buen desempeño” ante la tragedia que costó la vida a decenas de hidalguenses. Tanto comulgan el gobernador y el Presidente que, como demostré líneas arriba, el discurso de Omar Fayad contra nosotros es una copia, que raya en lo simiesco, de los ataques del Presidente contra el Movimiento Antorchista, casi la única organización que se ha atrevido a reclamarle obras y servicios y no un engaño en forma de tarjeta. Sobran los ejemplos para demostrar que el trapecismo político es la regla de nuestros días, cómo migraron al partido en el poder cientos de políticos de otros partidos y cómo se matizan los que en las campañas fueron presentados como desacuerdos profundos. Una transmutación así es la que vemos en Hidalgo, un arreglo de cúpula en el que los intereses populares es lo que menos importa.
Hace más de trece años, el ingeniero Aquiles Córdova Morán escribió un texto revelador de lo que hoy vemos desplegado: “La facilidad con que los políticos saltan de un partido a otro es, pues, un síntoma indirecto pero claro de que están desapareciendo las diferencias esenciales entre los partidos, de que todos tienden a representar los mismos intereses y de que, por tanto, para los electores mexicanos, cada vez hay menos de donde escoger: o votan por un diablo rojo o votan por diablo azul, pero tienen que votar por un diablo a fin de cuentas”. Hoy lo vemos mucho más nítido y todos los días surgen más argumentos y ejemplos para explicarle a la gente por qué esa clase política formada por saltimbanquis ha concluido su etapa histórica y debe ser relevada lo más pronto posible del poder en que se encuentran encaramados, desde donde cínicamente cambian de playera partidaria cada que les llega la lumbre a los aparejos.
Para terminar, el responsable de gobernar a los hidalguenses, de procurar la paz social y garantizar el respeto a la ley nos lanzó una calumnia: acusó al Movimiento Antorchista de tener un padrinazgo local, que por razones que ignoro no tuvo el valor de mencionar por su nombre, mismo que, según el Gobernador, ha permitido a los antorchistas hidalguenses sostener un plantón contra el “desvalido” gobernador. No me detendré mucho en contestar esta torpe infamia, sólo diré que los antorchistas de Hidalgo y del país vamos a perseverar en nuestra lucha por una vida mejor y, el tiempo que sea necesario, resistiremos los embates contra el derecho del pueblo a organizarse. Si Omar Fayad, los sicofantes que lo asesoran o alguno de sus flamantes aliados creen que la fuerza popular de Antorcha, el vigor y el carácter científico de sus ideas para esbozar un nuevo modelo económico y la gran resistencia y respaldo popular que muestra para crecer y defender su proyecto de país son resultado simplemente de un padrino inconfesable, allá ellos, con su pan que se lo coman; con eso sólo demostrarán que su salida del poder, en Hidalgo y en el país, es cada vez más necesaria e inminente. Con redoblada convicción, los antorchistas convocamos sinceramente a los mexicanos a sumarnos y aumentar nuestra fuerza social para acelerar democráticamente la salida del poder de esa clase política y sustituirla por gente surgida de un partido que el pueblo de México ya está formando.