ESTÉNTOR POLÍTICO
Miguel Ángel Casique Olivos
Austeridad en el gasto público, funcionarios y un gabinete honesto, ponerle fin a las políticas neoliberales y un ataque permanente a la corrupción fueron los “remedios” que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) manejó tras identificar, según él, los dos problemas principales: la corrupción y la desigualdad económica que tenían en jaque al país; bastaba atacarlos para que cambiara radicalmente y hubiera una mejoría en nuestro país, que ya cuenta con casi 130 millones de mexicanos, de los que al menos 100 millones se encuentran en pobreza.
Cuando AMLO estaba en campaña, inversionistas, periodistas y muchos de sus seguidores, engrosaron ese grupo de 30 millones que hoy se arrepiente, pues muchos mordieron el anzuelo y creyeron que el discurso beligerante de AMLO se atenuaría una vez que tomara el cargo. ¿La sorpresa? El mandatario no ha cambiado, al contrario, sus posturas se han radicalizado.
Hace unos días renunció Carlos Urzúa; empresarios e inversionistas lo habían considerado un Secretario digno de respeto; su carta de renuncia, que presentó tras permanecer siete meses en el cargo, es directa y mordaz; el mensaje es obvio y también la acusación: el Gobierno Federal había tomado decisiones sin una justificación sólida y, además, pretendía imponer a funcionarios sin la experiencia necesaria en puestos clave.
Para poder transformar la realidad económica, AMLO primero tendría que aceptarla, pero es claro que no está dispuesto a ello. Sus incontables errores ya están minando la sólida imagen que lo llevó a ganar la contienda presidencial; por ejemplo, en marzo de 2019, su popularidad llegaba al 78 por ciento, pero ya en julio ronda el 70 por ciento, es decir ocho puntos menos.
AMLO movió el tapete a los inversionistas cuando canceló el aeropuerto, que ya estaba parcialmente construido y cuya necesidad es innegable; lo suspendió, sin lugar a dudas, por motivos políticos y con la idea de enviar un mensaje de fuerza, sin importarle que esta decisión afecta fundamentalmente a la población, por la pérdida empleos que esa obra había generado.
El Presidente insiste en la construcción de una nueva refinería de Pemex, de ocho mil millones de dórales, obra que desde el punto de vista comercial no tiene mucho futuro; esto preocupa a los inversionistas y al mercado. Pemex, con su enorme deuda, no ayudará a disminuir la deuda del país; esas malas finanzas perjudicarán a las familias mexicanas.
A siete meses de iniciado el presente sexenio, son más los errores que los aciertos; más acciones negativas para la población que beneficios. La lista crece cada día: desaparición de las guarderías infantiles, cierre de las clínicas de salud, cancelación de programas sociales como Prospera y todos los que emanaban del Ramo 23, la problemática aún no resuelta con la Policía Federal y, recientemente, el incumplimiento con la entrega de becas a estudiantes y apoyos a los adultos mayores, el despido de decenas de empleados de la agencia Notimex, donde los trabajadores han denunciado la existencia de un ambiente de miedo por parte de los subordinados de Sanjuana Martínez.
Todas estas acciones, que se suman a la ineficiente política del gabinete, demostrada con las renuncias de al menos 15 funcionarios, están haciendo que políticos, periodistas y analistas de opinión lleguen a la conclusión de que México estaba mejor cuanto estaba “peor”. La popularidad de AMLO va en picada, la realidad para él no existe. Entre los mexicanos, la inconformidad social sigue creciendo; ya no están dispuestos a escuchar más demagogia para atacar los problemas de pobreza y miseria que, éstas sí, siguen aumentando y ahorcando a las familias de nuestro país. Por el momento querido, lector, es todo.