Por: Aquiles Córdova Morán
Aunque no todos estén de acuerdo con ello, lo cierto es que si se observa con un poco de interés y detenimiento el funcionamiento de la sociedad, se advertirá en seguida que en la base de su vida material y espiritual está la actividad económica, es decir, la producción de los bienes y servicios que sus miembros necesitan para mantenerse vivos y activos. Para trabajar, pensar, sentir y crear; para generar cosas nuevas y superiores, tanto en el ámbito material como en el espiritual, lo primero que tiene que hacer el ser humano es existir; y de aquí el papel fundamental de la producción económica, de la cual depende todo lo demás.
Con la evolución histórica de la sociedad, su actividad productora, que en sus inicios era instintiva y espontánea, se fue haciendo cada vez más compleja y difícil de manejar con acierto para obtener los frutos deseados, en la cantidad y con la calidad que la sociedad demandaba. Poco a poco, pues, se fue volviendo indispensable la comprensión científica de los principios y leyes sobre cuya base existe y funciona la producción económica, si se quería gobernarla y garantizar sus resultados; se hizo necesario cuantificar lo que insumía y los resultados esperados, así como planificar la distribución de estos entre todos los miembros de la sociedad. En una palabra, se hizo necesaria la ciencia económica, la economía científica.
Es cosa sabida que la economía como ciencia es relativamente joven. Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, y su desarrollo al siglo XIX. Fue la respuesta a las necesidades y problemas planteados por el capitalismo en su fase de producción masiva, primero mediante la cooperación simple y la manufactura y, más tarde con la maquinaria y gran industria. El país que primero arribó a ese grado de desarrollo fue Inglaterra y, por eso, la economía política se considera una ciencia “inglesa”. William Petty, Adam Smith, David Ricardo, los Mill (padre e hijo), Malthus y otros que se consideran los padres de la economía clásica, son todos hijos de la Gran Bretaña.
Pero las investigaciones de estos clásicos, destacadamente Smith y Ricardo, se proponían desentrañar problemas que, a la larga, resultaron molestos, y hasta “peligrosos”, para los estratos sociales que dominaban el nuevo modo de producción, y también para las clases gobernantes. Explorar qué es el valor de las mercancías, cuál es su contenido esencial; de dónde brota y en qué consiste la riqueza social y quiénes la producen; cómo lograr una distribución más equitativa de la misma entre todos los miembros de la sociedad; etc., era algo que incomodaba al capital y al Estado, por cuanto que podía poner en movimiento la inconformidad de las fuerzas sociales menos favorecidas. Se hizo necesario otro tipo de economía, más “precisa”, matemática si fuera posible, para dejar atrás la economía “especulativa”.
Este nuevo tipo de economía, la llamada economía subjetiva o matemática, también nació en Inglaterra. Su creador, Jevons, fue el primero en aplicar el cálculo diferencial a los problemas económicos, dando origen al llamado “marginalismo” que es, hasta el día de hoy, la columna vertebral de la economía del capital. Con la teoría marginalista, los problemas planteados por los clásicos, como la teoría del valor-trabajo o la de la ganancia del capital formada (aunque no realizada) en el proceso de producción, fueron abandonados o recibieron un nuevo enfoque, un enfoque “matemático” en el cual el productor directo, el obrero y su trabajo vivo, quedaron totalmente al margen por ser “innecesarios”, y hasta estorbosos, para el desarrollo de la nueva economía.
A partir de Jevons, la economía matemática no ha dejado de desarrollarse y perfeccionarse (no sin tropiezos, fricciones internas y cambios significativos), y hoy es, sin discusión, la que dirige y gobierna al mundo del capital. Los éxitos que el capitalismo ha alcanzado bajo su amparo y guía son de tal magnitud y brillantez, que la han afianzado como la única explicación válida de todos los fenómenos socio-económicos de nuestro tiempo, con exclusión de otra cualquiera y con olvido absoluto, e incluso con abierto repudio y burla, de los descubrimientos de la economía clásica. Este fenómeno se ha venido ahondando, hasta alcanzar tintes de agresividad y violencia ajenos a toda ciencia, desde que se convirtió en el continuador más brillante de la escuela clásica un economista alemán llamado Carlos Marx.
Pero los errores de enfoque y la mutilación absoluta de la dimensión humana y social de la economía matemática, ni son baladíes ni pueden ser borrados de la realidad con exorcismos y tonantes condenas verbales. La pobreza y la desigualdad crecientes en todos los países capitalistas sin excepción; el colonialismo, la opresión y explotación de unos países por otros; las guerras, “localizadas” pero mortíferas e interminables, que asolan a vastas regiones del planeta; la brutal y absurda concentración de la riqueza en poquísimas manos; las tensiones mundiales que a cada paso nos amenazan con una catástrofe nuclear; todo ello y más tiene su origen, en última instancia, en el predominio absoluto de una economía “matemática” y deshumanizada, que esconde los problemas humanos que genera.
La última versión (la más inhumana y brutal) del capitalismo regido por la economía matemática, es el llamado neoliberalismo. Al llegar este, tiró por la borda conquistas y beneficios sociales que las grandes masas trabajadoras habían ganado en épocas mejores, para entregarlas, inermes, a las frías e inexorables “leyes del mercado”. La sindicalización obrera que conseguía mejores salarios y mejores jornadas y condiciones de trabajo; el seguro contra enfermedades y accidentes laborales; el derecho a una vivienda digna, a servicios de salud eficientes y accesibles, a una educación gratuita y de calidad, a servicios domésticos y públicos baratos; el derecho a una pensión suficiente para una vejez digna; todo eso y más, el neoliberalismo lo mandó al bote de la basura (de un golpe o poco a poco), para dejar al trabajador colgado solo de su salario que, para colmo de injusticias, hace años que se mantiene en el mismo o parecido nivel.
El neoliberalismo también ha traído consigo el monopolio del poder político por las oligarquías de cada país, por lo cual el Estado, ni puede ni quiere poner freno al desastre. Y para cerrar con broche de oro, hay que tener en cuenta, además, que la llamada “teoría del goteo” de la riqueza, de las clases altas a las bajas, que debería equilibrar la balanza del bienestar según la teoría económica al uso, ha resultado ser absolutamente falsa, como lo prueba la monstruosa concentración de la riqueza en todo el mundo capitalista. Por todo esto, resulta totalmente justa y racional la rebelión mundial contra el neoliberalismo y el llamado a construir una nueva política económica que obligue al Estado a corregir las fallas del mercado, a enderezar los desequilibrios que provoca y a mejorar la distribución de la renta nacional, para abatir en serio la pobreza y la desigualdad. Pero, ¡ojo!, suprimir el neoliberalismo no significa acabar con el capitalismo; erradicar la propiedad y la inversión privadas para sustituirlas por algo distinto, sea lo que sea. Poner fin al neoliberalismo rapaz no es poner fin a la era del capital, sino solo corregir sus abusos y desviaciones más agudos e insoportables, que dañan al bienestar colectivo y desestabilizan a la sociedad. Al menos eso es lo que los antorchistas entendemos por acabar con el neoliberalismo.
Esto implica que la leyes de la economía matemática siguen siendo válidas en la era pos neoliberal para el buen funcionamiento del régimen. El mismo Marx fue explícito al sostener que los principios y categorías de la economía burguesa no eran científicos sino ideológicos, justamente porque no fueron creados para poner al descubierto su esencia explotadora, sino para ocultarla. Pero tales principios y categorías, dijo, bastan para el buen funcionamiento del sistema, y su validez no desaparecerá con solo denunciar su carácter ideológico. Es necesario erradicar la base material de donde brotan y en que se sustentan, esto es, la propiedad privada de los medios de producción y de cambio. Mientras esto no ocurra, aquella economía seguirá siendo necesaria para el buen rendimiento de la inversión privada. La corrección de sus daños no pasa por la cancelación de su ciencia económica; tiene que venir de una política gubernamental que se proponga hacer eso en serio. De lo contrario, se corre el riesgo seguro de desencadenar una crisis mayor que la que se desea curar.
Una política que se proponga en serio la justicia social en un marco de economía capitalista (pero no neoliberal), es perfectamente posible. Solo requiere del acuerdo y la cooperación de todas las fuerzas activas y productivas de la sociedad, en particular de las masas populares organizadas y del empresariado nacional. Y esto no se logra con el ataque sistemático a todo y a todos, ni menos con el repudio de la ciencia económica que gobierna y dirige al sistema, tratándola de inútil o de cómplice de los abusos del modelo neoliberal. Que tal sintonía con los inversionistas privados es posible (aunque no fácil), lo prueban casi todos los países de Europa Occidental que, sin romper violentamente con las industrias y la banca, han logrado una política fiscal progresiva, un mejor reparto de la renta nacional y unas sociedades mucho más igualitarias que la nuestra. Esto y no otra cosa es por lo que lucha Antorcha. Y seguirá haciéndolo con toda determinación, mientras la situación nacional y mundial indiquen que un cambio más radical nos llevaría a todos a un desastre de proporciones imprevisibles.