En las entrañas de la provincia mexicana, una joven va en busca de su padre luego de descubrir, de muy mala manera, que su madre no está sepultada en el lugar donde éste le había indicado. En su trayecto, de manera inconsciente, nos lleva a descubrir fragmentos de su pasado; una reconstrucción que se extiende, incluso, después del anunciado encuentro que, a su vez, adquiere un retorcido e inesperado sentido.
Esa es la trama de Traición, la más reciente película de Ignacio Ortiz, responsable de pequeñas y muy apreciadas obras como Cuento de hadas para dormir cocodrilos (2002) y Mezcal (2006) –ambas ganadoras del premio Ariel a Mejor Película–, distinguidas por deambular con desencanto en los parajes del costumbrismo mexicano, bebiendo del lado más sórdido y menos estilizado del wéstern, ese cuya alma reseca se sostiene de una voluntad cínica e inquebrantable, pero tan humana como la ironía.