ESTÉNTOR POLÍTICO
Miguel Ángel Casique Olivos
En días pasados, tras la realización de tres manifestaciones en la Ciudad de México y algunas entidades de la República –una por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; otra por el Día de Acción Global por el Aborto Legal y la tercera para recordar la matanza del 2 de octubre de 1968– resurgió la presencia de los grupos autodenominados “anarquistas”, que se infiltraron en las marchas para ejecutar acciones vandálicas, según ellos en repulsa al Estado y para expresar su inconformidad contra la ineficacia de las autoridades.
Las pintas en esculturas y monumentos históricos; la rotura de cristales de bancos y comercios y las agresiones físicas a reporteros y fotógrafos han vuelto a colocar en la agenda pública y política la cuestión de cómo deben actuar las autoridades ante estas acciones, ya que en lugar de ofrecerse como verdaderas muestras de protesta social, se evidencian como actos de provocación o incluso de manipulación y distracción mediática por cuenta de algunos grupos políticos encumbrados en el poder, según la lectura que siempre se les ha dado.
¿Qué puede decirse del anarquismo? ¿Sus participantes tienen razón y sus métodos son eficaces y correctos? ¿Existe algo más de fondo en las acciones que realizan? ¿Hay alguien que los controle e incite a realizar acciones de distracción o manipulación? El anarquismo, se sabe, es un movimiento “filosófico y social” cuyos objetivos pretenden la abolición del Estado, figura política que incluye a todo tipo de gobiernos. Es decir, desean terminar con toda forma de autoridad, jerarquía o control social y consideran dañina cualquier acción que atente contra la libertad del individuo.
Se supone que en un país como el nuestro todo aparato gubernamental es por definición una “representación” del voto popular y la sociedad y que, por lo mismo, dicha instancia dispone del poder legal para tomar las decisiones que garanticen el funcionamiento del sistema político y económico. Cuando un gobierno no asume a cabalidad estas responsabilidades, no solo incumple con su papel de autoridad sino que además pierde su razón de ser y se niega como institución de Estado.
En México y en el mundo, en la mayoría de los casos, las manifestaciones de protesta tienen como objetivo denunciar atropellos e injusticias de carácter social, económico y político o exigir a las autoridades el cumplimiento de compromisos incumplidos. Cuando los grupos anarquistas (que están plenamente identificados) irrumpen en estas marchas para realizar actos vandálicos, coartan el derecho de manifestación de los ciudadanos y las usan como escudo de sus propias acciones de protesta. Los mexicanos estamos en desacuerdo con estas expresiones de inconformidad; pero no solo por esta razón, sino porque su lucha es insuficiente y no puede cambiar el status quo que hoy prevalece en México.
Estos grupos han logrado construir un estereotipo de anarquista incluso diferente a la del idealista poco práctico, abstraído en utopías y ajeno totalmente a la realidad cotidiana, ya que sus actuales acciones de violencia proyectan la imagen de un individuo de aspecto malvado o encapuchado, dispuesto a destruir o asesinar a cualquier persona que se le atraviese, sin preocuparse por el temor y la repulsión que pueda generar en la mayoría de la población.
Pero no solo esta mala imagen pública y las acciones de violencia física ponen en entredicho la propuesta política de los grupos anarquistas, ya que resulta inconcebible que la mayoría de las organizaciones sociales, los luchadores políticos serios y el pueblo mexicano en su conjunto crean que éstos realmente están procurando conseguir su objetivo –la desaparición del Estado– con esos métodos de lucha.
En nuestro país aún no se han creado las condiciones materiales para que los trabajadores estén en la posibilidad de desplazar del gobierno a la clase social que se halla en el poder, que restringe y conculca sus derechos y aspiraciones. Es importante reconocer que en este momento la existencia del Estado es necesaria y que para sustituirlo, los mexicanos necesitamos unirnos, organizarnos y educarnos para formar un escudo impenetrable que nos permita repeler eficazmente los abusos y agresiones del mismo gobierno y, por supuesto, las acciones vandálicas de los anarquistas.
El cambio económico y político solo será posible con la acción del pueblo organizado que tenga una meta claramente definida y emplee métodos de lucha bien planeados y no espontáneos ni vandálicos. Por el momento, querido lector, es todo.