El 26 de noviembre se publicó, en el portal Aristeguinoticias, un artículo titulado “Derrota tras derrota: la fallida socialdemocracia criolla”, firmado por Heinz Dieterich, un intelectual de sólida formación académica, ex asesor del gobierno venezolano y hoy consultor de primera fila del gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador, si la información de que dispongo es correcta.
Tres cosas llaman mi atención. La primera es el señalamiento puntual de una omisión muy frecuente en quienes suelen opinar sobre las experiencias, en particular las fracasadas, de la izquierda latinoamericana: la ausencia de autocrítica por parte de los responsables directos del fracaso y de crítica rigurosa y objetiva por parte de sus voceros y defensores en los medios. Según ellos, la culpa es siempre de los opositores internos y externos, mientras que los gobernantes, sus partidos políticos y sus seguidores son víctimas inocentes de los enemigos del cambio, del progreso y de la justicia social.
Copio textualmente: “Los desastres políticos del socialdemócrata Rafael Correa en Ecuador, y del socialdemócrata García Linera en Bolivia […], revelan una vez más, que la socialdemocracia criolla es incapaz de liderar a los pueblos de la Patria Grande. No es, ni puede ser clase dirigente libertadora.” [Porque] “es parte integral del sistema de dominación de Washington, junto con los neoliberales”. Después de un punto y aparte sigue Dieterich: “Ahora, derrotados y en el exilio, están tejiendo las apologías de sus derrotas, escamoteando una vez más, con el apoyo de sus cuates en la prensa oportunista, su enorme corresponsabilidad en los triunfos de los golpes lumpen-plutocráticos (Iván Herrera) de las oligarquías y de la Casa Blanca. Tratan de ocultar, que su ineptitud estratégica, arrogancia del poder e ideología clasista burguesa, fueron factores claves de las derrotas.” (El subrayado es de ACM)
En mi modesta opinión, son éstas verdades inobjetables e inocultables que, además, están dichas con un lenguaje crudo pero claro y preciso, tal como lo demandan cuestiones de gran trascendencia para la vida y el futuro de nuestros pueblos. El carácter falso, ilusionista y conciliador a ultranza de los socialdemócratas, en efecto, ha sido estudiado, analizado y denunciado con toda oportunidad por muchos pensadores y hombres de acción revolucionarios de alto calibre. Ellos han demostrado el carácter certero de sus críticas y de sus propias opiniones políticas sometiéndolas a la prueba insobornable de la práctica social. Pero el carácter burgués, engañoso y oportunista de la socialdemocracia, también se prueba y comprueba estudiando el resultado concreto de sus aplicaciones a la vida social, comenzando por su primer gran triunfo histórico que fue la República de Weimar, en Alemania, cuyo fracaso condujo directamente al triunfo de Hitler y su partido nazi en 1933.
La segunda cosa que llama la atención del artículo son los “Siete mandatos para triunfar”. “Todo gobierno de transformación progresista responsable y con visión estratégica, debe cumplir con siete imperativos morales, para consumar el mandato que el pueblo le confió”. Por razones de espacio, resumo esos mandatos procurando respetar su espíritu. 1) Activar la economía para corregir la injusticia social. 2) Asegurarse el apoyo de la parte cualitativamente mejor de las fuerzas armadas para poder derrotar cualquier intento de golpe de Estado. 3) Derrotar a la “Rebelión de los Demonios”, a las derechas promotoras de las “revoluciones de colores”, ganándoles la batalla psicológica en los medios con un discurso superior y con un equipo de comunicadores eficaces. 4) Crear tanques de pensamiento no gubernamentales, dedicados a evaluar la correlación de fuerzas entre gobierno y opositores. 5) Dar un sentido del futuro y de la vida a las masas, que tienen hambre espiritual y no solo física. Los socialdemócratas incapaces llenan este vacío metafísico con la prédica de los televangelistas, cuyo mensaje oscurantista es el arma nuclear para destruir la mente humana y la democracia. 6) Presentar al pueblo un sucesor capaz de continuar el proyecto, para darle seguridad psicológica en el futuro. 7) Si el proyecto fracasa, los transformadores derrotados deben explicar sin falta, objetivamente, las razones del fracaso, “incluyendo su corresponsabilidad”, para que el pueblo aprenda de los errores y evite repetirlos.
Pienso que en estos 7 puntos no hay nada que atente seriamente contra los intereses dominantes ni contra la estabilidad del sistema económico-social establecido. Tampoco contra los principios de la democracia liberal, que nos vienen desde el siglo XVII cuando menos. No veo, por tanto, por qué pueden ser considerados como el gran desafío para un gobierno realmente comprometido con el bienestar popular, ni dónde está la dificultad real para cumplirlos cabalmente. Llama la atención, en cambio, que no se diga nada sobre las medidas a tomar en materia de redistribución de la renta nacional, supuestamente aumentada por la “activación” de la economía. Tampoco sobre el papel de las empresas y los capitales privados, ni sobre la participación de las masas en una socialdemocracia como la que dibujan los siete puntos. Nada sobre la relación entre los privados y el gobierno. Pienso que definir esto es no solo relevante, sino indispensable en el esquema, si no olvidamos que la “Rebelión de los Demonios” nace de la conspiración y el financiamiento de los intereses privados de dentro y de fuera del país, y que el mejor dique son las masas organizadas y conscientes.
En el apartado 4, Dieterich atribuye el fracaso de los socialdemócratas a: 1) Dentro de la ley del péndulo son operadores clasistas del sistema imperial en América Latina, sin reconocerlo; 2) A nivel global, son intelectuales orgánicos de la gestión de la percepción de la burguesía, vía la democracia circense liberal, sin reconocerlo. 3) En la derrota recurren a las apologías católicas: la obra del Señor iba bien hasta que apareció el diablo y la saboteó. Ergo, los ejecutores del proyecto son inocentes. Si esto es cierto, cualquier explicación del fracaso neoliberal que no sea el origen de clase y la ideología de sus personeros, resultará falsa e inútil, incluidos los siete puntos mencionados. Y resulta un absurdo por los cuatro costados, exigir a esa gente una política consecuente en favor de las mayorías explotadas y empobrecidas.
Para remachar el clavo, el apartado 5 afirma que el fracaso de gentes como Correa en Ecuador y García Linera en Bolivia, no es una cuestión personal sino de su posición de clase, de su formación académica burguesa y de la ideología resultante. “[…] hacen creer al pueblo, que la oligarquía y el imperialismo van a respetar las reglas de su democracia de Disneyland y tratarlos constitucionalmente, si prometen portarse bien y ser buenos muchachos gubernamentales. Que el cordero y el león pueden coexistir pacíficamente y que la fraternidad entre las clases sociales antagónicas es posible.” Más abajo llama utopía a la idea de la transformación pacifica de una sociedad dividida en clases, y absurda a la luz de las formulaciones científicas de Darwin y Marx. En todo esto no hay desperdicio. Me parece absolutamente correcto, inobjetable y muy oportuno para los mexicanos.
Pero si es así, entonces la conclusión debería ser que el error de los socialdemócratas (de buena o de mala fe) no radica en el cómo lograr el cambio (por ejemplo cumpliendo los siete puntos), sino en que equivocan la herramienta adecuada para lograrlo. Dicho coloquialmente: su verdadero error (intencional quizá) es que se proponen ir de pesca armados con una escopeta, en vez de hacerlo con una red para pescar. Quieren hacer una revolución popular en el marco de la democracia liberal y respetando sus límites y restricciones. Olvidan, en efecto, la lección de la Comuna de París, que se quedó a medio camino y desembocó en un terrible baño de sangre para los obreros y las masas populares de París. Es por eso que los Antorchistas planteamos que, hoy por hoy, solo es posible y viable luchar por mejoras para las clases populares en ese marco y dentro de esos límites, de modo que en el cambio participen también, con todos sus derechos a salvo, las clases poseedoras, la Iglesia y el Ejército. El objetivo de una lucha así es crear mejores condiciones para la educación y organización de las masas con vistas a un cambio revolucionario futuro, cuando las circunstancias maduren.
Y aquí el tercer punto que llama mi atención. La crítica de Dieterich a la socialdemocracia, demoledora y exacta en las cuestiones esenciales de la lucha de clases, desemboca en una conclusión que ni de lejos se corresponde con esa crítica. López Obrador, dice, “el más talentoso estadista actual de América Latina”, ha demostrado en múltiples ocasiones que entiende esta dialéctica vital a fondo. ¿De veras? ¿Dónde y cuándo lo ha hecho? Si revisamos cada uno de los siete puntos que postula Dieterich, comprobaremos que no pasa la prueba en ninguno de ellos; y si sometemos a examen riguroso sus ideas sobre lucha de clases, democracia, religión y relaciones del Estado con la empresa privada, veremos que lo dicho sobre Correa, García Linera y Maduro parece un traje hecho a su medida. Entonces, ¿es sincero el elogio final del artículo, o es solo una inteligente maniobra diplomática; un “te lo digo a ti, mi hija, entiéndelo tú, mi nuera? Creo sinceramente que no es a mí a quien toca responder.