Por: Tania Zapata Ortega
|El cuatro de agosto de 1833, a los 50 años, moría en la Ciudad de México, víctima de la epidemia de cólera, el poeta mexicano Anastasio María Ochoa. Nacido en Huichapan, Hidalgo, de padres españoles cuyas dificultades pecuniarias no les hubiesen permitido pagar la formación del futuro literato, lo que fue posible porque éste recibió una beca en el Colegio de San Ildefonso. Varios oficios desempeñó para sobrevivir, entre ellos el de escribano, pero nunca abandonó su vocación literaria; en 1818 profesó como religioso, ejerciendo por muchos años como cura en Querétaro, de donde se trasladó por motivos de salud a la Ciudad de México.
Su posición con respecto a la vida independiente de México halla su expresión en su oda En el grito de Independencia, compuesta por 117 versos endecasílabos en los que el poeta compara las desgracias que azotan a la patria mexicana con los efectos de una tempestad y eleva a la categoría de héroe a Iturbide, a quien, atribuyéndole casi por completo la Independencia de México, apostrofa en los versos 105-108:
Prosigue, pues, caudillo incomparable,
y desde Iguala, marcha y apresura
del fatigado Anáhuac la ventura,
arrancándole al yugo detestable.
Pero no es en el aspecto ideológico respecto a los acontecimientos de la Guerra de Independencia donde reside el valor literario de la obra de Anastasio María Ochoa; traductor de los clásicos, cultivó también diversos géneros poéticos, entre los que destaca, por el fino humor de su crítica social, la poesía satírica.
Sus Letrillas, frecuentemente antologadas en la historia de la poesía mexicana, son ejemplo no solo de perfección métrica, formal, sino de pensamiento sintético. Todos los vicios sociales aparecen caricaturizados por el poeta: la codicia del abogado, que pudiendo hacer que se respeten las leyes, se enriquece a costa de sus clientes solo si éstos pueden pagar elevadas sumas; la charlatanería de quienes ejercen la medicina sin conocer la ciencia de curar las enfermedades; la disimulada promiscuidad de las jóvenes de las capas acomodadas de la sociedad mexicana postcolonial; las mala costumbre de arrojar desechos en la vía pública sin importar el daño que esto pueda causar; los abusos contra la servidumbre, que frecuentemente llegaban a la violencia física; la conducta fraudulenta de los comerciantes, que venden mercaderías de mala calidad haciéndolas pasar por importadas; la fatuidad de quienes presumen de sabios y cuya ignorancia fácilmente se descubre; la hipocresía y la infidelidad conyugal en las capas privilegiadas de su época.
Que asegure el abogado
dar el escrito acabado
de textos y leyes lleno,
Bueno
Mas que duerman en su mesa
los autos con su promesa,
si no se le hace un regalo,
Malo
Que el que a médico se mete
con Hipócrates recete,
con Avicena o Galeno,
Bueno.
Mas que quiera dar salud
sin conocer la virtud
ni aun del aceite de palo,
Malo
Que la joven no apetezca
la calle, y que permanezca
en casa en sosiego pleno,
Bueno.
Mas que solo se esté quieta
porque allí mismo la inquieta
el pícaro Don Gonzalo,
Malo.
Que aquél coma en el portal
la fruta que no hace mal
porque no tiene veneno,
Bueno.
Mas que la cáscara tire,
y luego con risa mire
que yo al pasar me resbalo,
Malo.
Que éste castigue al criado
cuando sabe que es culpado
y necesita de freno,
Bueno.
Mas que en cualquiera ocasión,
sin una buena razón
ande tras él con el palo,
Malo.
Que entre sombras el cajero
me venda el lienzo extranjero
fino y doble cuando estreno,
Bueno.
Mas que en saliendo a la calle
al volver al rato lo halle
casi como ayate ralo,
Malo.
Que se precie algún Señor
de expedito y buen lector
leyendo un escrito ameno,
Bueno.
Pero si se contradice,
porque donde óvalo dice
él lo alarga y dice ovalo,
Malo.
Que con un amor crecido
ame la otra a su marido
aunque de rostro moreno,
Bueno.
Mas que tenga amor igual
al que le da en el portal
quesadillas de regalo,
Malo.