Por: Donato Márquez
|México y la humanidad atraviesan por un camino oscuro y sombrío que el coronavirus (Covid-19) solo vino a acentuar. El presente siglo muestra su trágico rostro y lo remarca -aún más- con hombres y mujeres que, a lo largo de muchos años, han sido esculpidos por el dolor de la vida, torturados por el hambre, la pobreza, la ignorancia y la insalubridad, cuánto dolor no se acumula en estos días oscuros, cuánta tristeza en las mesas de sus hogares de los más pobres.
Guerras, saqueos, agresiones, asesinatos y enfermedades emanan los tiempos actuales. Basta ver las cifras sobre los pueblos de Medio Oriente, enroscados por la ambición de los países de Occidente, cifras en torno a los muertos de hambre y esclavismo en los países de África que de manera cotidiana destierra a sus ciudadanos de bien a toda esperanza; Sudamérica, una región históricamente sometida a las garras de Norteamérica, no puede ser la excepción. En ese contexto, México, tampoco tiene redención para el dolor de 51.3 millones de mexicanos que, sin buenas condiciones de vivienda, hacinados, ahora reciben una pandemia que ha devastado países desarrollados y sus sistemas de salud. Esto es desolador, pero hay otras cifras que ubican a 91 millones de compatriotas que se estremecen, se congojan y se lamentan de su pobreza, y a las que la pandemia solo vino a expoliar de manera más acelerada.
Miles y miles de pueblos, alejados de las grandes urbes, allá donde las tierras se hinchan del agua de las lluvias también están dejando de ser transitadas. Cientos y cientos de familias humildes temen ser contagiados por el virus que recorre el orbe. Hay miedo entre la población y no queda otra opción más que el encierro. Los campesinos de México, que todas las mañanas echan sobre sus hombros un morral o una lona, han dejado de hacerlo, están encerrados desde hace varios días en sus casas y poco a poco empiezan a escasear los alimentos, comienza a tornarse en hambre colectivo. Difícil de aguantar este momento, todo ser humano lo puede testificar. Estar largo rato parado junto al nacimiento de los surcos y llevar algo a los niños de la casa para que coman, es ya solo un recuerdo doloroso entre la vejez del campo, uno de los grupos poblacionales más expuestos por el terrible coronavirus. Millones de madres de familia empiezan a deslizar preocupación en sus rostros. Las velas en los hogares se están consumiendo rápidamente.
Sin trabajo y sin alimento de un día para otro, esta es la realidad de las comunidades rurales en México. Tristezas y lamentaciones están sobre la mesa. Los abuelos, huraños, taciturnos no pueden ocultar su espanto y se enjugan con la palma de la mano la saliva que les rezuma por el labio. Este sector poblacional además de ser presa fácil del Covid-19 ha sido estafado por el gobierno federal, pues tienen las tarjetas prometidas en campaña por el presidente, Andrés Manuel López Obrador, pero éstas no tienen fondos, no hay dinero. Ya ve usted, amable lector, cómo son los abuelos en los pueblos, critican y hasta son egoístas con aquellos que reposan galanes en la tierra, “me da no sé qué seguir estorbando en este mundo”.
Son millones de niños también los que han perdido contacto con la enseñanza de los profesores, en los pueblos no se puede pensar siquiera en la educación a distancia, pues no hay internet ni siquiera luz en muchos de las localidades. Las escuelas palitos que existen aún ya no son testigos de ojos entornados de niños y niñas, ni de los dientes brillantes ni de sonrisas burlonas. El programa “Aprende en Casa” lanzado por la Secretaría de Educación Pública posiblemente no sea conocido por ellos que se debaten de por sí entre la ignorancia e insalubridad.
Si no se remedia esta situación con una intervención del Estado, la grave situación se extenderá como pólvora encendida en los distintos sectores sociales, con los obreros, con universitarios, maestros, con la clase media, etc. De no ser así, muy pronto seguramente leeremos en los medios nacionales e internacionales casos espantosos como la que describiría Marx en su artículo periodístico “Perspectivas políticas… Un caso de inanición”, de aquel fabricante de agujas, un hombre fuerte, robusto y en la flor de la vida que emprende un largo peregrinaje al martirio desde Londres hasta Stoney-Stratford… sus desesperadas peticiones de socorro a la civilización que le rodea, sus siete días de ayuno, el brutal abandono para parte de sus congéneres los hombres, su búsqueda de un refugio y su verse arrastrado de un lugar a otro, la suprema inhumanidad del tal Sladey, la paciente y miserable muerte del hombre exhausto forman una imagen que nos deja en la más completa estupefacción.
¿No llegará el momento que haga saltar por los aires esta situación tétrica que se está gestando en las familias mexicanas y que cerca de millones y millones de hombres y mujeres y los mata? Es claro que nadie querrá dirigirse al cementerio y verse rodeado a pocas distancias de cruces y tumbas. Nadie querrá ser como Razmióntnov de Mijaíl Shólojov de permanecer largo rato frente a la tumba, con la cabeza descubierta y prestar oído a algo como esperando una respuesta sin moverse. Nadie querrá sentir cómo el viento tibio acaricia el rostro mientras se mira hacia abajo una tumba entrañable.