Por: Homero Aguirre Enríquez
|Alguien dijo que los momentos críticos son capaces de sacar a la luz lo peor, pero también lo mejor de los seres humanos. No hemos visto aún el desenlace de la presente crisis, ni sabemos todavía cómo serán marcadas las generaciones por la pandemia, como ocurrió por ejemplo en la posguerra, en donde encontramos pueblos orgullosos de su heroísmo y resistencia y otros marcados durante décadas por el miedo y la inseguridad; nos falta ver los actos de grandeza y pequeñez que signarán este episodio de la humanidad, pero la resultante nunca ha sido solo fruto del azar sino de la acción de los pueblos organizados que han tomado su lugar para influir en el desenlace de las crisis y no han sido juguete de las decisiones de quienes tienen el poder.
Ayer vimos a un Presidente alejado de la realidad, dedicando muchos minutos de su intempestiva declaración sabatina a ponderar, en abstracto, las bondades de su programa contra la pandemia de coronavirus y la confianza que él tiene en su principal operador, que había sido criticado ayer por la noche por “su amigo”, el conductor de un programa nocturno de una televisora cuyo propietario, por razones que ignoramos, ha entrado en aparente choque con la 4T. Seguramente muchos mexicanos esperaban, después de ese intercambio de mensajes cifrados, que el presidente demostrara por qué dice que “vamos bien” en el control de las crisis de salud y económica.
Pero fue en vano la espera, la claridad, la altura de miras y las nuevas medidas brillaron por su ausencia. Respecto al problema de salud, han menudeado los argumentos, muchos de ellos muy bien fundados y documentados, recomendándole al gobierno mexicano que aumente sustancialmente los fondos al sector salud y adquiera de inmediato suficientes insumos de calidad para proteger a los médicos, enfermeras, camilleros y decenas de miles de trabajadores que exponen su vida en los hospitales al cumplir con su deber, pero no se les hace caso y la situación es cada día más preocupante; al parecer, todo se reduce a esperar que lleguen de Oriente aviones con cubrebocas y guantes, y del Norte unos respiradores, de los cuales ya les ofrecieron darles mil a fines de mes… de los diez mil que solicitó el gobierno mexicano.
El mismo resultado han tenido quienes, basándose en la experiencia mundial, recomiendan gastar en adquirir y aplicar masivamente pruebas para detectar y rastrear a las víctimas de la enfermedad, aislarlos y curarlos. La respuesta gubernamental es minúscula, basta decir que mientras en los países de la OCDE, con los que se codea México, el promedio de pruebas aplicadas es de 15 por cada mil habitantes, en México apenas llega a 0.2 por cada mil habitantes, un número insignificante que explica por qué ni siquiera conocemos a ciencia cierta la dimensión del problema que amenaza nuestras vidas, y todo se reduce a ensayar de día y de noche malabares verbales. De esto no dijo ni media palabra el Presidente, ni se entiende por qué dice que vamos bien.
Simultáneamente, las calles y las redes sociales se han llenado de peticiones de ayuda para comer y sobrevivir que nadie escucha en el gobierno; dramáticamente crecen la preocupación, los reclamos y las protestas, hasta ahora infructuosas en su mayoría, de cientos de miles de hombres y mujeres que perdieron su trabajo. Esto ocurre en el sector formal de la economía, el que aparece registrado en el Seguro Social, que alcanzó en un mes una disminución de casi 400 mil plazas, cifra que es sólo el inicio de un recorte mucho mayor. En el sector informal, las cosas están peor: en otras épocas, los despidos en el sector formal pasaban a engrosar las filas de la informalidad, en la que se encuentran millones de vendedores ambulantes o semifijos de comida, ropa, electrónicos y todo tipo de artículos nuevos o usados, y que según los datos oficiales tan solo en la Ciudad de México son más de dos millones de trabajadores. Pero ahora, el sector informal no podrá absorber esos despidos, porque no hay manera de que cualquier actividad informal les brinde ingresos a nadie cuando hay millones de personas recluidas en sus casas, con mucho menos dinero que nunca y sin que puedan circular por las calles para comprar lo que ofrecen los vendedores ambulantes.
Esa gente necesita urgentemente comida, en forma de despensas, comedores comunitarios o vales para comprar lo indispensable, es imposible exagerar el riesgo de hambruna y serios conflictos sociales si no se atiende esta carencia básica, pero el Presidente se limitó a “repetir la tabla del uno” de sus programas sociales, dijo que él apoyaría “al 60% de la población mexicana, que forma la base más pobre de la pirámide social”. Pregunto: ¿Cuál fue el apoyo que en concreto recibieron esos 78 millones de mexicanos pobres, muchos de los cuales cumplen ya un mes de confinamiento y desempleo? Dijo el presidente que ya “repartió” 40 mil millones de pesos entre 9 millones de beneficiarios, formados por adultos mayores y niños discapacitados, algo así como 5 mil pesos por cada uno, lo que deja fuera decenas de millones de mexicanos. Ojalá y sea cierto ese pago, pero ni con la mejor voluntad hay manera de encontrarle lógica, grandeza y proporción respecto al tamaño del problema. Para dimensionar esta respuesta, comparémosla, por ejemplo, con la que ha anunciado hace poco el gobierno de Japón, un país que tiene un tercio de fallecimientos que México: dar a cada habitante un pago de 22 mil pesos para que pueda permanecer en su casa de aquí a mediados de mayo. Aquí la gente pide una despensa bien surtida y que le condonen el pago de energía eléctrica, y le dan puras palabras presidenciales.
Lograr una modificación de la postura del gobierno, que haga que llegue un programa urgente de alimentación a millones de mexicanos y se atiendan de inmediato la desprotección de quienes combaten médicamente al coronavirus, sólo será posible si unimos las fuerzas de millones de mexicanos. Con valor y decisión, unámonos la voz y la acción del pueblo de México, en demanda de atención inmediata a las peticiones de los trabajadores de la salud y exigiendo que se entregue de inmediato alimentos a los hogares pobres en cuarentena.