Por: Homero Aguirre Enríquez
|Los mexicanos hemos entrado a la “Fase 3” de una pandemia inédita por su impacto mundial en más de un siglo; se nos ha dicho que será un proceso más expansivo y letal del contagio del coronavirus, en el que se agravarán los efectos negativos sobre la salud y la tranquilidad de miles de mexicanos y, digo yo, se cuestionará severamente el modelo de distribución de la riqueza en el mundo, en nuestra patria pondrá a prueba la estatura política de los gobernantes, desatará resistencias populares también inéditas y generará el surgimiento de liderazgos que van a modificar el futuro de México.
Las autoridades federales se han limitado a reiterar su llamado a “quedarse en casa”. Según voces expertas que han recogido la experiencia mundial, esta medida es necesaria pero insuficiente por varias razones: porque no se acompaña de pruebas de laboratorio suficientes para detectar a los enfermos leves (muchos de ellos asintomáticos), y así es imposible aislarlos y atenderlos; porque no se cuenta con un sólido sistema de salud que proteja a los médicos y los pacientes, abundan los testimonios de médicos y enfermeros enfrentando a cara descubierta a la muerte; el subsecretario López-Gatell reconoció apenas que existe un déficit de más de 200 mil médicos y enfermeras: “nos enfrentamos a una deficiencia estructural del sistema de salud”, dijo. Además, la medida del confinamiento es insuficiente y parcial porque están ausentes medidas concretas y de aplicación inmediata que eviten el hambre a las familias de quienes dejan de acudir a sus trabajos y percibir ingresos, una creciente y alarmante tragedia cuyos impactos no se han calibrado bien pero que pueden ser tan desastrosos como la pandemia.
Algunos gobernadores se han sumado a esa política unilateral y han aplicado medidas coercitivas a la circulación e incluso operativos policiacos para impedir que la gente circule, hemos visto feroces persecuciones de gente muy humilde, que lo único que busca es ganarse la vida en las calles porque encerrarse en su casa, suponiendo que la tengan, significa languidecer y morir de hambre.
Las redes sociales están llenas de peticiones de auxilio de millones de mexicanos que desde sus humildes viviendas le dicen a Andrés Manuel López Obrador que no tienen ingresos ni comida, que les ayude con despensas o vales para comprar alimentos, pero no obtienen absolutamente ninguna respuesta más que la verborrea mañanera y la reiteración de sus inviables y costosas obras, a lo que se suma la exigencia policiaca de quedarse en casa y los edictos amenazando con cárcel a quienes osen transitar por las calles en busca de sustento. Ese masivo grito que clama por alimentos se volverá más grande y urgente.
Tal vez haya quienes piensen que la inconformidad y la ira de la gente pobre reflejadas en las redes es una exageración, una operación de los cuantiosos adversarios del Presidente; pero no es así, el problema es real, grave y medible. Una encuesta elaborada por el Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales (CEMEES), un competente centro de investigadores, arrojó datos que retratan con toda claridad la situación que padecen millones de mexicanos obligados a permanecer en sus casas. Según los expertos del CEMEES, del total de encuestados “el 70% no cuenta con empleo; de estos, el 61% perdió su trabajo por causa del coronavirus (21 millones de personas en edad de trabajar). De acuerdo con INEGI en 2019 había cerca de 40 millones de personas en edad de trabajar desempleados (58.3%). Actualmente, casi 51 millones; es decir, en este período se suman a los desempleados más de 11 millones de personas (11.7%)”. Cuando se les preguntó a los encuestados si habían recibido algún apoyo del gobierno, únicamente el 14% respondió afirmativamente. De ese raquítico apoyo, el gobierno federal, que concentra más del 80% de los impuestos de los mexicanos, apoyó apenas con el 7.4%, una verdadera limosna social: he aquí a la 4T, que llegó al poder con el eslogan de “primero los pobres”, retratada en su verdadera y minúscula estatura histórica.
La parte más dramática de las respuestas es dónde la gente calcula cuanto tiempo puede disponer de alimentos sin contar con sus ingresos normales: seis de cada diez familias sólo pueden solventar sus necesidades básicas una semana; dos de cada diez podrían aguantar quince días; y sólo una de cada diez puede aguantar un mes. ¿Alguien duda aún que el problema es grave y que los malos consejos del hambre pueden desencadenar tragedias mayores y contraproducentes para el propio pueblo marginado y empobrecido? ¿Se entiende ahora el llamado urgente de millones de antorchistas que se han puesto en acción para denunciar este atropello a los trabajadores de México?
Es cierto que la marginación, el hambre, la insalubridad y el abandono gubernamental ya existían, pero se han agravado con la llegada de la pandemia y con el mal desempeño de la 4T, que muestra por doquier su incapacidad como gobierno, las fisuras que la debilitan y la demagogia extrema que le caracteriza, que le fue muy útil para acceder al poder pero ya no le alcanza para gobernar bien a nuestro gran país.
En otras circunstancias, las calles estarían inundadas de protestas exigiendo apoyos a las familias sin empleo ni alimentos, un verdadero plan de reactivación económica e incluso la caída de más de una cabeza gubernamental; pero la pandemia lleva en sí misma una consecuencia desmovilizadora que en muchas partes, incluido México, ha reforzado el autoritarismo y la tendencia al atropello de las garantías contenidas en las leyes. Por estas razones, llamamos a protestar a través de las redes sociales, a no doblar la cabeza ante la sordera y el abuso del gobierno, a seguir exigiendo la ayuda urgente que millones de mexicanos pobres requieren para sobrevivir, y sobre todo a construir, a mayor velocidad, una fuerza social organizada que sea capaz de gobernar bien a nuestra patria.