Gloria G., Miguel Ángel H. y Miguel Ángel V. tuvieron el peor momento en el peor de los escenarios. La saturación de hospitales para atender casos COVID-19 en la Ciudad de México; Torreón, Coahuila, y Chihuahua, Chihuahua, los orilló a morir sin atención médica.
Sus nombres están anotados en algunas de las listas de espera de hospitales públicos del país que dejan para “luego” la atención de casos de atención otrora de primer nivel, como infartos cardiacos o cerebrovasculares.
En estos días todo está centrado en la atención de pacientes con coronavirus. No hay lugar para padecimientos de otro tipo. Se trata, en suma, de los “decesos alternos” de la pandemia.
De acuerdo con el Boletín Epidemiológico de la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud, de la semana 17, en los hospitales públicos de todo el país se registraron, del 19 al 25 de abril, 460 casos de infartos al miocardio, 424 eventos cerebrovasculares, 1,903 casos de insuficiencia venosa.
Además, 200 casos de accidentes con peatón lesionado, 1,213 casos de accidentes vehiculares con lesiones, así como 914 por heridas de arma de juego o arma blanca.
Heredera de una tiendita de dulces y refrescos, frente a la Escuela Jardín, en la alcaldía de Azcapotzalco, la señora Gloria G., de 62 años, comenzó a sentirse mal la tarde del 29 de abril.
Tras la muerte de sus padres hace tres años, doña Lencha y don Chente, Gloria vivía sola. El profundo dolor de cabeza la orilló a llamarle a su sobrino Jesús G., que vive en Toluca. Llegó pasadas las seis de la tarde de ese día. Fueron al Centro Médico La Raza, el más cercano.
La instrucción fue que esperara porque “no había camas”. A las ocho y media de la noche tuvo un derrame cerebrovascular irreversible en las bancas de espera de ese nosocomio del IMSS.
“Nunca imaginé ver algo así. Tener que suplicar para que atiendan a un familiar que está muriéndose es abominable. A todas las personas que llegaban al hospital con casos urgentes, como intoxicaciones severas o hasta con dolores insoportables por cáncer, tenían que esperar turno. Lo que más me indignó es que dijeran que comprendiéramos la situación. Que estaba fuera de sus manos”, narra Chucho con la mandíbula trabada.
A 980 kilómetros de ahí, hacia el norte, en Torreón, Coahuila, Miguel Ángel H. tuvo un infarto la noche del 28 de abril. Su esposa habló con su cuñado, Enrique H., para informarse sobre la situación. El evento cardiaco fue leve, aunque requería atención médica inmediata.
Enrique trasladó a su hermano Miguel Ángel, de 47 años, al Hospital General de Zona 16, en la Comarca Lagunera. Lo mismo. No había camas para atender otros casos que no fueran relacionados con COVID-19. Lo pusieron en la lista de espera. Migue Ángel falleció a las seis de la mañana del 29 de abril de un infarto fulminante al miocardio.
“No valen las súplicas, el llanto, los gritos. Ni siquiera salió un médico a atender a mi hermano. Murió en mis brazos. No sé, la impotencia es mucha. Nunca me lo voy a perdonar”, comenta Quique con voz quebrada en entrevista telefónica.
A 468 kilómetros más al norte, en la ciudad de Chihuahua, Miguel Ángel V., quien fuera miembro del Partido Comunista Mexicano (PCM) y exdirigente estatal del Partido de la Revolución Democrática (PRD), tuvo el mismo desenlace.
En la madrugada del 26 de abril, Miguel Ángel comenzó con un intenso dolor de pecho. Sus familiares lo trasladaron de urgencia al Hospital General Regional No 1, Unidad Morelos, del IMSS. También ahí le dijeron que esperara, que la prioridad eran los pacientes con coronavirus. A las cuatro de la mañana murió de un infarto fulminante.