La Ciudad de México está en el ojo del huracán de la pandemia de coronavirus y llegó a la semana que supone el pico más alto de contagios con un fenómeno inédito: el silencio y la tensión sometieron a la ciudad del ruido y del smog.
Un corredor de vendedores de mascarillas, gel y equipo médico advierte a los capitalinos que han llegado a la zona cero, la llamada zona de hospitales, conformada por diversos institutos del sector Salud –todos saturados– que representan la primera línea de batalla del país en una ciudad que concentra el 25 por ciento de los casos.
Con casi tres mil muertes y 27 mil contagios, el sistema de salud público saturado, comercios y servicios dislocados, y el nacimiento de un modelo de convivencia social entre mascarillas y distanciamiento, la colonia Belisario Domínguez, en la alcaldía Tlalpan, se convirtió en el epicentro de la epidemia desde el ingreso del primer caso positivo al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), el 27 de febrero.
Inmensos tinacos de plástico con lavabos de aluminio, jabón y agua, instalados por la alcaldía; media docena de puestos de vigilancia con un centenar de policías capitalinos, y carteles con mensajes poco alentadores, obligan a los transeúntes a ajustar sus cubrebocas, guardar silencio y seguir su camino.
Ya no existen los rostros, sólo se ven cubrebocas de todas formas y colores. La orientación en el hospital quedó a cargo de los guardias de seguridad privada, quienes hicieron de la banqueta su sala de espera, donde reina la incertidumbre, las lágrimas, la precariedad y la desobediencia a la sana distancia.
Ambulancias, patrullas, coches fúnebres, transporte público son los únicos vehículos que se pueden detener sobre avenida Tlalpan, por donde desfilan autobuses privados destinados al sector Salud; “héroes”, se puede leer a los costados. Para el resto, está el camión de ruta, que advierte: “sin cubrebocas no subes”.
Los restaurantes colocaron sus sillas sobre las mesas y las vajillas fueron sustituidas por platos de unicel; a los trabajadores se les ve inmersos en su celular, esperando algún pedido o pactando con un repartidor.
Los bancos sacaron sus filas a las aceras y ofrecen alcohol en gel para proteger a las personas del virus en lo que esperan turno.
Pero es en los hospitales de la ciudad donde se concentra mayor “tensión”, palabra utilizada por Diana, una enfermera del Hospital General de México, quien describe la situación que vive la colonia Doctores, en la alcaldía Cuauhtémoc.
Alguien grita el nombre del paciente y rompe el silencio; la búsqueda se replica de boca en boca entre familiares, comerciantes y personas sin hogar, que esperan afuera del hospital. Los altruistas pasan rápido, entregan una bolsa con sándwiches para repartir y se retiran, sin esperar las gracias.
Adentro, en el llamado triage, los encargados de dar las noticias son médicos vestidos con trajes quirúrgicos y máscaras que apremian una plaga letal; “si usted lo desea, puede esperar”, es el anuncio que se les da a los familiares.
Para los hermanos Fernando y Juan Antonio González, la reconversión hospitalaria quedó en los datos solamente. En dos horas, su padre de 78 años comenzó con insuficiencia respiratoria y con ella, un peregrinar por al menos cuatro hospitales hasta llegar al General. El destino es incierto, pues tardarán al menos dos días en saber si es positivo a COVID-19.